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Columna
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Tropezón

No nos cansamos de aprender que los accidentes terminan por ser más esclarecedores que el paseo sin imprevistos. Por desgracia para nuestro género, un tropezón contiene más enseñanza que los cientos de miles de pasos rectos que damos en la vida. Esta semana, alguien en la televisión pública cometió un error y colocó en antena una vieja entrega ya emitida de Muchachada Nui. Esto en la tele no es demasiado grave. Tengo la sensación de que muchos programas emiten la misma entrega día tras día, así de cansinos resultan. Pero el error con Muchachada viene a ser el colofón perfecto de su peripecia en La 2. Si existe un termómetro casero para medir lo bueno o malo que es un espacio televisivo me atrevería a decir que consiste en que la reemisión tenga más audiencia que el lanzamiento original. De esta manera, el error de emisión de Muchachada tuvo como consecuencia que ganaran más de 100.000 espectadores. Y posiblemente este sea el destino de un programa que va a terminar pronto. Ser revisitado con el mismo placer con que uno se queda mirando a Gila con su teléfono, a Tip y Coll con su jarra de agua, a Martes y Trece con la mítica empanadilla de Encarna o a Faemino y Cansado con su copazo de coñac y el puro entre los dedos, cada vez que tropezamos con una reposición.

Este programa, consumido con más fidelidad en contenedores de Internet que en la propia cadena, ha logrado el hito de hacernos reír con materiales nobles disfrazados de mostrencos. Aparte de secciones y personajes perdurables, la granja de los celebrities ha regalado chorrazos de observación y desmontaje de personajes, véase Lars Von Trier o Kim Jong Il, tan improbables de ver en un programa de humor como encontrarse a Wittgenstein en la información deportiva. Y a esos ramalazos de genio nos han llevado los amigos y hemos llevado a los amigos para sacarles una risa en reemisiones particulares perpetradas a nuestro antojo en la Red. El tipo que tropezó en La 2 sólo nos estaba avanzando el futuro de un programa que no termina aunque termine, porque es el capital que justifica la televisión pública. Volveremos a verlo, aunque el programa ya no exista.

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