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OPINIÓN
Columna
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Job en Cuba

Juan Jesús Aznárez

Felipe González consumió intensas jornadas palaciegas tratando de persuadir a Fidel Castro de que promoviera el juego de partidos y permaneciera por encima de todos ellos, con los poderes de un rey en una democracia parlamentaria. Tate. El ex presidente español, por entonces invitado especial en el Palacio de la Revolución de La Habana, no consiguió su propósito y cuando insistió, el comandante torció el morro y las relaciones se enfriaron. Llegaron después los flirteos iniciáticos de José María Aznar, el intercambio de corbatas, y el sonoro choque con el régimen al fracasar las maniobras de seducción. José Luis Rodríguez Zapatero sencillamente quiere llevarse bien con los cubanos, pero imagino que sin pretender pasar a la historia como el muñidor de la democracia en Cuba. Los gobernantes y funcionarios amigos que lo pretendieron fueron escuchados por Fidel Castro con la sonrisa de la Gioconda y la paciencia de Job, según propia confesión. Uno tras otro, salieron de la isla de madrugada y con las manos vacías. Hasta ahora.

¿Y Obama? El undécimo presidente norteamericano empeñado en liquidar a los hermanos Castro, abrió un discreto proceso de conversaciones sobre asuntos migratorios y narcotráfico con la intención de abrir canales que puedan ser aprovechados en un eventual proceso hacia la democracia. No es el primer inquilino de la Casa Blanca que ensaya el acercamiento suave, ni será el primero en aplicarlo sin éxito. El levantamiento del embargo, la única fórmula susceptible de forzar en la isla cambios imparables, también parece descartado porque la correlación de fuerzas en Estados Unidos, entre otros factores, complica una decisión de ese calibre. Cabe pensar que Obama mantendrá el embargo y las conversaciones se agotarán en la discusión de temas menores o simplemente se suspenderán a caballo de un nuevo conflicto bilateral.

¿Y por qué fracasan todas y cada una de las negociaciones con Estados Unidos y la Unión Europea? Porque Fidel Castro y su hermano Raúl se cierran en banda cuando los acuerdos ofrecidos condicionan su rúbrica al arranque de un pluralismo político o económico sustancial, más allá de las privatizaciones agrícolas y la puntual liberación de presos políticos. Nunca funcionó ni el palo, ni la zanahoria. Así ha sido y así será, salvo milagrosa catarsis en el sanedrín revolucionario, en la que no parece creer la guardia pretoriana encargada de la continuidad del régimen. Quienes dentro del Partido Comunista Cubano (PCC) mentaron el liberalismo calzan hoy pantuflas.

¿Qué puede hacerse entonces? ¿Bloquear la isla a cal y canto para fomentar revueltas callejeras? ¿Invadirla? Sólo parece quedar el activismo contra la muerte por inanición de disidentes y a favor de un pueblo castigado por un centralismo incapaz de generar prosperidad y libertades. Y de ser cierta la reflexión atribuida a Fidel Castro por alguien que dice haberla escuchado, "yo ya estoy muy mayor, esa democracia que la hagan otros", convendría invocar la fe de Job y afrontar el numantino y agotador inmovilismo de la mayor de las Antillas con la templanza del personaje bíblico.

Fidel y Raúl Castro, en La Habana el 1 de mayo de 2004.
Fidel y Raúl Castro, en La Habana el 1 de mayo de 2004.EFE

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