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Columna
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Brotes rojos

A juicio del periodista Luis María Ansón el centro derecha político que venía predominando en España se está desplazando hacia la izquierda como consecuencia de los inmigrantes y la descendencia de los exiliados. Es un punto de vista que, tratándose de tan eminente académico, habremos de dar por pura observación sociológica al tiempo, quizá, que admonitoria o preventiva de los riesgos que se ciernen sobre los conservadores allí donde gobiernan. No obstante, y como es sabido, unas encuestas recientes otorgan una leve ventaja electoral al líder del PP, Mariano Rajoy, e incluso han avivado las ilusiones de ese partido en Andalucía, lo que, de cuajar, supondría un vuelco espectacular. De ahí que, sin desdeñarlo, debemos recelar prudentemente de ese diagnóstico que sugiere un sesgo progresista del electorado.

En lo que al País Valenciano concierne no hay por ahora noticias de cómo se ha movido su centro de gravedad político. Tenemos nuestra notable cuota de inmigrantes y también la correspondiente a hijos del exilio, pero hay pocos indicios de que vayan a cambiar las opciones partidarias que la ciudadanía viene expresando desde 1995. Una buena noticia para la oposición es que el Consell o el PPCV no divulguen sus muestreos de opinión, lo que nos alentaría a ensoñar que los resultados no son tan confortantes para la derecha como han venido siendo. Sin embargo, y ojalá no confundamos los deseos con la realidad, algunas consecuencias graves -y nada más grave para un partido que perder en las urnas- habría de padecer el gobierno de Francisco Camps, lastrado escandalosamente por la inoperancia y la corrupción. Por civismo, egoísmo y mera lógica democrática sólo el sector feligrés y menos reflexivo de los electores debería revalidarle sus votos en las próximas citas. Claro que la dimensión cuantitativa de ese sector en esta comunidad puede ser tan monumental como el encogimiento de la izquierda mayoritaria.

Una percepción, ésta, que como es sabido ha calado en la praxis política y discurso del PSPV que, a pesar de la crisis de su principal adversario, el PP valenciano, apenas se deja oír como partido crítico y alternativo cuando debiera dar la vara sin pausa, con moral de ganador. Y lo peor no es su desmayada beligerancia, sino que se sume a las propuestas conservadoras, ya sea en la política del agua, los chiringuitos, la prohibición del parany o alineándose con quienes denuncian un pretendido centralismo del cap i casal. El dirigente socialista Jorge Alarte y sus politólogos de cabecera creen que ahí está el banco electoral en el que han de pescar, y ciertamente es el gran cardúmen, como se viene demostrando. Otra cosa es que sea el suyo.

Y, por último, un brote rojo: el de la presentación celebrada estos días pasados de la coalición Compromís -Bloc, Iniciativa del Poble Valencià, Els Verds-Esquerra-, una plataforma política que ya ha tenido su rodaje parlamentario y que, superando las respectivas inercias partidarias, ha demostrado que es posible concertar programas sin perder los matices ideológicos, pues a menudo únicamente les separan contenciosos biográficos. La necesidad no sólo hace libres, que aleccionaba alguien, sino que también acaba imponiendo la sensatez, aunando churras y merinas, de no ser que se obstinen en suicidarse por separado. Un riesgo que gravita sobre toda la izquierda fetén de este país, en peligro inminente de ser laminada por el bipartidismo galopante. Confiemos en que un día el brote sea frondoso.

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