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PUES NO ESTOY MUY SEGURO | OPINIÓN
Columna
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La lista de Altares

Juan Cruz

A algunas de aquellas cenas con película que hacía Pedro Altares en su casa de Torrecaballeros, en la transición, vi llegar a Javier Solana y a Joaquín Almunia. Almunia llegó (tarde) para ver una película de suspense, Con la muerte en los talones, de Alfred Hitchocck. Todavía no era ministro de Felipe González; tenía tiempo para sentarse en cuclillas comiéndose un bocadillo mientras veía a Cary Grant. Era un chiquillo.

Solana también era un chiquillo, e iba en moto. Una vez lo vi en Inglaterra, era un joven socialista en busca de contactos. Iba en el tren como si se hubiera dejado algo urgente antes y después del viaje. Aún no había móviles, pero mientras se tomaba un sándwich de pepino parecía que sus dedos detectaban una llamada a la que debía acudir raudo. Todos teníamos prisa. La atmósfera en la que vivía Solana era esa que describe Altares en el artículo que publicó EL PAÍS el 7 de diciembre último, un día después de la muerte del director de Cuadernos para el Diálogo. Vigor democrático, felicidad colectiva, esperanza en un tiempo que, de pronto, anulaba (eso creíamos) la oscuridad de la noche de los tiempos, que diría Muñoz Molina.

Lo cierto es que allí estaban Solana y Almunia, asociados ahora en la memoria a la reconstrucción que de la época hizo Pedro. A los dos aquella aspiración generacional de estar en Europa se les cumplió por completo. El que llegó tarde a la película se ha quedado allí, y el otro se ha venido, a ayudar como ciudadano. Me han venido a la mente en Torrecaballeros y con Altares porque éste hablaba en aquel artículo póstumo de esa generación, "la generación de la democracia". Decía Altares: "Después de (...) haberla vivido, salvando las distancias, 'la generación de la democracia, como Adriano, confiesa 'estar en una edad donde la vida es una derrota aceptada". "A la vista está", decía Pedro.

Aquel artículo era un espejo del nuevo desencanto. A la vista está. Contaba Altares que a los de su tiempo (o su ilusión) la historia los puso a un lado, y ofrecía una lista de lo que no habían hecho: "El cierre inmediato de las bases americanas de España, expulsión de su embajador, denuncia y ruptura del Concordato con la Santa Sede, invasión de Marruecos en defensa del Frente Polisario, Ceuta y Melilla, y lo más importante: situar al Rey en un tren hacia Irún".

La lista era una broma. Pero el artículo era una metáfora que acaso convendría que releyeran los que piensan que el tiempo es algo que sólo le sucede a los otros.

jcruz@elpais.es

Ilustración de Matt
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