La crisis aleja el sueño capitalista
El país báltico sufrirá este año una caída del PIB del 18%, la mayor del mundo - El colapso económico obliga a buscar un modelo de crecimiento alternativo
Enfundado en ropa vieja pero limpia, periódico abierto entre las manos, Oleg Lukoshko aguarda su turno en una cola de unas 80 personas que se alarga sobre una escuálida acera de la periferia de Riga. Los letones creían haber tumbado para siempre las colas humillantes junto con sus peores pesadillas soviéticas, pero el capitalismo también puede infligir esperas infames a sus adeptos. Unos 30 metros más adelante, desde un portal verde que se abre todos los días a las doce, personal de un monasterio ortodoxo distribuye sopa de verduras y pan gratis.
A diferencia de muchos de sus compañeros de espera, cuyos alientos delatan asiduas relaciones con el alcohol, Oleg, de 52 años, tiene el tipo de pinta que uno no se esperaría encontrar ahí. No es el único que no encaja. La recesión de caballo que azota a Letonia no parece mirar a la cara a nadie. El país báltico, junto con su vecino Lituania, sufrirá la contracción del PIB más fuerte del mundo en 2009: una caída del 18%, según el Fondo Monetario Internacional (FMI).
"Me quedé en el paro hace un año", dice Oleg en la cola de la beneficencia
"Me quedé en el paro hace más de un año, el subsidio de desempleo dura sólo nueve meses, hay que pagar el alquiler. Mis hijos me ayudan lo que pueden, pero no es suficiente", resume Oleg, que presume de su formación de soldador de astillero y de su calificación de sexto grado en la escala profesional soviética.
El ascenso del paro ha sido vertiginoso en Letonia, un país con 2,3 millones de habitantes. En septiembre, la tasa se situaba en el 18%, frente al 8% de hace un año. Una situación dramática, si se considera que el Estado está al borde de la bancarrota. Sólo un rescate de 7.500 millones de euros -un tercio del PIB del país- liderado por el FMI y la UE lo ha mantenido a flote.
El impacto brutal de la crisis ha agrietado de repente el sueño de bienestar y libertad que animó el apasionado abrazo del país a Occidente tras la independencia lograda en 1991. En la actual década todo parecía ir viento en popa. Tasas de crecimiento del 10%, admisión en la UE y en la OTAN, mejores sueldos. Se hablaba de tigre báltico.
"En 2005 ya empezamos a advertir que iba todo demasiado rápido, que había demasiado crédito fácil y consumo, y poca producción de bienes. Pero los políticos no pisaron el freno a tiempo", comenta Andris Vilks, asesor para Economía y Finanzas del actual primer ministro, que tomó posesión del cargo en marzo.
La balanza de pagos con el exterior arrojaba cifras rojas del 20% del PIB al año, la deuda del sector privado se disparaba. Letonia vivía por encima de sus posibilidades. La película se acabó de repente y empezó un doloroso ajuste de cuentas. En enero pasado hubo disturbios en Riga, con un centenar de detenidos. Cayó el Gobierno. El país parecía a punto de irse al garete.
La comunidad internacional no lo permitió. Las repercusiones sobre países vecinos y varios grandes bancos habrían causado daños mucho más allá del reducido tamaño de la economía báltica. "Ahora la situación es algo más estable. El cuadro macroeconómico mejora, aunque el social sigue empeorando. El paro seguirá creciendo. Pero no tenemos otra elección que duros recortes de gasto", dice Vilks.
Así, en la misma cola de Oleg, se halla también Pavils, de 55 años, guardia fronterizo jubilado. "Yo cobraba 158 lats. Ahora me dan 142 (poco más de 200 euros)", dice. A los jubilados hubo que recortarles la pensión un 10%. Profesores, médicos y policías... todos han ido a peor. Los servicios básicos tiemblan bajo los golpes de tijera. Como Oleg, Pavils tiene las manos limpias y lleva una revista de historia en la bolsa.
"Algunos dicen que, ganada la independencia de Moscú, la hemos perdido ahora a favor del FMI y Bruselas", comenta Janis Dripe, ex ministro de Cultura y presidente de los arquitectos de Riga. "Es cierto que somos de alguna manera prisioneros. Pero creo que, a pesar de la frustración, sigue primando un sentimiento de libertad. ¡Al menos ahora somos víctimas de nuestros propios errores!", observa.
"Hubo mucha ingenuidad. Creímos que tras entrar en la UE todo podía ir sólo a mejor. La gente se endeudó locamente y dio rienda suelta a sueños acumulados durante décadas de penurias", reflexiona el director de la Biblioteca Nacional, Andris Vilks (casualmente homónimo del economista). "Ahora hay varias cosas que me preocupan", dice. Se interrumpe. Se acerca a una estantería y vuelve con un ladrillo. "Con esto rompieron una de nuestras ventanas durante los disturbios de enero. El desorden social puede ser un problema. Pero, más todavía, me preocupan la criminalidad y la emigración".
Por las calles de Riga, las octavillas que publicitan cursos de yudo invitan a prepararse para defenderse en la selva en que podría convertirse la ciudad. La emigración es un espectro inquietante en un país con un claro declive demográfico.
Quienes se queden tendrán que poner el país en un nuevo carril, reformular un modelo que ha fracasado. No les falta talento y cultura para lograrlo.
-¿De dónde viene usted? Ah, España. ¡Siempre soñé con visitar el Prado!-, dice uno de los ciudadanos que hacen cola con Oleg y Pavils.
Los últimos prisioneros de la guerra fría
Veinte años después de la caída del Muro de Berlín, la vida de 350.000 residentes en Letonia (15% de la población) sigue marcada por la URSS. Son rusos e hijos de rusos que fueron a vivir al país báltico tras su ocupación en 1940. No tienen ninguna ciudadanía, al no haber querido someterse al examen de lengua e historia que la Letonia independiente les exige para la concesión del estatus. No tienen derechos políticos.
"La definición oficial es: ex ciudadanos de la URSS que no tienen otra ciudadanía. No está mal, 20 años después, la URSS aún se hace notar...", bromea con amargura Yuri Sokolovski, copresidente de Derechos Humanos para Letonia, partido que abandera los intereses de la minoría rusa.
"Es tu país, has nacido y trabajas aquí, como los demás. Pero algunos han decidido que eres extranjero. Claro que muchos, por principio, no quieren someterse al examen". Así ve Sokolovski el asunto. Naturalmente los letones, que son el 60% de la población, no lo ven igual. Recuerdan que su territorio fue invadido, reprimido y luego repoblado. El Gobierno señala que su legislación, tras varios ajustes, recibió el visto bueno de las instituciones internacionales competentes y que el examen es simple.
En general, letones y rusos-hablantes conviven en paz, pero hay lugares que parecen una ilustración del desafío irresuelto que afronta Letonia. La línea de ferrocarril que recorre el corazón de Riga se asemeja a una herida abierta. Por un lado, el casco viejo medieval, los bellos inmuebles art nouveau; por el otro, el aterrador barrio de la Moskachka, destacable en una guía sólo para recomendar evitarlo. De tremenda fealdad, el barrio reúne la crema de la criminalidad de Riga. Moskachka es un relato de marginación social y escasa cohesión étnica. Una herida que proyecta largas sombras de frustración y recriminaciones. "A mí me cortaron el sueldo con el hacha, como a los demás", dice Ludmila Smirnova, profesora de ruso. "Pero ¿por qué de las 10 escuelas que han cerrado en Riga nueve eran rusas?", pregunta.
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