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Columna
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Agua a la francesa

Josep Ramoneda

En un país en que tradicionalmente la distancia entre lo que se dice en público y lo que se dice en privado es abismal, conviene de vez en cuando hacerse eco de algunos siseos persistentes antes de que se vayan apagando sin emerger a la superficie. Se repite estos días -en privado, por supuesto- que resulta difícil de entender, o de explicar, que La Caixa haya puesto en manos de la francesa Suez nada menos que Aguas de Barcelona. En un país que va corto de multinacionales, una de las pocas que existen la utiliza La Caixa para hacer un trueque con sus socios franceses, conforme, dicen, a una estrategia de concentración de la inversión el sector financiero y en los seguros. Aguas no es una empresa cualquiera. Es la que suministra el más básico de los recursos, el agua, a la ciudad, que además se dotó de un edificio emblemático, diseñado por Jean Nouvel, que es ya sello inconfundible del skyline barcelonés. Se trata, por tanto, de una de las pocas joyas que el poder económico catalán podía lucir. Dicen que la operación no ha hecho ninguna gracia al Gobierno catalán. Pero ya es sabido que en Cataluña el Gobierno propone y La Caixa dispone.

Aguas de Barcelona es demasiado importante para ponerla alegremente en manos extranjeras

Todo el mundo conoce el peso de La Caixa en un país sin tradición de poder financiero y sin ricos de dimensión planetaria, es decir, en las primeras páginas de la lista de Forbes. Las instituciones la han tratado siempre con temor reverencial, porque ningún gobernante puede excluir que algún día tenga que acudir a La Caixa para resolver algún problema de liquidez para pagar la nómina o para dar un empujón a algún proyecto necesitado de financiación. No en vano La Caixa es la principal máquina de creación de empresas que tiene el país. Los propios partidos políticos saben que La Caixa les puede sacar de más de un apuro en esta asignatura tan complicada que es la financiación de unas campañas electorales en las que, movidos por la ansiedad de la conquista del poder, no reparan en gastos. Hay incluso quien ha dicho que La Caixa es demasiado grande para un país tan pequeño. Con lo escasos que vamos de tamaño en el ámbito económico, no nos pongamos trágicos.

Y sin embargo, sorprende que una institución de la peculiar naturaleza jurídica de las cajas, tan mimada por el país, no tenga sensibilidad para entender que Aguas de Barcelona es demasiado importante para ponerla alegremente en manos extranjeras. Se nos dirá que el negocio es el negocio y que las entidades que empiezan a razonar en términos patrióticos siempre acaban mal. Y se nos dirá también que en la economía global poco importa la nacionalidad de los propietarios de las empresas.

Pero no podemos olvidar que cuando el Gobierno del PP cortó de raíz la OPA de Gas Natural sobre Iberdrola y cuando se frustró, ya gobernando los socialistas, la OPA sobre Endesa, hubo cierto consenso en Cataluña -al que La Caixa no era ajena- en lamentar que desde Madrid se prefiriera que una multinacional española estuviera en manos extranjeras antes que en manos catalanas. Y se repitió muchas veces entonces que en la economía global lo importante es dónde están los que tienen la última palabra. Pero, en fin, todos sabemos que en el juego de los intereses los argumentos son de perímetro variable: se acomodan con suma facilidad a la razón práctica de cada momento.

Lo cierto es que en su día nos escandalizamos porque el Gobierno español impedía que Cataluña tuviera la última palabra en una multinacional de la energía y ahora La Caixa, sin presión externa alguna, pone una multinacional catalana en manos de una empresa extranjera. Sin duda se nos inundará de argumentos para convencernos de la bondad estratégica de esta operación y todos ellos estarán bien fundados. Pero a una entidad que tiene sus raíces en las organizaciones ciudadanas, que no está sometida a la presión de los accionistas y del dividendo, y que goza de tanto favor social, cabría suponerle un gran celo en atender, sin perjuicio de sus intereses particulares, las razones de interés general. Ante el silencio de la servidumbre, que quede, por lo menos, alguna modesta discrepancia, aunque sea a beneficio de inventario. Con la electricidad en manos italianas y con el agua en manos francesas, ¿a qué puerta tendremos que ir a protestar los catalanes cuando los servicios tengan deficiencias?

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