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Columna
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Contra las cuerdas

Después del pleno de las Cortes celebrado esta semana nos queda una pregunta: ¿cuántas otras sesiones de control podrá resistir el presidente Francisco Camps? Porque lo cierto es que no se le ve equipado de argumentos para afrontar con ánimo y solvencia el hostigamiento de la oposición, armada de verdades como puños para arrinconarle contra las cuerdas de sus propias contradicciones y endeble defensa. Acoso que puede interpretarse además como un ajuste de cuentas por la arbitrariedad y mangoneo con que el PP viene degradando el ejercicio parlamentario y la misma democracia. Con el agravante de que este episodio no ha concluido y queda por delante un largo trecho que conlleva un serio desgaste para el partido gobernante y, especialmente, una cruda mortificación de su líder, que, eso sí, siempre podrá asumirla como una penitencia redentora.

A la vista de los acontecimientos, no faltarán lectores memoriosos que hayan evocado el desplome y caída de Richard Nixon en 1973, obligado a dimitir de la presidencia debido a unas trapisondas que parecían irrelevantes, pero que acabaron no solo con el titular de la Casa Blanca, sino también con su hombre de confianza, Haldeman, junto a otros colaboradores que fueron penados con años de cárcel. Fue el afamado caso Watergate. También en esta historia abundaron las grabaciones telefónicas, filtraciones y mentiras, como es el caso de nuestro molt honorable. El asunto no viene a colación únicamente por las similitudes, sino por la aleccionadora circunstancia de que supuso la derrota del partido republicano, no obstante haber obtenido en las urnas una mayoría electoral, histórica por lo holgadísima. Los votantes no transigieron con el juego sucio y doblez de sus gobernantes.

Es posible, aunque no lo creamos probable, que este precedente haya influido en los jefes provinciales del PP, decimos de Alfonso Rus, Joaquín Ripoll y Carlos Fabra, reunidos el jueves pasado en Castellón para buscarle una salida al grave enredo en que se encuentra el partido, por no hablar del letargo que inmoviliza al gobierno de la Generalitat, víctima de la anemia financiera tanto como de los apuros judiciales y flagelaciones mediáticas que afectan a quien lo preside. Una reunión impensable hasta hace cuatro días, cuando el PP respondía casi unánimemente a la voz del jefe. Pero, obviamente, tal crédito se está agotando y parece sensato tratar de salvar el colectivo antes de que se pudra su actual hegemonía. Una iniciativa consecuente con las circunstancias, pero cuya coherencia ha de abocar a estos barones a la única conclusión viable: promover un nuevo liderazgo. El actual está acabado y tal percepción se va asentando en buena parte de la grey popular que tampoco transige con que cuatro espabilados -la trama Gürtel- oficialmente amparados nos hayan tomado a los valencianos por unos inocentes periféricos a quienes exprimir.

Por fortuna, algo de positivo ha decantado todo este episodio, y es el denodado aprovechamiento de la oportunidad por parte de los portavoces de la oposición. Cada quien en su estilo todos han dado el callo, y justo es subrayar el papel del síndico socialista, Ángel Luna, que ha exhibido méritos sobrados para encabezar la candidatura a la presidencia autonómica, pero mientras que el PP ya se mueve para no perder, el PSPV da la impresión de que se obstina en no ganar. El talento ha sido raramente una credencial aprovechada en el seno de los partidos.

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