Más de 50.000 personas en la mayor marcha por el gallego de la historia
Los socialistas, incluido el ministro Caamaño, no lograron entrar en A Quintana
"No sabía que en Galicia hubiese tantos gallegos", le comentaba al vigilante del aparcamiento de la Praza de Galicia uno de los turistas que quedaron atrapados con su coche más de media hora, sin poder salir, porque la riada de manifestantes atascaba la calle. "Éstos, mañana, se apuntan a Galicia Bilingüe", bromeaba alguno de los que iban en la marcha al ver la hilera de autos que se perdía dentro del garaje. Encima de la puerta de salida de vehículos, en una pantalla luminosa, el Ayuntamiento de Santiago pasaba ese anuncio en el que Gadis invita a vivir "como galegos".
La gente no dejaba de pasar, y no dejaría de hacerlo hasta tres horas más tarde, cuando a Fran Rei (vicepresidente de A Mesa y coordinador de Queremos Galego, la plataforma que convocó el acto), le llamaron al móvil para avisarle de que todavía había grupos saliendo de la Alameda. Una pareja de municipales comentaba durante la marcha que debían de ser "más de 50.000 personas", y luego confirmaba la cifra, una vez supervisada por los mandos, el agente al que ayer por la tarde le tocaba guardia ante el teléfono: "Aquí me han dejado anotado 50.000". La organización, abrumada por las masas en movimiento, tardó tiempo en echar sus propias cuentas. "Por lo menos, 60.000 dijeron primero", pero luego repasaron sus cálculos, y en vista de los muchos que se quedaron sin escuchar el manifiesto de A Quintana, terminaron diciendo que 100.000.
Después de los integrantes de la coordinadora Queremos Galego, avanzaba sosteniendo una de las pancartas de la cabecera la plana mayor del BNG. Y, aproximadamente a medio kilómetro de distancia, perdidos entre la muchedumbre, secundaban la protesta los socialistas gallegos, con el ministro de Justicia, Francisco Caamaño, en la comitiva. Manuel Vázquez, secretario general del PSdeG, que esperó al sábado para confirmar su presencia, restaba importancia a su posición retrasada en la marcha. No es que estuviesen guardando distancias, es que se le metió "todo el mundo delante". Por eso, al final, se quedaron atascados en las rúas de la zona vieja y no lograron sitio en A Quintana.Los discursos se tuvieron que repetir dos veces, y aun así muchos se quedaron sin escucharlos. Eso ya había pasado el 17 de mayo, en la anterior manifestación por el gallego (a la que según la policía asistieron 10.000 personas) pero esta vez todo el mundo coincidía en que había más gente. Queremos Galego consiguió movilizar, incluso, a los grupos de defensa de la lengua que en tiempos adversos van floreciendo en el Bierzo, en Extremadura, en Andorra o en Canarias. A la vez que tenía lugar la manifestación en Santiago, se celebraba una reunión en pro del idioma propio y en contra de las políticas de Feijóo en Bruselas, y el Terzo da Fala de Bos Aires mandaba un comunicado excusando su presencia por hallarse a "10.000 kilómetros".
"Aquí no cabe la gente, hay que decirle a la Conferencia Episcopal que tire tabiques. Total, si se puede tirar con la lengua, se puede tirar todo el patrimonio", gritaba desde el escenario la actriz animadora, Isabel Risco. "Que tiemblen los que se niegan a sí mismos", advertía después, desde sus "95 primaveras", un emocionado Avelino Pousa Antelo. "No vamos a dejar que duerman tranquilos". Y Carlos Callón, presidente de A Mesa, le exigió a Feijóo que respete la ley, y denunció que la Diputación de Pontevedra "gastó 60.000 euros en unas jornadas contra el gallego". Hubo abucheos para Rafael Louzán, para los conselleiros que no saben gallego y para el locutor de la TVG que cubría el acto.
Cuando desistieron de entrar en A Quintana (donde, según la policía local, caben 8.000 almas), los socialistas se dejaron llevar por la corriente hasta O Obradoiro (con capacidad para 10.000). "Dicen que nos van a repetir allí el manifiesto", comentaba el diputado Ismael Rego bastante escéptico. Luego, es verdad que se releyó el manifiesto, pero los socialistas tampoco lo oyeron porque fue en la otra plaza.
Delante de Rego, otros diputados y varias ex conselleiras, entre estudiantes y banderas de Isca! y Galiza Nova (porque no había ninguna con el puño y la rosa) bajaban la cuesta empedrada Caamaño y Manuel Vázquez. El primero insistía a la prensa en que él estaba en la manifestación "en defensa del gallego y no en contra de nada". Pero el segundo aprovechaba para señalar a Feijóo como "el enemigo número uno" de la lengua. "¿Y por qué no se ve por aquí ninguna enseña socialista?", se le preguntaba. "Pues porque la mejor bandera somos nosotros", respondía.
El PP, como siempre, sólo contó con un miembro en la marcha, Rafael Cuiña (hijo de Xosé Cuiña), incondicional de las manifestaciones por el gallego que siempre acude a título personal. Los verdaderos representantes del partido en Galicia, en cambio, criticaron la presencia "insólita" del ministro y se reafirmaron en sus propósitos. Alfonso Rueda, conselleiro da Presidencia, dijo que la marcha estaba "politizada" y acusó a Zapatero de enviar a Caamaño para actuar como "telonero" del nacionalismo. Feijóo, por su parte, volvió a hablar de trilingüismo y de bilingüismo armónico. Una perspectiva de la realidad que se aprecia desde San Caetano pero que cambia radicalmente desde A Quintana. Pilar García Negro, del BNG, ha bautizado esta política como "bilingüismo abrasivo y detergente". Desde Vigo, la presidenta de Galicia Bilingüe, Gloria Lago, acusaba a los manifestantes de querer "reducir libertades".
Pero en el acto reivindicativo había muchos castellanohablantes que opinan que el que corre peligro es el gallego. La manifestación, a pesar de la multitud, transcurrió en tono pacífico, y el único incidente fueron unas pintadas. Parecía más bien un día de fiesta, con mucha música, en la que además de las habituales piruletas que manchan la lengua de azul se despacharon botellines de Galicola, un refresco fabricado en Vilagarcía. Cuestan un euro, pero todos los compraban, porque parte de lo recaudado se destinará a desarrollar proyectos de normalización.
Entre las pancartas, todo un corral de galiñas azules, a veces desplumadas, a veces acompañadas por el águila imperial del escudo franquista y por la gaviota del PP. Y bastantes mascarillas para proteger a los niños de la gripe G, ese mal que puede acabar con la lengua del Estado.
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