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La máxima protección para el frontón Beti-Jai no ha impedido su total abandono
Columna
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Una corazonada de pelotas

En el número 7 de la calle del Marqués de Riscal, a una sola manzana del paseo de la Castellana y a pocos pasos de la glorieta de Rubén Darío, en una de las zonas más exquisitas de nuestra ciudad, rodeada de los más señoriales edificios y acaso defendida en silencio por plátanos de sombra centenarios, desfallece una joya. Hay que decirlo a voces, aunque su belleza impulsaría a destinarle la cadencia de un secreto. Porque se trata de una joya arquitectónica, única de su estilo en el mundo, y porque es una joya de la más estilosa memoria madrileña: el frontón Beti-Jai.

Obra del arquitecto cántabro Joaquín de Rucoba, que fue autor del Teatro Arriaga de Bilbao y que lo concibió para el juego de pelota vasca (muy del gusto de una época en que lo vasco se identificaba con la excelencia y no con la excrecencia), se inauguró en 1894 en lo que entonces se conocía como el "ensanche de Madrid". En el Beti-Jai han sucedido cosas tan curiosas como que el ingeniero Leonardo Torres Quevedo realizara allí, con la ayuda de un triciclo, los primeros ensayos públicos de su Telekino, un artilugio que pretendía dar órdenes a distancia a aparatos capaces de imprimir el movimiento dispuesto a un vehículo, un tren o un buque, como confusamente informó en 1905 la revista La Ilustración Española. En realidad (dice ahora Wikipedia) se trataba de un autómata que ejecutaba órdenes transmitidas mediante ondas hertzianas. Constituyó el primer aparato de radiocontrol del mundo y fue pionero del mando a distancia. Por cierto, que Torres Quevedo rechazó el cargo de ministro de Fomento que le ofreció Alfonso XIII. Hay gente, qué alivio, que es así: bastante tenía con sus inventos, con la práctica del esperanto y con la construcción del primer dirigible español y de teleféricos y funiculares tan famosos como el que aún atraviesa las cataratas del Niágara.

Después, el Beti-Jai fue testigo de mítines y asambleas; en 1919 albergó una fábrica de coches Studebaker cuya publicidad los presentaba como "una maravilla de la técnica americana" y cuyo modelo Torpedo costaba 14.000 pesetas (un potosí, que podría decir Evo Morales); durante la Guerra Civil fue comisaría y cárcel; en los primeros años de la dictadura franquista, lugar de ensayo de bandas musicales vinculadas a Falange; y en 1987 aparece en el largometraje Madrid, de Basilio Martín Patiño. Cuando, en 1977, el Colegio de Arquitectos de Madrid solicitó su consideración de monumento nacional, se refirió a él como un edificio de estilo neomudéjar que combina "un diseño virtuosista junto con una gran economía de medios", en el que la cancha de juego había convivido con numerosos salones, despachos, cafetería, cocina y enfermería, además de palcos, plateas, sillas y gradas. Hacía poco que había desaparecido el frontón de Recoletos, que, aunque de extraordinaria calidad, se prefirió demoler (y convertir en edificio de viviendas, que sale más a cuenta) que restaurar, y el Beti-Jai estaba ocupado por un taller de reparaciones de coches y una chapistería. Todo muy castizo, que por algo estamos en el distrito de Chamberí. Ante el abandono del frontón, con el objetivo de mantenerlo en pie y "como única forma de salvarlo de la especulación económica", el Colegio de Arquitectos pidió entonces su conservación, su restauración y su destino a un uso adecuado (deportivo, cultural: ciudadano; que sus galerías "se abran a la colectividad"). Y hasta hoy.

La máxima protección para el frontón Beti-Jai conseguida finalmente por el COAM; las sucesivas ventas y subastas de que ha sido objeto, a través de cuyos diferentes registros se observan los pelotazos económicos que han propiciado; la pintoresca intervención de Montserrat Corulla, empeñada en convertirlo en un hotel de lujo; la referencia al mismo en el ínclito blog de Iñaki Anasagasti, que le querría poner en todo lo alto una ikurriña capaz de competir con la enseña nacional que puso Aznar en la plaza de Colón, no han impedido su total abandono. Quien quiera comprobar todos estos extremos no tiene más que entrar en la web frontonbetijaimadrid.org, de la Plataforma Salvemos el Frontón Beti-Jai de Madrid. La Plataforma nació en 2008, después de que un vecino de la zona lograra acceder al frontón, hacerle fotos y colgarlas en internet en un blog creado por su portavoz para dar la voz de alarma: "Soy un vecino de Chamberí y mi motivación en este tema no tiene que ver con ningún tema político o similar. Tan sólo me motiva dar a conocer la situación del frontón y conseguir que salga adelante un plan que incluya su rehabilitación con el único objetivo de que revierta en beneficio de todos, sobre todo de los vecinos. ¿Un centro cultural? ¿Un polideportivo? ¿Un museo? ¿Una sede deportiva para los Juegos Olímpicos? Da igual. Lo importante es que tenga un uso público que permita su conservación y el disfrute del mismo por parte de los vecinos y del resto de los ciudadanos", escribía Igor González Martín, uno de esos nombres propios que pasaría a la historia del anonimato si no fuera porque es probable que pase a la historia de nuestro patrimonio histórico. Tengo esa corazonada. Ya han conseguido el apoyo de la UNESCO y el Club de Debates Urbanos les ha dado el Premio Compromiso Urbano 2009. Para Madrid, el premio es tener vecinos como ellos. Gracias, de corazón, por esas pelotas.

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