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Cuando la ciudad quema

Si uno sale a la calle y cree ver a un perro bailando la samba en un paso de peatones, no es la resaca de ayer ni que se haya vuelto loco de repente. Es simplemente que hace un calor abrasador. El pobre can se está quemando las patitas y ya no sabe dónde posarlas. Ayer, cuando la temperatura en Madrid alcanzó los 36,1 grados, "puf! qué calor, parecen 40", esa escena pudo verse más de una vez. Ésta es una vuelta por la selva de una ciudad resignada a sudar la gota gorda. Predominaban ya a las once de la mañana los gorros y las gorras en el estilismo madrileño. De todas clases, modelo militar, modelo béisbol, modelo marinero, sombreros de paja, de tela o de fieltro, incluso los fulares hábilmente atados a la cabeza zafaron a muchos de una más que posible insolación. Aun así, y hasta última hora de ayer, el Samur no tuvo que atender ninguna lipotimia. Probablemente no era el mejor día para estar en la calle, pero a muchos no les quedó más remedio.

La jornada comenzó a naranjazo limpio en Santa Ana
El Mercado de San Miguel triunfó con sus ventiladores y difusores de agua

Madrid vivía una jornada mitad laborable y mitad festiva en un día de verano muy caluroso. Chueca, el corazón bullanguero de la ciudad en estos días de Orgullo, amanecía con las galas puestas pero de resaca, con las barras pegajosas todavía de la noche anterior y preparándose para una nueva jornada lúdico-festiva con carrera de tacones incluida.

Y mientras ese rincón de la ciudad se desperezaba a golpe de bloody mery's, en la plaza de Santa Ana estaban a naranjazo limpio con Steve-O y Matt Hoffman, dos de los componentes y amantes del dolor más populares de Jackass (la serie que popularizó la cadena americana MTV). Una especie de improvisado Shoot the freak al más puro estilo de Coney Island, sólo que en este caso se trataba de cañonazos de naranjas de cuarto de kilo en lugar de pelotazos de goma. Lo de menos, por tanto, era el calor. No se preocupen si no comprenden nada, el lema del evento lo dejaba muy claro: "No todos lo entienden, tampoco nos importa".

Fue de las pocas actividades culturales programadas en la calle durante el día. Pero ni a los currantes, de toda clase, ni a los turistas (de toda clase también) les amilanó el calor. Los ejecutivos optaron por aflojarse la corbata y los obreros por llevar bolsas nevera en camiones y furgonas para tener siempre agua fresquita a su alcance. Mas originales fueron otros, como Jakelin, que en su actividad cotidiana vio un espacio abierto y se metió dentro a curiosear y a resguardarse de la solanera.

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Era el número 24 de la calle de Atocha donde 11 de artistas madrileños o residentes en Madrid han convertido una antigua tienda de telas -y futuro centro comercial al estilo Mercado de Fuencarral: "Escaparate Atocha 24", se llamará-, en un centro de exposiciones de sus obras. Una vez más las administraciones, ni flores. Ni Ayuntamiento ni Comunidad tienen nada que ver en esta propuesta de creadores made in Madrid llamada HAMBRE, gestionada, y nunca mejor dicho, al más puro estilo de Juan Palomo (yo me lo guiso, yo me lo como). La empresa inmobiliaria que desarrollará el proyecto del nuevo centro comercial llegó a un acuerdo con los artistas para cederles el espacio durante dos semanas (hasta el próximo domingo) y así, de paso, lo promocionarían entre los que probablemente puedan ser sus futuros clientes. Ayer más de uno se topó con la puerta de ese magnífico edificio de tres plantas abierta y fresca y entró: "Está curioso", decía Jakelin a la salida, "yo también pinto y ha sido un hallazgo inesperado tanto por las obras como por el fresquito".

Al salir, algo más tarde, un nuevo golpe de calor, más fuerte si cabe. Entonces sí que parecía que había hambre. Era casi la hora de comer y las calles presentaban un aspecto cada vez más desierto. ¿Dónde se han metido todos?

La plaza Mayor casi vacía, cuatro valientes en las terrazas y el Dioni: "No pasen calor, entren dentro, tenemos gazpacho". Éste no era el que se fue al Caribe con cientos de millones robados a pasárselo en grande hasta que llamó la atención de la policía. Este Dioni era un camarero de toda la vida de la taberna Magerit ("Que significa Madrid en árabe", aclaraba) y que trataba de convencer, carta en mano, a los transeúntes de que se tomaran algo en su bar. Pero donde realmente se concentraban los turistas era en los soportales de la plaza, a mordiscos con los bocatas de calamares. Pero, ¿dónde se ha metido todo el mundo?

Y al salir del soportal, el Mercado de San Miguel parecía un hormiguero. ¡Estaban allí! disfrutando de los ventiladores y los difusores de agua, tomando cañas y pinchos. Ayer este mercado de gourmet triunfó.

Y es que el sol partió en dos hasta la calle de Preciados. La gente se concentraba en el lado de la sombra dejando libre la mitad del paseo. Y hasta las prostitutas de Montera cambiaron de calle y se plantaron en Caballero de Gracia en esas horas asfixiantes. Los gays de Chueca empezaron a salir descamisados de sus madrigueras y a las cuatro de la tarde ya tomaban cervezas a pecho descubierto. En el paseo del Prado la gente optaba por la terraza del Café Gijón que, aunque está muy lejos de parecerse a Palm Spring (en pleno desierto americano uno puede vivir en una especie de leve ducha perpetua gracias a los ventiladores acuáticos), han puesto también difusores de agua que la llenan de frescor. "Es lo mejor que han podido poner aquí", decía Fernando, uno de los camareros, mientras plantaba su cara delante de uno de ellos, parecido a los instalados en el Círculo de Bellas Artes (en la foto). Esos aparatos consiguen que cualquiera se abstraiga de las incesantes obras que asedian la zona, parece que nadie se movería de un sitio junto al ventilador aunque alguno de los obreros gritase que por fin han encontrado el tesoro.

Caía la tarde. En la plaza de Tirso de Molina, Óscar y Manuel se remojaban los pies en la fuente que baña la escultura de Fray Gabriel Téllez (que era el verdadero nombre del dramaturgo español). Y en Chueca ya se ponían los tacones los corredores para cruzar la calle de Pelayo. El ganador, Juan Carlos (a la derecha en la foto), ganaba 500 euros. "Para mi viaje a Roma", decía. Los perdedores, como Ismael y Jorge, con zapatos prestados, se conformaban con la experiencia: "Me quedo con el calor de la gente". A esas horas y en ese ambiente el otro calor ya se había olvidado. Que siga la fiesta (en Chueca).

Un niño se refresca en las fuentes de la plaza de Tirso de Molina, en Centro.
Un niño se refresca en las fuentes de la plaza de Tirso de Molina, en Centro.ULY MARTÍN

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