Lenguas
Vivimos en una sociedad bilingüe. Esto, que puede parecer un hecho, es en realidad una interpretación. Sin alejarme demasiado de casa, no se me hace raro oír, además de castellano y euskera, otras lenguas: rumano, ruso, árabe, inglés... Sé de un grupo de ciudadanos donostiarras -algunos de origen alemán, otros no- que se reúnen todas las semanas para practicar el alemán. En todos estos casos se trata de grupos minoritarios, cuyos derechos se ven limitados al ámbito privado, pero cuya existencia no deja de constituir un hecho que configura nuestra realidad. Somos, y de manera creciente, sociedades plurilingües. El dato no crea problemas por diversas razones, entre otras -y creo que es la principal- porque la propia sociedad se pertrecha para que no los cree, tarea que a veces suele ser exitosa y otras no tanto.
El principal instrumento de esa defensa es la oficialidad, un instrumento que proporciona un alto grado de estabilidad, pero que en ningún caso es inmutable. El plurilingüismo al que me he referido puede resultar en nuestro caso anecdótico, si bien nada impide que por diversas razones alguna de esas comunidades hoy minoritarias experimente un crecimiento desmesurado y reivindique para su lengua de uso un trato similar al de las lenguas oficiales. En un futuro quizá no demasiado lejano puede llegar a ocurrir eso con el inglés. Si se da el caso, la comunidad política tendrá que tomar una decisión al respecto y, digámoslo así para ser breves, tendrá que negociarla para que sea lo menos dañosa posible.
Sirva todo lo anterior, que parece poco probable, como ilustración de algo que ya ha ocurrido ente nosotros. Somos una comunidad bilingüe porque tenemos dos lenguas oficiales, pero éste es un hecho relativamente reciente. Hubo una comunidad lingüística minoritaria, la euskaldun, que, por razones en las que no me voy a detener -y que entrarían sin duda en el terreno de la interpretación- se sentía vejada en sus derechos y reivindicó y logró para su lengua la cooficialidad junto al castellano. Y la cooficialidad se planteó con un objetivo muy preciso, fruto también seguramente de la interpretación y no del hecho, pero que fue aceptado con un consenso abrumador.
La oficialidad del euskera no trataba de otorgar derechos a una comunidad diferenciada, distinta por su lengua a otra, mayoritaria, asentada en el territorio. No, el objetivo de la cooficialidad era el de lograr el bilingüismo real de toda la ciudadanía vasca, y la legislación posterior derivada de ella ha ido encaminada en esa dirección. Podría haber sido otro el objetivo, pero fue ése y, aunque tuvo sus damnificados, disfrutó de un amplísimo consenso político y social que sólo se ha visto alterado recientemente. Fue la anterior Administración la que de forma imprudente rompió ese consenso, y es a la actual a la que le corresponde restablecerlo, lo que implica respetar el objetivo fundamental de partida. Hablaremos del modelo A la próxima semana.
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