Un refrán falso en la plaza Mayor
Don Rodrigo fue degollado, no ahorcado, tal como afirma el dicho popular
Los visitantes recogen folletos en la oficina de turismo de la Casa de la Panadería como si no hubiese mañana. Muy pocos, sin embargo, se molestan en visitar la exposición sobre la plaza Mayor que hay en el anexo Salón de Bóvedas. Hacen bien, consiste en unos cuantos paneles y un vídeo sin audio, y aunque explica por encima la interesante historia de la plaza, se centra en el no tan sexy proyecto municipal para acicalarla y colocarle unos contenedores futuristas de basura. Entre los objetivos del proyecto: "Fomentar la multifuncionalidad de la plaza".
En una esquina hay un panel sobre sus usos pasados: antes de que los políticos inventasen palabras como multifuncionalidad la plaza fue mercado, coso taurino, teatro, juzgado inquisitorial y patíbulo. Hay grabados que muestran las corridas y los autos de fe (con dos jaulas, como de gogó, para los reos y dos sillas, como de juez de tenis, para los que leían la sentencia). Sobre las ejecuciones, apenas una línea. Lástima, seguro que a los turistas les interesaba más ese tema.
La frase "tener más orgullo que Rodrigo en la horca" esconde varias mentiras
Tal fue su entereza en el cadalso que pasó de político corrupto a héroe
La historia del cadalso madrileño (que a principio de 1800 pasó a la plaza de la Cebada, luego a la Ronda de Segovia, y luego a Cea Bermúdez) ha dejado hasta una huella en el idioma, el refrán "tener más orgullo que don Rodrigo en la horca", que encierra varias mentiras. La primera: de horca nada. Don Rodrigo Calderón, marqués de las Siete Iglesias, ejecutado por asesinato, era noble, y el verdugo le cortó a cuchillo la garganta frente a la Casa de la Panadería (a los de garrote vil se les mataba frente a la Casa de la Carnicería).
¿Por qué quedó entonces que fue ahorcado? "Quizá porque a todo el tinglado del cadalso lo llamaban la horca, o porque los ciegos que contaron después la historia la fueron deformando", explica Eduardo Tejero, profesor de la Complutense experto en literatura de tradición oral. "Lo importante de un refrán no es su veracidad, sino que encierre una lección y la gente lo adopte".
El pregonero que iba delante de la mula enlutada de don Rodrigo dejaba bien claro lo del degüello: "Ésta es la sentencia y la justicia que manda hacer el Rey nuestro señor a este hombre porque mató a otro alevosa y asesinamente; por lo cual le manda degollar. Quien tal hizo que tal pague".
Un pregón breve que puso del lado del reo a todo el que lo escuchó. En 1621, matar a otro hombre no era para tanto. Mucho menos si uno era noble y le habían tocado el honor. Don Rodrigo confesó haber mandado asesinar a Francisco Juara porque alcahueteaba para un músico que quería algo con la señora marquesa. De haber sido noble, le habría retado, explicó durante su juicio, pero como era plebeyo, envió a un amigo.
Aunque asesino, don Rodrigo no fue ejecutado por eso. El rubicundo marqués, hijo de flamenca, empezó como paje en casa del duque de Lerma y acabó como hombre poderoso de Felipe III. Se forró en el cargo, amasando riquezas y enemigos. De sus chanchullos queda, por ejemplo, el cuadro de Rubens La adoración de los Reyes Magos (hoy en el Prado), que le "regaló" la ciudad de Amberes a cambio de favores comerciales. Pero cuando el duque de Lerma perdió el enchufe, su némesis, el conde duque de Olivares, se cebó con su protegido y decidió ejecutarle en cuanto coronaron a Felipe IV. Antes le tuvo preso 32 meses, acusado de cuatro muertes, 244 abusos de poder, el envenenamiento de la reina (que murió de sobreparto) y de usar "hechizos" para ganarse las simpatías del rey.
Don Rodrigo negó todo, a pesar de las torturas. El tremendo auto del tormento (con potro, agua y cordel) se puede leer íntegro en el libro del XIX Causas célebres históricas, que está colgado en Google Books.
Durante su encierro, don Rodrigo se refugió en la fe, y llegado el momento final se tomó la pena como un santo. Se negó a entrar a la plaza por la calle de la Amargura (hoy Siete de Julio) porque no se sentía un condenado cualquiera, y abrazó y besó al verdugo. Tal fue su entereza sobre el cadalso de madera en el centro de la plaza que en los tres cuartos de hora que duró el acto pasó de político corrupto a héroe popular. Incluso los poetas que habían cebado su sátira contra él cuando era poderoso, escribieron a su muerte elegías.
El conde de Villamediana lo resumió así en un soneto: "Viviendo pareció digno de muerte, / muriendo pareció digno de vida". La sangre de este poeta también salpica la plaza Mayor, en una de cuyas puertas fue asesinado un año después de don Rodrigo, supuestamente por tener un lío con la reina. De aquello queda otra frase: "Picar alto". Se supone que durante una corrida del conde picador en la plaza Mayor alguien le comentó a Felipe IV, "¡Qué bien pica el conde!", a lo que el rey contestó, "bien, pero pica alto".
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