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LECTURA

La caza y captura de El Solitario

A ese tío le tenemos que trincar nosotros, Santi. Este tema lo tenemos que sacar tú y yo -bromeó el comisario Emilio Alcázar al poco del atraco de La Moraleja.

-¡Bueno...! ¿Qué dices, Emilio? Tú estás de cachondeo...

-Nada de cachondeo. Nosotros somos los mejores.

-Sí, bueno, en quince días lo trincamos -le replicó, tratando de quitarse de encima al jefe y amigo.

El comisario Alcázar y el inspector Santiago Calvo se conocían desde muchos años atrás. Y eran amigos. Juntos habían investigado un montón de asuntos y juntos habían mandado a la cárcel a un buen puñado de ladrones y atracadores. Ahora estaban ambos destinados en la Brigada Judicial de Madrid.

El tío del que hablaban los dos policías era un fantasma, un hombre que desde el año 1993 estaba asaltando bancos impunemente, ya que las fuerzas de seguridad no habían logrado identificarle. Lo hacía solo. Por eso, la prensa le bautizó inicialmente como El Atracador Solitario y, más tarde, para ahorrar letras, como El Solitario. Pero, además, había la firme sospecha de que era quien había cosido a tiros a los guardias civiles Palmero y Vidal en Castejón (Navarra) el 9 de junio de 2004.

El atracador tuvo un incidente de tráfico con un guardia civil en 2007. ¡Cuando toda la Guardia Civil estaba tras su rastro!
"Un confidente me ha contado quién es ese tío que sale constantemente en los periódicos y en la televisión"

Era mayo y hacía calor en las desangeladas oficinas de la Brigada Judicial de Madrid, en el edificio policial de la calle del Doctor Federico Rubio y Gali, a tiro de piedra de la glorieta de Cuatro Caminos. El atraco de Toro había desencadenado de nuevo el interés ciudadano hacia el misterioso personaje que, disfrazado con peluca y barba postiza, venía burlándose de la policía y la Guardia Civil desde tanto tiempo atrás.

-Que sí, Santi. Que a ese cabrón le tenemos que ligar nosotros -insistía el comisario.

-Venga, Emilio... Pero si hay un montón de gente detrás de él desde hace mil años y no ha conseguido nada... ¿Cómo lo vamos a lograr nosotros? Además, la mayoría de los palos los ha dado en demarcación de la Guardia Civil... -replicó el inspector intentando zanjar las bromas de su superior.

-¿Te olvidas de que también ha entrado en nuestro territorio? ¿No atracó hace tres meses un Banco Popular de la carretera de Canillas? ¡A doscientos metros de donde tenemos los servicios centrales! ¡Tiene cojones! Y eso, que yo sepa, está en Madrid. En nuestro territorio, Santi. (...)

Los guardias civiles y los policías, por separado, seguían sus propias pistas, movilizaban a sus propios confidentes y después se reunían de cuando en cuando para intercambiarse datos. Pero las pesquisas no llegaban a buen puerto: el escurridizo atracador jamás había dejado una huella dactilar; nunca había perdido un pelo que sirviera para extraer su ADN y al menos tener así su perfil genético; aparentemente nadie le conocía... Frustrante. (...)

Alcázar y Calvo empezaron a obsesionarse con el personaje. Como un veneno. Era lo que les ocurría cada vez que se metían a fondo en un asunto. Ya les había pasado otras veces. Cada día intercambiaban sospechas, barajaban hipótesis, elucubraban sobre quién pudiera ser el delincuente que durante tantos años se estaba burlando de la colosal maquinaria policial del Estado. Desde luego, estaba claro que era un sujeto que los tenía bien puestos para lanzar semejante desafío y mantenerlo a lo largo de más de un decenio sin apenas cometer fallos.

El comisario Alcázar había sido uno de los artífices de la recuperación de la valiosa colección de cuadros -entre otros, lienzos de Goya, Brueghel, Fujita, Sorolla y Pissarro- sustraída en el verano de 2001 de la mansión madrileña de la rica empresaria Esther Koplowitz, en el paseo de La Habana. Un día se le ocurrió montar un mapa de España y marcar con chinchetas los lugares en los que había actuado El Solitario. Después, intentó unir cada uno de esos puntos con hilos de diversos colores -uno para las fechas, otro para las zonas geográficas- para ver si aparecía una figura geométrica o alguna otra cosa que indicara que sus golpes obedecían a alguna lógica. (...) El inspector barruntó que El Solitario pudiera ser alguien que tuviese un trabajo -un trabajo honrado, claro- y que aprovechase los días de ocio para sacarse un sobresueldo desvalijando bancos. Si así fuese, tendría que tratarse de alguien con movilidad, alguien que hoy estaba aquí y mañana allí, alguien cuyo empleo le sirviera de tapadera para justificar sus constantes desplazamientos a lo largo y ancho de la Península. ¿Un conductor? ¿Quizás un viajante comercial? No, imposible.

De pronto recordó que años atrás había sido detenido -por atracar bancos- un policía de Zaragoza destinado en la Brigada Móvil, uno de esos que van de incógnito en los trenes y que realizan controles -¿me permite su documentación?- por sorpresa entre los viajeros. El tío se subía al tren y, al llegar a su destino, se bajaba tranquilamente y, en vez de irse a descansar al hotel, se encaminaba a un banco, sacaba su pistola y se llevaba el dinero. Jamás pegó un tiro a nadie. Era un hombre que se había divorciado y estaba escaso de pasta y acuciado por las deudas. Ése podría ser. Y, además, explicaría la buena puntería y el fácil manejo de las armas que El Solitario había demostrado a lo largo de su carrera.

Calvo buscó en los archivos y encontró el nombre del compañero que aprovechaba sus ratos libres para limpiar bancos. Decidido a seguir este rastro, realizó indagaciones para saber en qué ruta ferroviaria estaba prestando servicio en ese momento. Sin embargo, todas sus ilusiones se vinieron abajo cuando comprobó que sus sospechas no tenían ni pies ni cabeza por la sencilla razón de que aquel policía... estaba muerto. ¡Estaba criando malvas desde hacía varios años!

El Solitario era frío, inteligente, astuto, metódico y puntilloso. Pero, además, llevaba años teniendo la suerte de cara. Las cámaras de seguridad de los bancos le habían grabado a él y al Suzuki en el que escapaba, pero jamás habían captado la matrícula del vehículo. Por eso, la Guardia Civil había rastreado uno a uno los coches de este tipo que hay o ha habido en España. Miles de horas siguiendo una pista que conducía a la nada. Fracaso tras fracaso.

Lo de Sarria había significado para El Solitario la vuelta a las andadas después de casi dos años de silencio y aparente inactividad tras el presunto asesinato de los dos guardias civiles de Castejón. Pero volvió y lo hizo con una pasión desaforada, como si tuviera prisa: el 10 de mayo de 2006 golpeó en un banco de la elitista urbanización de La Moraleja (Madrid); dos días después, en Tres Cantos (Madrid); el 10 de octubre, en el Banco Popular de L'Alcúdia (Valencia); el 11 de noviembre, en una caja de ahorros de Ávila; el 14 de diciembre, en San Agustín de Guadalix (Madrid); el 7 de febrero, en el Banco Popular de la Carretera de Canillas, y el 18 de mayo, en Toro (Zamora).

Al repasar el listado de los últimos robos, el inspector Calvo se dio cuenta de que, en efecto, El Solitario se estaba volcando en Madrid y que había tenido la desfachatez de atracar una sucursal en la mismísima capital de España, con el riesgo que eso conlleva: una ciudad infestada de policías, guardias civiles, agentes secretos, escoltas de altos cargos y vigilantes jurados. Por tanto, era más que evidente -cristalino- que había entrado en su jurisdicción.

El 29 de mayo de 2007 sonó el teléfono en el despacho del comisario Alcázar. Era media tarde. A él le gustaba llegar a esa hora muerta para despachar papeles, estudiar informes y analizar diligencias. La brigada estaba casi desierta.

-Emilio, ¿cómo estás? ¿Qué tal te trata la vida? ¿Te acuerdas de mí?

-¡Hombre, Pedro...! ¿Cómo no me voy a acordar de ti? ¿Qué tal lo llevas por ahí? -preguntó el comisario a su interlocutor.

-Bien, bien... No me puedo quejar. (...)

-¿Y a qué se debe tu llamada, Pedro? ¿Te puedo ayudar en algo?

-No. Nada. Mira es que igual te interesa algo que me han contado de ese fulano que llaman El Solitario.

-Claro. ¡Menudo pájaro! Ya me gustaría a mí echarle el guante. ¿Tú sabes algo? Cuenta, cuenta...

El que llamaba a Alcázar era un compañero de Alicante, un viejo amigo con el que había compartido muchas horas cuando cinco o seis años atrás estuvo destinado temporalmente en esa ciudad. (...) -Óyeme, Emilio. Tengo un amigo que es un ex guardia civil de Tráfico que me ha contado que un confidente, un ex atracador, le ha dicho quién es ese individuo que sale constantemente en los periódicos y en la televisión. He visto que hace poco ha dado un atraco ahí, en Madrid, al lado del complejo de Canillas. ¡Vaya cojones!

-Sí, eso parece. No me jodas que te han dicho cómo se llama... ¿Lo sabes? -inqui-rió Alcázar.

-Pues me dice que es un tal Jaime Giménez Arbe. ¿A ti te suena de algo?

-Ni puñetera idea.

-Mira, Emilio. Este picoleto me dice que se lo ha contado a sus compañeros de Alicante, pero él cree que no han hecho nada. Ni el menor caso. Y el hombre me asegura que la fuente es fiable.

-Bueno, pues vamos a mirarlo. Muchas gracias, chaval. A ver si nos vemos pronto...

Al rato de colgar el teléfono a su colega Pedro, el inspector de Alicante, Alcázar telefoneó a Santiago Calvo.

-Santi, acércate por mi despacho que te quiero comentar un asunto -ordenó a su subordinado con su socarronería habitual no exenta de cierto tono de intriga.

En cuanto Santiago Calvo entró en la habitación, tan aséptica y funcional como un apartamento de alquiler, Alcázar le alargó el papel en el que había escrito un nombre -Jaime Giménez Arbe- y un impreso con la foto del DNI en vigor.

-¿Jaime Giménez Arbe? No me suena de nada. ¿Éste quién es? -preguntó risueño, temiéndose que el asunto fuera un marrón, un encarguito que le iba dar más trabajo del que ya tenía con los ladrones de tiendas y los aluniceros que saqueaban los comercios tras empotrar un coche en los escaparates.

-Me ha llamado un colega de Alicante y me ha dicho que le han contado que este tío puede ser El Solitario. Vamos a ver qué sabemos de él -explicó el comisario.

-Lo que me suponía: un marrón. ¿Qué tengo que ver yo con El Solitario? -rezongó Calvo, antes de ponerse manos a la obra.

Consultaron los archivos del DNI y vieron que Jaime Giménez Arbe había nacido en Madrid el 12 de enero de 1956, que era hijo de Jaime y Soledad y que tenía su domicilio en el número 29 de la calle del Galeno, en Las Rozas (Madrid). Consultaron las bases de antecedentes delictivos, la base de datos de Tráfico... Salían muy pocas cosas del tal Giménez Arbe: nueve detenciones por tenencia y tráfico de drogas, robo con fuerza y lesiones, constándole la última detención el 11 de octubre de 1983 por haber causado heridas a otra persona en el curso de una pelea. Nada importante. Ese fulano no tenía ningún coche a su nombre, llevaba un montón de años sin pisar una comisaría y nada indicaba que pudiera ser el tipo que desde hacía 13 años estaba atracando bancos y del que se sospechaba que había matado a tiros a dos guardias civiles.

-Pues me han dicho que la fuente informante es buena. Tendremos que mirarlo con más calma. No vaya a ser que... -sostuvo Alcázar. (...)

Alcázar y Calvo, en vez de irse a sus casas, decidieron echar unas horas extras. Su intuición les decía que estaban en el buen camino, que la pista era buena, que el chivatazo procedente de Alicante tenía fundamento. Fueron a la calle del Galeno, en una urbanización de medio pelo de Las Rozas, donde constaba que el tal Giménez Arbe tenía su domicilio. (...)

La pareja de investigadores merodeó el primer día por el chalé de Giménez Arbe y descubrió que éste lo tenía plagado de cámaras de videovigilancia. ¿Para qué tantas cámaras? ¿Qué guardaba ese tío para necesitar tanta protección? Eso les mosqueó. Y, más aún, cuando una noche vieron aparcado en la calle un todoterreno cubierto con una lona de protección. Calvo simuló que se le había caído algo al suelo para así levantar la lona y mirar disimuladamente su matrícula. Unos minutos después llamó por el transmisor portátil a la emisora central de la policía.

-A ver si podéis comprobarme esta matrícula. Me interesa saber el modelo del vehículo y quién es su titular -explicó Calvo.

El operador de la emisora tardó unos segundos en teclear los números y las letras de la placa. Y allí, en la pantalla del ordenador, como por ensalmo, aparecieron los datos que le reclamaba el inspector Calvo.

-Atención... ¿Me escucha? Es un vehículo de la marca Suzuki, propiedad de....

Al policía casi se le salió el corazón del pecho. Se trataba de un Suzuki, un coche como el que los testigos habían visto huir en más de un atraco atribuido a El Solitario. Sin embargo, su emoción se vino abajo cuando acto seguido le dijeron que el dueño estaba domiciliado en la calle del Galeno, pero no en el número 29. Era, sin duda, propiedad de un vecino de Giménez Arbe, que residía en la misma calle y en la misma urbanización. ¡Qué fiasco!

Los dos polis se enteraron de que Giménez Arbe había tenido en mayo de 2007 un accidente de tráfico, una colisión, en Las Rozas. El incidente se había producido en el cruce de la travesía de Navalcarbón con la calle de Camilo José Cela, muy cerca de su casa de la calle del Galeno. En aquella ocasión aseguró que había sido embestido por un Skoda Fabia cuyo dueño se había negado a identificarse. En medio de la trifulca, llegó la Policía Local y comprobó que el conductor del Skoda era Manuel Verde, un guardia civil domiciliado en Galicia. ¿Un guardia civil? Era como de chiste: toda la Guardia Civil persiguiéndole... y hete aquí que tiene un accidente de tráfico con un guardia civil. Los caprichos del azar. (...)

El lunes 18 de junio, Calvo y varios de sus muchachos volvieron bien de mañana a la casa del sospechoso y le vieron salir conduciendo la Renault Kangoo. Le siguieron hasta un taller mecánico del polígono Európolis. Y discretamente observaron que se trataba de un hombre de 1,75 de estatura, algo grueso, un poco barrigudo, de tez morena, aspecto tosco, manos grandes, pelo castaño y flequillo.

-Joder, es él. Fíjate cómo anda. Tiene los mismos andares que el tío que sale en las grabaciones de los bancos atracados -susurró Calvo a uno de sus subordinados.

-¿Tú crees que es él?

-Mírale las cejas, la nariz, los ojos azules... A mí se me parece mucho. Si no es él, es un hermano gemelo. -

El Solitario. La caza y captura del atracador de bancos más famoso. Jesús Duva. Editado por Aguilar. 17 euros.

Jaime Giménez Arbe, poco después de ser detenido por la policía portuguesa, el 23 de julio de 2007, en la comisaría de Coimbra (Portugal).
Jaime Giménez Arbe, poco después de ser detenido por la policía portuguesa, el 23 de julio de 2007, en la comisaría de Coimbra (Portugal).

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