"Ya no se puede vivir aquí"
Familias de Valdemingómez, algunas con 70 años de residencia, no aguantan más y aceptan abandonar su barrio en la parte más degradada de la Cañada
Carlitos, que en realidad no se llama así, es un niño normal. Tiene 10 años. Está sano. Limpio. Buen estudiante, aplicado en las clases extraescolares. Hijo de un profesional. Pero ya sabe distinguir a la policía secreta. "Son aquellos, en el coche marrón, ¿ves?", dice sin salir del porche del bar Conrado, unos metros cuadrados de seguridad en medio del mayor supermercado de la droga de Europa, en Valdemingómez. El coche marrón está aparcado junto a otras decenas de vehículos en un descampado. Es la zona de probar el producto, pincharse heroína, de este sector de la Cañada Real. Un círculo terroso con tiendas de campaña y sombrillas en el que desemboca la calle de Francisco Álvarez. Ésta es una vía paralela al camino pecuario. Una calle legal, recogida en el callejero de Madrid, en la que viven 30 vecinos de toda la vida. Algunos desde hace 70 años, como Salvador: "Recuerdo que entonces la calle se llamaba Camino de la Soledad", dice con una colilla en los labios y la mirada perdida. Entonces, despierta, le da una patada a una jeringuilla y sentencia: "Pero ya no se puede vivir aquí". Van a aceptar una propuesta municipal para abandonar sus casitas.
La parada escolar está en el solar donde acampan los yonquis
Salvador llegó hace 70 años "al campo", pero dice que ya no aguanta más
Ángel Garrido, concejal de Villa de Vallecas, considera una cuestión de humanidad atender a estas personas, muchos de ellos pensionistas. Los vecinos llevan tiempo protestando. Ahora, las peticiones de traslado, una a una, deben pasar por la burocracia de la Empresa Municipal del Suelo y la Vivienda. Y ésta dictará sentencia. También, dice Garrido, cabe la posibilidad de aguantar. Esperar a la clausura que, según filtran distintas fuentes, han determinado los políticos de uno de los lugares más degradados de España. Hace dos años, según distintas fuentes policiales, se permitió, si no se alentó, que todo el tráfico de drogas se desplazase a este lugar aislado. Tan aislado que su senda no conduce a ninguna parte. Sólo tiene una entrada y ninguna salida. Está en medio de varias carreteras y a 10 kilómetros de Madrid. Parecía una buena idea. Pero a las autoridades se les olvidó que algunos ciudadanos que pagan sus impuestos han hecho toda su vida allí.Aurelia también vive en la calle de Francisco Álvarez. Tiene 86 años y está viuda. Su casita tiene un pequeño patio de entrada, como si fuera andaluz. Pero está todo tapiado. Lo ha cerrado a cal y canto su hijo Eusebio. A pesar de eso, una parte está ya rota. "Aquí se llevan hasta los arbolitos que plantamos", explican los vecinos. "Venden todo, incluidos los contenedores de basura". Durante meses nadie recogió los residuos. Ahora, gracias a la insistencia del concejal de Vallecas, los recogen escoltados por la policía con cierta regularidad. El truco es que en lugar de basuras normales, los desperdicios se acumulan en contenedores metálicos de obra que luego se recogen con una grúa. Todo un invento.
La única ventaja de Aurelia es que está bastante sorda. Oye, pero un poco como a lo lejos. Eso le permite conciliar el sueño en medio del trasiego de yonquis, vendedores de droga, y adolescentes y niños gitanos montados en pequeños quads o motos. Una jarana que dura hasta las cinco de la madrugada, con rumbas "sobre quinquis" incluidas. Enfrente de su casa hay un locutorio, aunque no hay ningún cartel que lo indique. El alcantarillado no funciona y un charco oscuro cruza hasta el portal de su vecina Juliana.
A menos de 10 metros de la casa de esta anciana menuda y de la de Juliana, se yerguen dos enormes construcciones. Nadie lo dice en voz alta, pero son parte de la red de chalés dedicados al narcotráfico. En esa zona hay más de 20 mansiones intercomunicadas por entradas y pasadizos secretos que se dedican al tráfico de estupefacientes. Tienen enormes portones de hierro y varios trabajadores limpiando o vigilando en la calle. Estos vecinos no han pedido su traslado. Están muy a gusto, a pesar del incremento exponencial de la presencia de la policía, que ha captado el mensaje de los políticos: "La Cañada está agotada, se va a cerrar".
Pero aún vive buenos tiempos. Mucha actividad que canaliza algunas de las mayores redes de narcotráfico de España y Portugal. La plazoleta de la parroquia de Santo Domingo está a rebosar de yonquis que sujetan con la boca la correa que tensa sus venas. En uno de sus extremos está la parada del autobús escolar de los niños de la calle de Francisco Álvarez. De los niños calzados, vestidos y escolarizados. Sus padres siempre tienen que acompañarlos a todas partes. "Es muy difícil tener empleos convencionales si tienes que hacer de chófer de toda tu familia", explica Álvaro, de 43 años. "¿Usted cree que es normal que los chavales vivan aquí?", pregunta extendiendo las manos y la mirada por el desolador paisaje. "¡Al menos nos saldrán espabilados!", dice riéndose. La realidad es que los chicos no pueden moverse de un radio de 10 metros cuadrados.
Concretamente, los 10 metros que ocupa el pequeño porche del bar Conrado. Éste es, practicamente, el único bar normal de toda la zona. El resto son los bajos de los chalés que tienen rotulado en el exterior anuncios como "Tabaco y Sanvis". En su interior venden de todo, incluido tabaco a cuatro euros y medio el paquete. En el Conrado, lleno de escudos del Real Madrid, se refugian los veteranos de La Cañada. Los que llegaron "al campo, a los huertecillos que dio Franco" hace décadas desde sus pueblos de origen, en La Mancha. Gente trabajadora, camioneros, obreros, albañiles, que dicen que no pueden abandonar sus casitas encaladas ni una hora porque al regresar ya no quedaría casita. "Se llevan hasta los alambres para sujetar las macetas". Demasiado. Se han rendido. Han sacado la bandera blanca. Piden su traslado. Ya.
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