Pep, símbolo; Pep, mito
El entrenador del Barcelona, que encarna como pocos el espíritu 'culé', coloca al Barça a las puertas de un triplete histórico. Los que le rodean dicen que es inteligente y muy obsesivo
Una sombra de tristeza recorre la mirada de Dolors cuando recuerda la fecha: "El 4 de septiembre de 1984 se lo llevaron", pronuncia con precisión. Es el día en que el fútbol le arrancó a su hijo de sus brazos, cuando Josep apenas tenía 13 años. El día en que el Barça acogía en su seno a un chaval enclenque y pequeño con escasa pinta de futbolista. El día en que Josep Guardiola Sala ingresaba en La Masía, la factoría de futbolistas blaugrana, colgado de una bolsa que abultaba más que él. El club daba entrada al que con los años, como jugador, se convertiría en símbolo; al que, como entrenador, va camino de convertirse en mito.
Llegó a La Masía acompañado por sus padres y por Pere, su hermano pequeño. Les enseñaron las instalaciones y al llegar a la habitación de literas que le correspondía, su cara se iluminó. Josep miró a su madre y le dijo: "¡Oh, mare, cada día, cuando abra la ventana veré el Camp Nou!". Allí empezó a gestarse un sueño. Un sueño que se convirtió en 16 títulos con el Barça en su etapa de jugador. Un sueño que, desde el banquillo, ha rescatado al Barça de la crisis total para colocarlo a las puertas de un triplete histórico.
"Es muy pesado cuando algo se le mete en la cabeza, no para", dice Pere, su hermano pequeño "Viene de una familia muy humilde, pero son muy brillantes, muy honestos", cuenta su amigo David Trueba
Aquel día, Josep, que así es como siempre le llamaron en casa, empezó a convertirse en Pep.
Guardiola cruza el gran patio de la ciudad deportiva del Barça, a las afueras de Barcelona, y gira la cabeza, mirando al horizonte. Cruza entre los fotógrafos con los andares de uno de aquellos tipos trajeados de Reservoir dogs, la película de Tarantino.
Su llegada al organigrama técnico blaugrana tiene su miga. El día en que se gestó, Evarist Murtra, vocal y miembro de la comisión delegada, tenía dentista. Le tenían que poner unos implantes, cuenta. De modo que llegó tarde a la exposición de Txiki Beguiristain, que planteaba ante la directiva sus cambios en la dirección del fútbol base: Beguiristain había pensado en Guardiola como responsable de entrenadores de la cantera, junto con Alexanco; para ellos trabajaría Luis Enrique como entrenador del Barça B. Murtra llegó tarde y Laporta le pidió a Beguiristain que hiciera un resumen. Murtra escuchó. Sabía que a Guardiola, en aquel momento, con el curso de entrenador recién sacado, lo que le apetecía era entrenar, no dirigir; ponerse el chándal y dar órdenes en el césped, no en los despachos.
Así que cuando Beguiristain abandonaba la sala de juntas, Murtra salió detrás de él como si necesitara ir al lavabo. En el momento en que el director deportivo se aprestaba a tomar el ascensor, Murtra (siempre, según su relato) le dijo: "Oye, Txiki, haz el favor de llamar primero a Pep, no vaya a ser que a él lo que le apetezca sea entrenar".
Al final, Guardiola acabó sentándose en el banquillo del filial, aunque no estuviera en el guión. Ahí, en el segundo equipo, fue ganándose la confianza de todo un club, desde el presidente escéptico hasta el empleado que corta el césped. Su entusiasmo, su ilusión, su dedicación obsesiva y sus interminables jornadas empezaron a crear una huella en la ciudad deportiva Joan Gamper. Para cuando llegó la crisis de la era Frank Rijkaard -y una vez descartado Van Basten- Guardiola se convertía en la opción natural; saltaba del banquillo del filial al del primer equipo. De Tercera División a Primera.
Fue una apuesta de riesgo en un momento de crisis. Una apuesta por un novato que había devuelto el fútbol al maltrecho Barça B. Guardiola, con tan sólo un año de experiencia, se lanzó a la piscina. "Siempre da un paso adelante, es un tipo que está seguro de lo que hace", dice Guillermo Amor, su ex compañero de equipo, una referencia para Guardiola. "Afronta los retos con carácter y está preparado intelectualmente".
A sus 38 años, Guardiola es una apisonadora. Como su equipo. En su entorno le describen como un hombre inteligente, apasionado y obsesivo, un torrente que ha sacudido la institución. "Se tiene que pegar unas dormidas impresionantes", bromea Xavi, hombre clave de este Barça. "No hay secreto: él lo da todo, no se da un respiro. Es un enfermo del fútbol, no sé si se da cuenta de su intensidad. Se implica tanto y hay tanto compromiso por su parte que si no respondes, quedas retratado".
Su autoexigencia viene de lejos. El propio Jordi Pujol la ha utilizado más de una vez en sus mítines. Dolors, la madre de Pep, pasa las páginas del álbum familiar, en la casa de Santpedor. Aparece la imagen del pequeño Guardiola recogiendo un trofeo al mejor jugador del torneo de manos del president, año 1986. Pero está llorando. Llora porque ha fallado un penalti. Le puede más la rabia por el fallo que la alegría por el premio. Autoexigencia.
Cuenta Dolors que el pequeño Guardiola iba para futbolista porque daba muchas patadas en el vientre. Valentí, el padre, que trabajaba de albañil, recuerda que el nen rompió la cuna de sus hermanas mayores de las patadas que daba cuando era bebé. Vamos, que apuntaba maneras. Una chica del pueblo, Pilar, cinco años mayor que él, fue con quien Pep empezó a jugar al fútbol.
Los cuatro hermanos Guardiola recibieron una educación honrada, estricta. "Bastante rígida", dice Pere, el hermano pequeño, sentado a los mandos de su Audi.
-Niños, ¿queréis parar de jugar a la pelota?
-¡Que no, mamá, que queremos jugar!
-¡Bueno, haced lo que queráis!
Cuando se producía esta escena, Pere y Pep se miraban. Pere animaba a seguir dando balonazos. A Pep le daba el ataque de responsabilidad y se guardaba la pelota bajo el brazo. "Siempre fue muy responsable", recalca su hermano, con esa voz ligeramente velada y esa mirada intensa, de pillo. "Es muy pesado cuando algo se le mete en la cabeza, no para. Es leal, fiel, honesto, un tío especial. También tiene sus cositas, se vuelca en lo suyo, se encierra".
El escritor y cineasta David Trueba es uno de los grandes amigos de Guardiola. "Viene de una familia muy humilde, pero son muy brillantes, muy honestos", cuenta, "nada le ha influido tanto como su familia". Trueba se ríe al recordar el carrerón que Guardiola se metió por la banda en la semifinal de la Champions, cuando Iniesta marcaba en el descuento el gol que significaba el pase a la final. "Durante quince segundos, se le olvidó que ya no era el recogepelotas, hasta que de pronto se dio cuenta y se ajustó la corbata: ¡coño, que soy el entrenador! Pep aún tiene el alma del niño que jugaba a la pelota en su pueblo".
De su conocida inclinación por los libros, la música y el cine ya se hacen bastantes chistes en el programa Crackòvia de TV3. David Trueba es uno de sus gurús: le recomienda películas, libros. El gusto por la ropa chic le viene por parte de su compañera, Cristina Serra, cuya familia tiene una conocida tienda de ropa. Cristina es la mujer que alimentó sus finos gustos, los viajes, la fotografía, la lectura. Manel Estiarte, el maradona del waterpolo español y gran amigo de Guardiola, define a Cristina Serra: "Es una mujer que une a la madre de antes con la mujer de hoy: capaz, moderna, con idiomas, arreglada". O sea, en las antípodas del prototipo de mujer de futbolista.
"Es muy orgulloso", dice su hermano, "y por eso el tema de la nandrolona fue un golpe brutal". Al acabar su etapa de jugador en el Barça, cansado de la presión del entorno, Guardiola se marchó a Italia a probar suerte. Estaba jugando en el Brescia, en 2001, cuando fue acusado de doparse. Llamó a su amigo Manel Estiarte, que entonces estaba también en Italia, en Pescara: "Necesito un abogado". Al día siguiente, Estiarte cogía un avión para plantarse en su casa. "Pensaba encontrar a una persona hundida, pero se había tirado toda la noche documentándose, ya estaba vivo". Se tomó la defensa de su inocencia a pecho. Obsesivo. Pep es obsesivo. Y más si se trata de defender su prestigio. Seis años más tarde, en 2007, ya retirado, la justicia le daba la razón. La batalla fue larga, pero obtuvo recompensa. "Es un diésel", define Evarist Murtra, que fue vicepresidente del Barcelona en la época de Josep Lluís Núñez.
Atardece en Santpedor y los niños, con petos naranjas y amarillos, se ejercitan sobre el césped del polideportivo municipal. Como no podía ser de otro modo, las instalaciones llevan el nombre del ídolo local. "Aquí el número cuatro se paga caro; todos los niños quieren llevarlo a la espalda", dice Isidoro Mata, el presidente del Club de Fútbol Santpedor. El cuatro era el número de Guardiola. Un número que adquirió un nuevo significado en el Barcelona de Dios; perdón, de Cruyff. Milla, Guardiola, Celades... El Barça es una fábrica de cuatros. Siguen saliendo cracks con vocación de cuatros. Xavi, Iniesta, Sergio Busquets. La producción no para.
"Siempre me ha cautivado Pep", dice Xavi, "era el más rápido mentalmente". El jugador explica cómo jugaba Guardiola con una sucesión de veloces movimientos de cuello, mirando de un lado a otro: "Parecía que tenía un ojo en la nuca, todo el rato girando la cabeza, como si tuviera retrovisores". Guardiola veía la jugada antes que los demás.
Parece que en el banquillo, esa mirada que se anticipa tampoco le da malos resultados. "Nos analiza los partidos, nos dice por dónde podemos entrar, da tres matices, y a jugar". En su equipo los defensas atacan y los delanteros defienden. Se juega desarrollando el guión que empezó a escribir Cruyff: 4-3-3, atacar, jugar la pelota. Tan sencillo y tan complicado. "Para un futbolista, el fútbol que propone es un lujo", resume Xavi.
Guardiola conoce muy bien la casa. Es culé hasta el tuétano. Luchó por tener su propio equipo de técnicos, y todos señalan que eso fue un acierto. "Sabía que si tenía el control del vestuario, triunfaría", dice su representante, José María Orobitg, "se rodeó de gente leal y no de trepas". No es un déspota. Sabe cómo tratar a los jugadores. Horas de trabajo, pasión, exigencia. Y compromiso con una manera de entender el fútbol. Son algunos de los factores que ayudan a explicar un éxito. "Dejó claro que por encima de todas las individualidades está el grupo", dice Evarist Murtra. Juan Carlos Unzué, el entrenador de porteros, que estuvo cinco temporadas con Rijkaard y ahora una con Pep, lo explica de forma concisa: "Cuando haces algo que sientes y crees en ello, eso se transmite. Además, el fútbol lo ve muy rápido".
Su amigo David Trueba dice que no le ve haciendo las maletas para irse a entrenar a Turquía, o donde toque, el día en que su aventura en el Barça termine. "Lo veo entrenando a niños".
Hasta entonces, ahí está el reto. Como cantan en el programa Crackòvia, parodiando el We will rock you de The Queen: "Copa, Liga y Champions".
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