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Reportaje:ARTE | Exposiciones

Motor y deseo

Un conductor se baja de un Sunbeam de los años sesenta, camina alrededor del deportivo rojo observándolo con detenimiento hasta que empieza a lamer la carrocería con inquietante seriedad y no oculta lascivia. Así es Dirty car (1997), el vídeo de Franck Scurti. Más allá de su utilidad, su estética y hasta su potencial destructivo, un automóvil es un objeto de deseo. Un fetiche, un símbolo.

La cultura del coche ha ido transformando a lo largo del siglo XX nuestras ciudades, nuestros paisajes, nuestros hábitos, ha generado una poderosa industria global y no han faltado los conflictos geopolíticos a causa del vital combustible que lo alimenta. Su relación con el arte ha sido siempre estrecha y también ha ido variando con las distintas épocas. F. T. Marinetti firmaba el Manifiesto futurista de 1909, en el que se decía que "un coche de carreras con su capó adornado con gruesos tubos parecidos a serpientes de aliento explosivo

En estas piezas el viejo sueño se enfrenta a la realidad. El objeto del deseo se ha convertido en símbolo negativo
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... un automóvil rugiente, que parece correr sobre la ráfaga, es más bello que la Victoria de Samotracia". El coche era entonces el símbolo de la modernidad. Artistas posteriores abundaron en referencias a los automóviles como Matisse, Duchamp, Léger, Picabia (el auto "es parte de la vida moderna; tal vez su propia alma"); en los años veinte, Sonia Delaunay pintó sus coches; el automóvil y sus fábricas se convirtieron en motivo recurrente para los muralistas mexicanos, como Siqueiros, que instigó a Jackson Pollock a usar pintura para coches en sus obras. A unos les fascinaba y otros empezaron a ver otros aspectos. En los años sesenta, Wolf Vostell grababa en vídeo violentas colisiones ("cuando veo un coche a toda velocidad, veo un accidente"), mientras Andy Warhol firmaba su serie Car crash. Durante la guerra de Vietnam la idea de destrucción se asoció más frecuentemente al coche que la de símbolo de poder y virilidad. El pop art, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, recogió el icono del automóvil y multiplicó los sentimientos y perspectivas sobre él.

Pero, ¿cómo aborda el arte actual la relación con el coche? La exposición Auto. Sueño y materia, inaugurada ayer en La Laboral (Gijón), toma como punto de referencia los años sesenta pero, en general, abarca sólo los últimos veinte años, con más de un centenar de obras de sesenta artistas, la mayoría de ellas en vídeo, fotografía, instalación y escultura. En esas piezas el viejo sueño se enfrenta a la realidad. El objeto del deseo se ha convertido en símbolo negativo. Ya no es sólo el vehículo. Se han multiplicado las carreteras y el tráfico en las grandes ciudades es como una maldición. La facilidad del viaje y del turismo ha permitido la urbanización a veces descontrolada de los territorios, crecen los suburbios, se construyen cientos de aparcamientos (siempre insuficientes) y se usan los coches hasta como instrumentos para el crimen, como los alunizajes. Los coches bomba son, a su vez, el tema de las piezas que expone Pamela Wilson-Ryckman, en las que remitiéndose a los primeros coches bomba en los años veinte recoge imágenes actuales, a la manera de la pintura histórica. En general, los artistas contemporáneos tienen mucho más en cuenta estos y otros factores que los manidos ensueños de estatus social o el poder económico.

El fetiche se convierte, a veces, en fantoche. Algunos artistas abordaron la customización ya en los años cuarenta. Hoy el tuneo crea monstruos; deseados, pero extremos, en una práctica ya totalmente vulgarizada. Los Fat cars que Erwin Wurm construyó a principios del milenio representan coches obesos, con órganos, una especie de boteros mecánicos. En la exposición de La Laboral se exhibe una versión futurista, el UFO (2006) de Wurm levita como los coches voladores que vaticinaba la ciencia-ficción, aunque lo hace con un punto de ácida ironía.

Lo cierto es que la industria no es impermeable a este tipo de ideas. Los prototipos o concept cars se sitúan a medio camino entre la fantasía popular, el arte y el objeto de lujo. Tobias Rehberger encargó a un taller de mecánica en Tailandia la construcción de varios modelos de Porsche, Mercedes Benz, McLaren y un Alpine Renault, dándoles sólo algunas instrucciones y unos bocetos garabateados de memoria. La interpretación que hicieron fue bastante fiel a pesar de todo. Rehberger, que las considera esculturas, planteó con ello preguntas sobre el original y la copia, el diseño y su utilidad.

Pero en la exposición hay otros artistas contemporáneos con propuestas que se acercan más a la caricatura o a prototipos menos estetizantes y, desde luego, nada lujosos. Pedro Reyes exhibe su Bicitaxi: prototipo para un vehículo de pasajeros a propulsión, no muy lejano en su elementalidad del Wagen de Roman Signer o el Véhicule de Xavier Veilhan.

El uso y el íntimo vínculo entre coche y conductor deja huellas, como señala Félix Curto con sus Carros (2204), retratos de vehículos que más bien parecen autorretratos de sus dueños. Hay otra forma de verlo. Andrew Bush instaló una cámara en la ventana del copiloto para fotografiar los coches que pasaban a su lado. Vector Portraits muestra nueve imágenes en las que el espectador puede relacionar el modelo y la velocidad del coche con el rostro del piloto. Aunque hay muchos conductores que cambian de personalidad al ponerse al volante. Bruno Rosseaud reflexiona sobre esos trastornos, esas conductas agresivas que se despiertan en el hombre dentro de la máquina. Por su lado, Annika Larsson alude al ya mencionado erotismo entre máquina y persona. En el vídeo Covered car ralentiza al máximo la acción de un hombre al cubrir su coche con una funda. Un ritual que roza el onanismo.

El paisaje ha cambiado drásticamente a causa del coche. Carreteras y autopistas cruzan casi todo el planeta. A lo largo de esos caminos hay gasolineras, zonas de descanso y, en muchos casos (sobre todo en África), hasta pueblos lineales con viviendas al pie de la carretera y comercios asociados a los viajeros. No hay más que mirar desde la ventanilla de un avión o a través de herramientas como google maps para comprobarlo.

Lo que reflejan muchos artistas en esta exposición son esos otros excesos, como los atascos monumentales (Maider López refleja el contraste con el paisaje en su serie Ataskoa), o la inmensa cantidad de desechos que se producen (Edward Burtynski, con su crítica a la contaminación ambiental que producen, o las obras con neumáticos usados de Betsabé Romero).

La velocidad, la carretera y la mayor cilindrada de los coches tienen como denominadores comunes las ideas de libertad, pero también la del accidente. El pintor Jackson Pollock acabó con su vida al salir despedido de su descapotable, tras estrellarlo contra un muro en el verano de 1956. Las persecuciones de coches son secuencias obligadas en las películas de acción. Y el cine ha sido el arte más cercano a la relación del ser humano con su vehículo motorizado. Un ciclo de cine completa esta exposición con la exhibición de una serie de filmes como Punto Límite: cero (1971), de Sarafian; Bullit (1968), de P. Yates; El diablo sobre ruedas (1971), de Spielberg; Mad Max (1979), de G. Miller; Crash (1996), de Cronenberg, o Death Proof (2007), de Tarantino.

El coche es posiblemente el gran símbolo del siglo XX. Hoy, con ser indispensable, parece haber llegado a un punto muerto, a un momento de transformación. Entre otras cosas porque ha aumentado la consciencia social de la necesidad de un control de todos los efectos que tiene sobre las ciudades y el medio ambiente. Aun así, los centauros metálicos y veloces seguirán ejerciendo su dominio. Y más de uno se subirá a su bólido cada mañana sabiendo que, al dar al arranque, se convierte en un solo ser. Yo, automóvil.

Auto. Sueño y materia. Comisario: Alberto Martín. Centro de Arte y Creación Industrial La Laboral. Los Prados, 121. Gijón. Hasta el 21 de septiembre

<i>Two Tone No. 2</i> (2004), de Jeremy Dickinson.
Two Tone No. 2 (2004), de Jeremy Dickinson.

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