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Reportaje:

Niño, el dinero no salía gratis del cajero

La crisis abre la oportunidad de cambiar el patrón de educación: el consumismo desenfrenado termina, el deseo y el esfuerzo vuelven a tener valor y la satisfacción deberá ser menos material

Ana Pantaleoni

"Les enseñaremos a vivir, a estirar el brazo menos que la manga. Habrá menos regalos, pero más fantasía". El popular economista Leopoldo Abadía explica así lo que enseñará a sus nietos sobre la crisis económica, que también la sienten ellos en casa y en el colegio.

¿Existe una oportunidad? ¿Servirá la crisis para cambiar el patrón de consumismo infinito que ha marcado a las últimas generaciones de adolescentes de clase media y alta? "Ésta es la expectativa que tenemos en el ámbito de la psicología, que la crisis económica sirva como modelo de aprendizaje de que los indicadores de bienes y marcas no pueden ser aspectos sobre los cuales el sujeto pivote su autoestima", explica Marina Romeo, doctora en Psicología Social de la Universidad de Barcelona. Romeo proyecta la idea de que la satisfacción se vuelva menos material, es decir, erradicar el "yo soy más porque tengo esta marca".

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Ellos también sufren

La crisis puede ver nacer una nueva generación de menores más conscientes del valor de las cosas y en los que el deseo vuelva a tener un papel. El psicólogo Enrique García Huete explica que la crisis es una oportunidad para transformar el deseo en motivación y esfuerzo.

Vivir con menos. Ésa parece ser la lección que deben aprender los escolares de clase acomodada y todos los demás. "La necesidad nos obliga a ser sobrios, aunque hay padres que todavía son inconscientes y no abren los ojos de los niños para que realmente vean lo que cuestan las cosas", dice Nuria Chinchilla, profesora del IESE y directora del Centro Internacional Trabajo y Familia.

"Los padres pueden aprovechar la crisis para educar a sus hijos, y los adolescentes pueden aprender a vivir como siempre. No es obligatorio tener un MP3", explica Abadía, sentado camino a Valencia para firmar libros. Su obra, La crisis Ninja y otros misterios de la economía actual, va por la novena edición.

¿Qué hay que contarle al niño? "Todo el rollo que yo cuento no se lo contaría, aunque sí le diría que tenemos que plantearnos gastar menos; que es un momento en que las cosas en todo el mundo van peor, que en todos los países hay menos dinero que antes", dice Abadía.

La mamá le enseña un precioso camisón que se acaba de comprar. Su hijo Pepe, de cinco años, que últimamente no para de oír en casa palabras como alquiler, hipoteca, créditos o propiedad, le salta: "Mami, ¿pero es tuyo o es de alquiler?".

A los 11 años, Roger sabe mucho sobre la crisis económica. Se lo lee todo, lo escucha todo. "Estoy muy preocupado por Islandia", explica el niño. "Era uno de los países más ricos y ahora ya no. Se está empobreciendo". Roger quiere ser astrónomo, lee los periódicos diariamente y ve los informativos de las televisiones. Sus amigos, no. Pese a la hondura de la crisis, Roger, sin embargo, está contento. "Tengo la hucha superllena. Casi no gasto".

La crisis económica ha llegado a las aulas de las escuelas, a la ESO y hasta el parvulario. Los niños sienten la crisis, la dibujan, la escriben y la sufren. Si el tema no sale en casa, lo ven en la televisión o lo escuchan en el patio del colegio; pero la mayoría vive la crisis en el hogar.

"Muchas veces no pensamos que el niño forma parte del núcleo familiar. Los adultos, en ocasiones inconscientemente, les dejamos a un lado", critica Encarna Salvador, secretaria general de la Confederación Española de Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos (Ceapa). "Hay que contarles la verdad, pero también intentar que el clima en casa no resulte irrespirable".

Con una tasa del paro del 13,91%, muchos niños ven que algún familiar está desempleado, que su padre o su madre se han quedado sin trabajo, o los dos (en un año hay 385.500 hogares más con todos sus miembros desempleados, de un total de casi un millón). Todos los niños han oído que hay que apretarse el cinturón.

"Sanitariamente esta crisis afectará poco porque estamos en un país que tiene las necesidades cubiertas", dice el médico de familia Pedro Cañones. "Lo que sí que hay es un cierto problema sociosanitario. Estamos en una sociedad con muy poca tolerancia a la frustración y los adolescentes son el vivo ejemplo. Muchos de estos chavales, ante la frustración de no tener lo que podían tener antes, les puede llevar a comportamientos anómalos".

La asignatura de Historia del Mundo Contemporáneo se salta hoy el temario del libro. Josep Maria Pérez, profesor de primero de Bachillerato y director del instituto Infanta Isabel de Aragón, de Barcelona, anuncia: "Hoy hablaremos de la crisis". Silencio. "Queremos saber qué pensáis de la crisis que estamos viviendo". Silencio. "La crisis también la vamos a sufrir aquí. No lo notaréis en la calefacción, pero puede ser que el año que viene se supriman algunos grupos de asignaturas minoritarias". Ahora les toca el corazoncito. "Mi madre no me dice tanto que vayamos de compras", cuenta Irene sentada en la tercera fila de la clase. "Para ir al cine te dejas 20 euros", se queja Lorena. "La crisis es una putada", susurra una compañera. Albert da argumentos académicos y todos escuchan: "Los bancos dieron hipotecas y préstamos a gente que sabían que no podían pagar y éstos se hicieron casas que no podían pagar". Es la tesis Ninja.

Con crisis o sin ella, un hijo es una fuente inagotable de gasto. Así lo refleja el estudio Lo que cuesta un hijo (2006), de la Confederación Española de Organizaciones de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios. Un ejemplo: la compra de pañales y productos cosméticos para el bebé representaba en el año 2000 un coste medio anual de 102.000 pesetas (613 euros). Si aplicamos el incremento del IPC, el gasto actual debería ser de 766 euros; sin embargo, lo que ahora destinan las familias por esos mismos productos son 1.200 euros. Eso es sólo cuando es un bebé. Se calcula que un hijo cuesta desde que nace hasta que cumple 18 años entre 100.000 y 300.000 euros.

No hay que salir de casa para palpar la situación. Los progenitores han aplicado el efecto euro a partidas más o menos voluntarias. En la paga es donde más notan la crisis los adolescentes. Francisco Iniesta accede a hablar como profesor de la escuela de negocios IESE, pero acaba hablando como padre de seis hijos: "Me sorprende lo conscientes que son; es un tema diario de conversación, aunque por supuesto también les aburre. Los hijos mayores son capaces de entender el esquema de las hipotecas basura".

Los niños, según Iniesta, han visto en los últimos tiempos cómo se les reducía la lista de gastos, cómo se aplazaba la reforma de la casa, de qué forma se alargaba la vida de la ropa y se pasaba a consumir alimentos más sencillos.

Desde comienzo de curso, sólo en Cataluña, uno de cada cinco niños de guarderías privadas ha dejado de comer en el centro. La comida y la merienda en casa les supone a los padres un ahorro de aproximadamente 150 euros mensuales.

Dolors Petitbo, jefa de sección del Departamento de Psicología del hospital Sant Joan de Déu de Barcelona, explica que de momento no llegan consultas específicas sobre el tema porque la sociedad es suficientemente madura para afrontar la situación. "Probablemente habrá una bajada a la realidad que será positiva. Los adolescentes lo ven como un toque de alerta, y se quejan porque los padres les dan menos dinero", explica esta doctora.

La televisión es la principal fuente de información que tienen los jóvenes sobre la crisis, aunque también Internet. "Es de aquellas cosas que oyen continuamente, pero internamente no tienen resonancia de tragedia". Hasta que el desempleo entra en casa. "Lo que hemos notado es que muchos progenitores están en paro. Hay chicos con inquilinos en casa, con dificultades para pagar el material escolar, aunque la crisis no es un tema de conversación entre ellos", afirma Alejandra Calvo, monitora de integración del instituto Pío Baroja de Madrid. "Si la familia se desestructura es cuando repercute en el rendimiento escolar del niño", añade Jacinta Herreros, profesora técnica de servicios a la comunidad del mismo centro.

De momento, no hay ningún estudio que muestre cómo afecta la crisis a los escolares. "Aunque no es el único, el factor económico es fundamental para el bienestar de los niños. Cuando uno de los padres se queda en paro genera una situación de incertidumbre. Las familias se reajustan y el clima familiar también se ve afectado", explica Juan Ruiz-Canela, presidente de la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria.

Crisis es oportunidad. No todo el mundo está de acuerdo con la frase o, como mínimo, hay expertos que apuntan que no se está aprovechando. "La crisis lo que acaba planteando es que va a ser una situación para apretarse el cinturón, pero eso no hay que confundirlo con una voluntad de vivir con una cultura de consumo diferente", opina Víctor Renes, responsable del Servicio de Estudios de Cáritas.

Para Cañones, los adolescentes no son conscientes de lo que está pasando. "Tampoco creo que funcione como idea colectiva; mis padres vivieron la posguerra y todas las estrecheces del mundo y la generación de mis hijos ya se ha olvidado. El ser humano no aprende de estas cosas". La profesora Chinchilla considera que la época de la posguerra no es comparable a la situación actual: "Entonces la gente sufrió hambre. Ahora seremos pobres, pero no miserables".

La psicóloga Petitbo y el economista Abadía coinciden en pronosticar que la crisis es un regulador que servirá para dar valor a las cosas. "Hay niños que siguen pensando que el dinero sale del cajero automático con sólo apretar un botón. Antes los niños sabían qué hacían sus padres y el esfuerzo que les suponía el trabajo. Ahora se habla poco de ese esfuerzo, sólo en las familias separadas se oye hablar de gastos y dinero", explica la psicóloga.

"En muchas conversaciones entre adolescentes hablan de la crisis como algo alejado de ellos, pero que tienen que soportar como tantas otras cosas de los adultos", argumenta el psicólogo y escritor Xavier Guix. "Hay que explicarles la realidad familiar pero sin dramatismos ni culpabilidades. Eso no significa ahorrarles la preocupación y hacer ver que no pasa nada". Abadía rompe una lanza en favor del optimismo recalcitrante: "De la Guerra Civil española tengo un buen recuerdo gracias a mi padre. Cuando sonaban las sirenas de los aviones me cogía a caballito y bajábamos al refugio cantando. Para mi padre seguro que era un momento amargo".

Carol es de las madres que "machacó" a sus niños con el tema. Tiene dos hijos que son dos polos opuestos. Pepo, de 10 años, "introvertido, nada consumista, nunca pide nada". Violeta, de ocho años, "nació consumista". Y Carol aprovechó la crisis para rebajar esas actitudes consumistas. La respuesta de Carol era siempre "pídeselo a los Reyes".

A la vuelta de las vacaciones de Navidad, la madre de Violeta recibió una llamada del colegio. Su hija Violeta había escrito una redacción sobre la noche del 24 de diciembre con el título ¿Llegará la Navidad? Contaba la historia de tres hermanas que se iban a dormir muy preocupadas porque, por culpa de la crisis, Papá Noel probablemente pasaría de largo.

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Sobre la firma

Ana Pantaleoni
Redactora jefa de EL PAÍS en Barcelona y responsable de la edición en catalán del diario. Ha escrito sobre salud, gastronomía, moda y tecnología y trabajó durante una década en el suplemento tecnológico Ciberpaís. Licenciada en Humanidades, máster de EL PAÍS, PDD en la escuela de negocios Iese y profesora de periodismo en la Pompeu Fabra.

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