Pararse a pensar
La sociedad en conjunto, sin importar las convicciones morales, religiosas o ideológicas de cada individuo particular, se comporta como un ente con consciencia propia; algo llamado inteligencia colectiva y visto en animales como las hormigas o ciertas clases de pájaros. Pero en nuestro caso, no parece servir para garantizar nuestra supervivencia como especie.
Y esto hace referencia a que ante la eventual posibilidad de que se derrita el Ártico a causa del calentamiento global, y antes que cualquier llamamiento a aumentar el compromiso de lucha contra la emisión de gases de efecto invernadero de las sociedades industriales, se anuncia que Rusia compite entre otras superpotencias por el petróleo y el gas que quedarían accesibles en esta zona como consecuencia de la desaparición de los hielos.
Para tal motivo planea instalar una fuerza militar especial en el Ártico, para hacer de esta región su principal base de recursos energéticos para el año 2020. Actitud que miran con recelo Estados Unidos, Noruega, Dinamarca y otros países interesados en el acceso a dichas reservas.
Esta conciencia global, impulsada por el comportamiento básico de competencia entre Estados, se traduce en entender nuestra actual supervivencia como un acto de continua lucha contra el poder del otro, y no como la necesidad de reformular nuestras pautas éticas, de ocupación y de consumo.
En síntesis, la insostenibilidad de nuestro modelo de desarrollo está mucho más relacionada con lo que mueven nuestros corazones que con las herramientas tecnológicas, políticas o económicas que utiliza nuestra sociedad para seguir en su crecimiento vertiginoso a ninguna parte.