Hombres de zapatos de punta
Le Punk se licencian en El Sol, la 'Universidad del Rock'
El cantante de Le Punk acaba de abrir una botella de cerveza con el pico de una mesa. Opera con arte. La saca de una pequeña nevera, la coloca con mimo en el afilado extremo de la mesa; un leve toque con la mano, toc, y brota feliz la espuma. Un éxito de operación: la botella no ha sufrido daño alguno. El cirujano es Alfredo Fernández, de 34 años, pero debes dirigirte a él como Alfa o no te atenderá. Así, apoyado en el mágico y decadente camerino de la sala El Sol, Alfa parece en estos momentos el tipo más fresco de Madrid. "Ni mucho menos", comenta. Son las 22.30 del pasado martes y a las siete de la mañana ya estaba dando brazadas en una piscina de su barrio, la Alameda de Osuna. "Tengo la espalda destrozada y me viene muy bien". Una ducha rápida y a trabajar: cosas de papeleos en una editorial de una compañía discográfica. Al caer la tarde, prueba de sonido en El Sol. Ahora se toma un respiro antes de salir al escenario.
"De momento no podemos vivir del grupo: todos trabajamos", comenta Joe Eceiza, de 31 años, guitarra del cuarteto. Cuatrocientas personas (entradas agotadas), mucho público femenino, esperan su salida: presentan el tercer disco, Mátame, de una carrera ya de 10 años. Cuando faltan 15 minutos para comenzar el concierto, una chica entra en el minúsculo camerino. "Me siento segura...", bromea ella imitando el anuncio de Iker Casillas. Cabellera pelirroja, cazadora decorada con lenguas de los Stones y tatuajes. Todo muy rock. Se llama Laura y es la cantante del grupo Garaje Jack. Una colega.
Nada más salir a escena se aprecia que Le Punk son tipos curtidos en la Universidad del Rock, individuos de piel áspera, propietarios de bares y tugurios donde Keith Richards jugaría con gusto a los dardos. Gente trabajadora, al fin, que ofrece una fotografía ideal en el escenario: su música tabernaria (Gardel + Stones + Delibes) se funde a la perfección con la tapicería rojo puticlub de El Sol. Y también están en esa línea sus zapatos en punta. Piezas con historia, como los de Joe, que le costaron 1.000 pesetas. O los de Alfa, grises y con motivos felinos: "Los compré por 15 euros en una tienda del barrio". Al final del concierto, los cubatas corrían por el escenario. Alfa no se levantaría a nadar al día siguiente.
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