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El diseño apisonadora

Para los Juegos Olímpicos se elaboró un vídeo titulado Transformació d'una ciutat olímpica 1986-1992, en el que se veía, en imágenes muy veloces, la transformación de diversas áreas estratégicas de Barcelona, que dejaban de ser campos, terrenos baldíos, tejidos industriales, barrios antiguos e infraestructuras obsoletas para convertirse en una ciudad olímpica homogénea. Pero lo que pretendía ser un documento propagandístico, a ojos de algunos se convertía en imagen terrorífica de la apisonadora que lo arrasa todo por igual para hacer una ciudad uniforme. He aquí una de las raíces del urbanismo y la arquitectura de los últimos años, que surgen como reacción contra lo diferente, lo pintoresco y lo informal. Parece que los que planifican teman la diversidad y la permanencia de memorias incómodas.

Sería una barbaridad pasar la apisonadora del diseño por un espacio como el bar La Violeta en Gràcia

Ello se comprueba en los proyectos urbanos que intentan sistematizar las vertientes de la montaña de Montjuïc y reducir el heterogéneo conjunto de la Satalia a un trazado unitario que continúe la ciudad formal; en ciertos puntos de Els Tres Turons, donde el bulldozer está esperando para eliminar patios, medianeras, palomares y casas autoconstruidas; en Vallcarca, donde las torres, con ancianos y okupas, han resistido gracias a una topografía tan inclinada que hace difícil pasar la aplanadora; o en Mataró, que va a sacrificar la fábrica de Can Fàbregas para instalar unos grandes almacenes. Y ya se ha consumado en el Poblenou, donde ha desaparecido gran parte de su memoria obrera e industrial; o amenaza ahora a la Barceloneta, donde la finalización del Hotel Vela anuncia que el único barrio que había resistido sin hoteles de cinco estrellas va a tener uno en situación estratégica para engullirlo.

Hay un tipo de arquitectura de centro cívico que se repite en cualquier ciudad catalana: exteriores geométricos y abstractos e intensa iluminación artificial para unos interiores fríos con repetitivo mobiliario de serie. Se quiere arrasar con los ambientes híbridos donde las personas se han reunido hasta ahora: cafés, bares, ateneos y casinos populares; lugares llenos de historia, con muebles diversos y antiguos. La arquitectura del control que se despliega en estos equipamientos públicos es para reuniones pautadas e integradas, y no para el encuentro híbrido, de complicidades y cultura crítica.

Un ejemplo de este rechazo administrativo de lo antiguo es el de La Violeta en Gràcia, un bar tradicional en planta baja, con un espacio polifuncional en la planta superior dedicado a teatro y sala de baile. De propiedad municipal desde que hace unos años se consiguió salvarla del derribo, ahora el distrito no renuncia a transformarlo y anuncia la convocatoria de un concurso de proyectos: qué mejor que cargarse el ambiente conspiratorio, ocioso y humeante de un bar antiguo, dejando como contrapartida que se salven las fachadas y se resitúen las columnas de hierro colado en una escenografía.

Para este caso habría soluciones razonables. Es cierto que el edificio de 1893 está envejecido y se ha de mejorar su estructura, construcción e instalaciones, pero si se conserva el espacio de la sala del bar y del billar, y la pieza superior del teatro, incrementando una planta el edificio y rehaciendo totalmente la crujía de la calle de Maspons, para situar en vertical los servicios contemporáneos, se puede cumplir el Plan de Usos aprobado por el Consejo Rector de la Violeta para convertirla en un equipamiento polivalente. Sería una barbaridad pasar también la apisonadora del diseño homogeneizador por un espacio como el bar, que ha durado décadas y que, con sus columnas, doble altura, cristales de colores, sillas antiguas y mesas de mármol, es un símbolo del barrio.

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La necesidad de inaugurar, la preferencia por arquitecturas convencionales, tener que recurrir a mobiliario de serie de proveedores para la Administración y una intención implícita de control explican esta tendencia a la homogeneización. Pero más allá de razones prácticas, convendría hacer un psicoanálisis colectivo para desvelar por qué a los catalanes con poder o con dinero les da tanta grima lo antiguo y lo pintoresco y quieren eliminar todo lo que huela a popular. Deben de necesitar olvidar aquella "Barcelona cuando era pobre, humilde y acogedora" en los poemas de Joan Margarit. Otra pista nos la puede dar el hecho de que España y Portugal, emblemas de la destrucción del territorio costero, la expansión incontrolada de sus ciudades y el poco cuidado por el patrimonio, no entrasen en la Segunda Guerra Mundial. Para la Europa que sufrió la destrucción bélica, derribar es símbolo de guerra; para los nuevos ricos ibéricos es signo de modernización y ganancias. Como en aquel vídeo de los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la ETSAB-UPC.

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