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Columna
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Los ritos de la política

Lo hermoso de la política, lo más hermoso, es su capacidad para convertir en noticia lo que no es noticia. Basta que hable un político de postín, que se sepa lo que va a decir y, más aún, que ya se conozca lo que va a pasar, para que, sin embargo, la sociedad le preste atención como si no supiera que va a decir que o como si no supiera que va a decir que no. Me viene esto a la cabeza con el ritual de la ronda de conversaciones (¿se les puede llamar así?) que abrió el PNV con el resto de partidos políticos para sondear la posibilidad de formar Gobierno. Antes de la ronda, antes de las elecciones incluso, se sabía cuál era el punto de partida; los resultados sólo decoraron el escenario, reduciendo el espacio teatral al minimalismo más pragmático: una silla, una mesa, un espejo (nunca puede faltar un espejo), un quinqué, un florero.

Todo lo que el ciudadano sabía se cumplió a rajatabla: dimitieron Ziarreta y Madrazo, mientras Aralar sabía que su papel no estaba en las negociaciones, sino en el día a día del Parlamento. El resto, lo esperado, incluidas algunas salidas de tono (eso del golpe institucional, eso de gobernar desde la oposición, tenían mucho que ver con las rabietas de un niño castigado sin postre y poco con un partido, el PNV, que ha sido el nudo gordiano de este país para lo bueno y lo malo).

La ronda del PSE tiene algo más de emoción; no para el PNV, que hasta ha decidido no acudir a la cita con Patxi López, pero sí para la ciudadanía, aunque sólo sea por saber lo que plantea y dice el PP o lo que plantea y dice el PSE. A estas alturas, nadie duda de que Patxi López será el próximo lehendakari, lo que no será en ningún caso un terremoto político (como asegura un sector del PNV), pero sí tiene algo que ver con un terremoto sociológico. No todos los partidos son iguales, como proclaman los abstencionistas radicales, y la sociedad percibe un cambio, aunque sólo sea por la quinielística política que siempre rescata a la rutina del sopor.

Los rituales no son malos. El rito acompaña al hombre desde sus primeros tiempos. Algunos están fuera de lugar, otros de tiempo; unos son puramente ceremoniales, otros estrictamente administrativos. La democracia también tiene sus rituales: hay comisiones, plenos, negociaciones, rondas, consultas que todos sabemos previamente cómo van a acabar, pero que deben hacerse. El problema no es que no sirvan para nada, sino que si no se hacen queda feo. Digamos que en casos como estos se elige entre lo malo y lo peor. Entre ir a hablar de nada o no ir. La educación nunca está de sobra, aunque, si me admiten un consejo (bueno, una recomendación), ¿por qué no se reúnen a comer?, que todo buen vasco hace los negocios con mesa y mantel. Es la única forma de que una reunión inútil o previsible sirva para algo.

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