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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El diván semanal

Pongámonos serios. Vamos a hablar del humor. Aunque la nueva historiografía está corrigiendo el enfoque, todavía se tiende a contar la historia a partir de grandes hechos y cambios sociales, descuidándose el estudio de los procesos que, a veces de forma subterránea, los propiciaron o aceleraron. Cuando se analicen dentro de unos años las transformaciones sufridas a principios de este siglo por la sociedad vasca, sustancialmente en su actitud hacia la política, no podrá obviarse la influencia de un programa como Vaya Semanita.

Dice Antonio Fraguas, Forges, que el mejor método para enfrentarse a un jefe que impone es imaginárselo con una gallina sobre la cabeza. Durante más de seis temporadas, el programa de humor de ETB-2 ha puesto gallinas sobre las cabezas de nuestros líderes y de los dogmas políticos, haciendo que la gente los vea de otro modo. Vaya Semanita ha inyectado el líquido disolvente de la ironía en un sistema como el vasco que tiende a lo sólido, a la rigidez solemne y cariacontecida que requiere nuestro conflicto. Y sus resultados han sido saludables, aunque seguramente no deseados por todos.

'Vaya Semanita' ha refutado la imagen de una Euskadi incapaz de reírse de sí misma
Su esperpéntica Euskadi no es menos verdadera que la del 'Teleberri'

La prevención de los poderes establecidos contra los efectos corrosivos del (buen) humor es antigua. Umberto Eco la convirtió en el eje de la trama de su thriller medieval El nombre de la rosa. Es el intento del adusto Jorge de Burgos de evitar que se conozca el supuesto segundo libro de la Poética de Aristóteles, dedicada a la risa, lo que desencadena la serie de crímenes en el monasterio. Porque "la risa libera al aldeano del miedo al Diablo", argumenta el tenebroso guardián de la biblioteca, y sin temor no cabe la obediencia ciega que se pretende conseguir.

Si no a perder el miedo, el programa sí ha ayudado a ver nuestra realidad con otros ojos, a relativizar absolutos, a cuestionar con cierta irreverencia asentadas creencias y tópicos de este país. A pasar convenciones, tradiciones y personajes por el tamiz de un humor moderno e inteligente. Los sucesivos equipos de guionistas e intérpretes han conseguido también, lo que no es poca cosa, impugnar fuera de Euskadi la imagen de una sociedad estreñida de tan en serio que se toma todo lo suyo. Es difícil saber si Vaya Semanita ha sido un factor acelerador del cambio de actitudes que se ha producido en la sociedad vasca en estos años o si, por el contrario, el programa cuajó en la audiencia porque esa transformación ya se estaba dando. Lo cierto es que su irrupción fresca y provocadora sacudió el panorama estancado y sombrío que había dejado el fracaso de Lizarra.

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No faltó quien, más allá del inicial escándalo, vio el programa como un peligro, un tiro que se daba en su propio pie el nacionalismo gobernante con la televisión que tanto se preocupa por controlar. Porque, en ocasiones, sus chistes y parodias constituían la más demoledora contraprogramación de la realidad que se reflejaba en los espacios informativos que habían precedido minutos a Vaya Semanita. Sin embargo, el éxito de audiencia y la popularidad conseguida fuera del País Vasco mediante los programas televisivos de zapping y el intercambio de vídeos por Internet han asegurado su saludable continuidad.

Ya se sabe que la realidad pasada por el espejo deformante de la ironía resulta a veces más auténtica que la que se presenta almidonada de oficialidad. Por eso, la esquizofrenia de Los Santxez, el matrimonio venido de Salamanca, con un hijo txaraina y el otro en la kale borrika, ilustra mejor que cualquier estudio académico sobre las paradojas de nuestro manoseado conflicto y los complejos y contradicciones que agobian a algunos de sus protagonistas. Del mismo modo, los cuentos del aitite Arzalluz no sólo hacen entrañable al personaje, sino que ofrecen muchas claves sobre el pensamiento y la personalidad del veterano dirigente.

Por su propia supervivencia, Vaya Semanita evita los juicios morales y practica un pulcro equilibrio político. Pero esa cuidada ambivalencia de sus parodias no le quita propiedades corrosivas. La sonrisa que provocan las aventuras y desventuras de Los batasunnis o del jarraitxu Antxon puede ser un eficaz antídoto contra la intolerancia. Con su sátira amable ha ayudado a vislumbrar el patetismo que habita detrás de las capuchas y del terror, y a conjurar el miedo que todavía causan los no menos patéticos etarras de verdad. También ha desnudado en El euskaltegi los tabúes que durante muchos años amordazaron un debate razonable sobre la política lingüística desarrollada. Y se ha acercado con mordacidad a las moquetas del poder autonómico, ironizando sobre la distancia que media entre los discursos y las convicciones, e imaginando con desparpajo el tráfico de favores que se gestiona en los despachos y que raramente trasciende a los noticiarios.

La esperpéntica Euskadi de maites, antxones y urrutias que se asoma la noche de los jueves en Vaya Semanita no es menos verdadera que la que aparece en el Teleberri que le precede. Si acaso, más amable y divertida. A los creadores del programa debemos agradecerles que hayan refutado la pretendida incompatibilidad de lo vasco con el humor, más allá de los chistes de bilbaínos y guipuzcoanos importados de Lepe. Y, sobre todo, que pasen cada semana por el diván del psicoanalista las neuras del paisito y de sus personajes. Nunca se les pagará lo suficiente por lo que han hecho.

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