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Tribuna:Laboratorio de ideas
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Las Bolsas y la última trinchera

Juan Ignacio Crespo

El viernes pasado las Bolsas tocaron niveles mínimos del presente ciclo, lo que para la española significó situarse en algún momento de la sesión justo en los 8.000 puntos del Ibex 35 (la mitad que hace un año).

Desde hace un mes, todo el edificio financiero parece a punto de desplomarse, una sensación muchas veces experimentada en el pasado y que llevó a que en el siglo XVII (en medio de la crisis económica que arrasó Europa) los contemporáneos exclamaran asustados "¡la fábrica del orbe está para caer!".

¿Está realmente para caer? La respuesta es no, aunque los Gobiernos tendrán que seguir aplicando medidas políticas y económicas para que el mundo consiga salir de esta situación tan complicada que, metafóricamente, aunque no en la vida cotidiana, evoca la sensación de caos.

Estamos en pleno reajuste de las placas tectónicas de la economía mundial y de ahí la sensación de vértigo El panorama debe registrar un alivio a corto plazo (como muy tarde, en seis meses) en las Bolsas

El problema es que la economía mundial está en una fase de la crisis en la que van a seguir haciéndose patentes muchos de las dificultades que hasta hace poco permanecían ocultas. Y la experiencia no va a ser agradable.

Para empezar por lo más reciente, desde hace dos semanas la confianza entre los bancos ha ido mejorando aunque no lo haya hecho a pasos agigantados. La expresión de esa mejoría limitada ha sido el descenso del Euríbor-año desde 5,48% hasta 5,04%.

El problema es que, mientras tanto, se han desajustado otras piezas de la economía mundial. Principalmente se ha puesto de manifiesto que la última burbuja que permanecía intacta, la de las materias primas, ha estallado también de manera virulenta (el índice CRB de Reuters que sigue su evolución ha caído un 44% desde comienzos de julio). Y esto es algo que trae consecuencias muy negativas para los países emergentes en general (que son en buena parte productores de materias primas) y para América Latina en particular. De ahí la virulencia de la repercusión sobre la Bolsa española.

Pero no son sólo los países productores de materias primas los que se están viendo afectados: los demás son también víctimas de la recién descubierta aversión al riesgo y están asistiendo a la retirada de capitales y a la brusca depreciación de sus monedas (Brasil, Turquía, Suráfrica...). Además, el FMI ya está ayudando a Islandia, Pakistán y Ucrania.

En definitiva, estamos en pleno proceso de reajuste de las placas tectónicas de la economía mundial y de ahí la sensación de vértigo tan presente estos días. Pero todo pasará y ahora es momento de escudriñar cómo será todo cuando las últimas réplicas del terremoto hayan pasado.

Primero, el corto plazo. En las grandes crisis que se han producido en las economías desarrolladas durante los últimos 101 años, las Bolsas siempre han comenzado perdiendo en promedio un 50% desde sus niveles máximos. La evolución del tipo de cambio de su moneda y otras circunstancias particulares decidían la asignación de la pérdida definitiva a cada una de ellas. Lo más probable es que, siguiendo el patrón histórico, las Bolsas hagan una fuerte recuperación desde este nivel promedio que para el Ibex 35 se sitúa en 8.000.

A partir de ahí debería venir un respiro que mejorara sustancialmente las cosas en los mercados financieros, sin que ello signifique necesariamente que todo está solucionado, pues en las dos mayores crisis de la Bolsa del siglo XX, tras ese respiro que llevó a los índices hasta un 30% o 40% más arriba, se inició una nueva tendencia bajista que duró muchísimos años. ¿Estamos en una de esas situaciones? Por ahora, parece improbable, aunque no hay que descartarlo. Pero ¿por qué considerar una alternativa semejante? Porque el panorama, a grandes trazos, se parece mucho a una de esas dos grandes crisis (la de Japón que va desde 1990 hasta nuestros días) con parte del sistema financiero internacional (como el japonés de entonces) virtualmente quebrado y sólo mantenido en pie por la intervención de los poderes públicos; con lecciones bien aprendidas a lo largo de cien años, que evitarán que la economía caiga en una gran depresión, pero que está por ver si la salvan de un largo periodo de estancamiento (como la japonesa); con algún error, como el del BCE, que subió los tipos de interés en julio pasado y que los mantiene innecesariamente altos aún ahora (algo que recuerda también al Japón que subió los tipos de interés y los impuestos en momentos totalmente inoportunos). Pero hay que insistir en que esta expectativa resulta, incluso hoy, improbable.

Por tanto, salvo que estuviéramos ante un caso completamente novedoso, el panorama debería experimentar un alivio a corto plazo (como muy tarde, en seis meses) en las Bolsas. Y cuando eso suceda, empezará como otras veces a cebarse la bomba del optimismo en una economía cuya recuperación suele seguir a la de las Bolsas con unos meses de retraso. Tras esa alegría inicial de éstas, habrá que reevaluar la situación.

Para el crecimiento y el empleo, el cortísimo plazo es mucho menos halagüeño. Con una tasa de paro en el 11,3%, no es descartable que llegue a niveles del 15%-17% (algo aún muy lejos del 25% y del 22% de las dos crisis anteriores: 1993 y 1982).

Sobre este periodo se van a escribir ríos de tinta. ¡No es para menos! Habrá otra edad de oro de la sociología y las ciencias políticas. Y parte de esa literatura estará llena de propuestas para salir de la crisis, o de caracterizaciones de la nueva era.

Y es que puede que se sea poco consciente del alcance de alguna de las medidas tomadas por los Gobiernos hace quince días. Un congresista republicano las calificó en Estados Unidos de "socialismo financiero". Si hubiera que hacer una caracterización tajante, probablemente habría que calificarlas de inicio reversible de un capitalismo de Estado. Ni Hegel hubiera aspirado a ver una cosa convertida en su contrario con semejante rapidez. Y es que una de las medidas más novedosas que se han tomado es poco conocida: la Reserva Federal ha abierto una línea de crédito para comprar, si es necesario, pagarés directamente a las empresas (una manera de sortear el que la liquidez no esté llegando hasta ellas). Pero es que ésa es la última trinchera frente a la crisis en la que pudiera pensarse: el Estado concediendo directamente el crédito a la economía.

De momentos como éste han surgido siempre cambios importantes en las estructuras políticas, o en las financieras, o en ambas a la vez. En esta ocasión no será diferente.

Por recordar algún ejemplo: durante la Gran Depresión se produjo la quiebra de bancos de primera fila en Alemania y Austria. En Italia la cosa fue mucho más lejos: se puede decir que quebró todo el sistema bancario forzando al Estado italiano a quedarse con la práctica totalidad de los bancos y, por ende, con sus participaciones industriales. De ahí surgió el IRI o Instituto para la Reconstrucción Italiana (en el que se inspiró el INI español) que habría de controlar el 80% de la economía italiana durante los siguientes 60 años.

Una experiencia mucho más reciente fue la crisis del Sistema Monetario Europeo, que lo llevó a su casi extinción en 1992-1993. Sin embargo, de aquello, gracias a la actitud visionaria de Jacques Delors y al impulso y al peso político de Alemania y Francia, surgió siete años después el euro.

Puede que la caracterización de "capitalismo de Estado" no sea más que un fruto impresionista de esta actualidad febril, pero sí puede pensarse, aunque se vea muy lejano, en algún cambio importante de tipo institucional. Y en Europa, para ser realmente importante el cambio sólo puede ser éste: la creación de un tesoro único de la zona euro, algo que dotaría a los países que la componen de la herramienta de coordinación económica y política que le falta (como en Estados Unidos, habría Banco Central y un Ministerio de Hacienda europeos). Pero esto exige, ¡ay! un liderazgo de Alemania y Francia que hoy por hoy no es evidente.

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