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Análisis:Debate de política general
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Pánico a quedar fuera

Enric Company

Cada partido expuso ayer en el Parlament su criterio sobre qué hacer ante la crisis económica y sobre cómo abordar la financiación de la Generalitat, los dos grandes asuntos en torno a los cuales giró el debate con el presidente José Montilla. Pero más allá de la infinidad de críticas, recelos y desconfianzas expresados en el océano de palabras vertidas, lo que destacó sobremanera fue el miedo de todos a quedar fuera del pacto que, tarde o temprano, acabará por alumbrar el nuevo sistema de financiación.

La oposición, comenzando por su líder, Artur Mas, de CiU, ofreció su colaboración en esta batalla. El PP y Ciutadans, las dos fuerzas más excéntricas en el universo político catalán, también. El panorama dibujado fue, así, el de la coincidencia de todos los partidos catalanes en que la financiación de la Generalitat debe ser mejorada. Pero eso no es todo, claro está.

En el meollo de la negociación en curso con el Gobierno de Rodríguez Zapatero sobre este asunto están Montilla y su consejero de Economía, Antoni Castells, ocupando el centro del escenario político. Ellos serán los responsables, por parte catalana, del éxito o el fracaso de la negociación. Y el problema de la oposición puesto ayer en evidencia, en particular de CiU, es que se le hace muy difícil renunciar a todo protagonismo en este lance. En su caso no es sólo una cuestión táctica, un problema de imagen. Es también una cuestión de fondo, ideológica. A ningún partido le gusta quedar fuera de una negociación sobre algo tan esencial y básico como la financiación del autogobierno. Quedar fuera es la marginalidad. Pero para un partido nacionalista es todavía peor, porque forma parte de sus convicciones la de creerse el mejor intérprete de la voluntad y las aspiraciones nacionales.

Para los sucesores de Jordi Pujol esto supone algo así como un reconocimiento de la legitimidad y el liderazgo nacional de la izquierda, lo que siempre le negaron; asumir que la correlación de fuerzas le obliga a dar un apoyo que repugna a su subconsciente y que a sus ojos se convierte en un aval nacional; aceptar una posición secundaria: un mal trago.

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