Un entusiasmo
1 Ocho de la mañana del martes. Despierto en Nueva York, en el Morgans Hotel, de Madison Avenue, junto al Morgan Museum. Mucho Morgan. Primer día de mi estancia en esta ciudad.
"Acordaos de esto: cada día es el mejor del año", decía R. W. Emerson. A las diez, desayuno con Paul Holdengräber, de la Biblioteca Pública de Nueva York. Y a las once en Tiffany's con Annie Vok, una buena amiga. Pero lo que quiero es tomar un café ahora mismo, aunque me queden todavía dos desayunos más por delante. Hoy podría desayunar cuatro veces. Todo es posible en América en el día mejor del año. Además, la misma idea del desayuno invencible me estimula. "¡Nada importante se hizo sin entusiasmo!", decía R. W. Emerson.
Esta ciudad me parece el lugar soñado, tal vez porque siempre me remite a vida, actividad, energía, renovación, creatividad en el caos. Nueva York suena en mi oído como música encantada, como si la propia ciudad fuera una de aquellas chicas de bello timbre de voz que se deslizan por las novelas de Francis Scott Fitzgerald: aquel timbre en el que se oía un tintineo de monedas y la lluvia de oro de los cuentos de hadas.
No tardo en bajar al lobby del Morgans, un hotel ultramoderno, inaguantablemente fashion. Jamás había visto un lugar para desayunar tan oscuro, parece Nueva York de noche y antes de que la construyeran, cuando también ese lugar era uno de los más oscuros de la tierra. De entrada, no se ve nada. Y cuando finalmente te acostumbras a la oscuridad, comienzas a vislumbrar a una serie de ejecutivos ásperos, que desayunan solos, con el gesto severo y adusto, el maletín en el suelo. Todo el hotel, modernísimo y al mismo tiempo lúgubre -seguramente por ser tan moderno-, está lleno de hoscos clientes de traje rígido. Son los Morgans, supongo. No se relacionan entre ellos, pero aún así cabría esperar que se adivinara en sus expresiones un cierto entusiasmo por las cosas de este mundo. Pero los Morgan parecen vivir en un entusiasmo de migraña, mórbido, huraño. Para estar a su altura, pido un café en su mismo tono reservado y arisco. Algunos me dedican una mirada absolutamente indiferente y parecen arrugar el ceño, como en un cuadro de Hopper. Este gran pintor se adelantó a lo que ahora sucede, cuando percibió que Nueva York se iba llenando de solitarios adustos, curtidos en dramas de soledad y dinero, el gesto arrugado por Wall Street. "En lo que el hombre piensa se convierte", recuerdo que decía R. W. Emerson. Los cuadros de Hopper preludian a los Morgans de ahora.
2"Mi papel principal ha consistido en fomentar el entusiasmo" (Santiago Ramón y Cajal, Recuerdos de mi vida)
3Paul Holdengräber dice que se dedica al teatro del espíritu. Desayuna a menudo en el Waldorf Astoria. Como hoy. En el viejo y monumental hotel no se vislumbran Morgans, sino Holdengräbers, que son algo así como histriónicos y enérgicos neoyorquinos, cargados de todo el entusiasmo del día. Le pregunto naturalmente qué es el teatro del espíritu y responde que es darle vuelo a las ideas. ¿Y cómo se hace eso? Organiza actos culturales en la Biblioteca y logra llenos espectaculares. Ahora espera a Lobo Antunes y a Paul Auster. Trata de que las ideas resulten sexys, atractivas, irresistibles. Y para ello invita a personas magnéticas, con capacidad de entusiasmarse. "¡Pasen, pasen y vean que la lectura es una puerta a la diversión, no al aburrimiento!", le dice al público. Para los vitalistas Holdengräbers de esta ciudad, leer es un modo de crear. Leer es abrir un abanico de posibilidades infinitas. Todo lector crea. Ya decía R. W. Emerson que, haciendo las cosas que temes hacer, automáticamente das muerte al temor de hacer las cosas.
Paso inmediatamente revista a lo que siempre he temido hacer y que pienso hacer hoy con entusiasmo en el día mejor del año. Y me acuerdo de que el lema que abre La gaya ciencia de Nietzsche era de su admirado R. W. Emerson, y venía a decir que al poeta y al sabio todas las cosas se le acercan amistosamente y todas las vivencias son útiles, todos los días sagrados, todos los hombres, divinos. Ese es el estado de ánimo que estoy encontrando hoy y que encuentro con fuerza absoluta una hora después cuando entro en Tiffany's, y allí está en la mejor mañana del año, Annie Vok, esperándome con gafas negras a lo Holly Golightly, acercándose con alegría. La ayudo en la compra de unos pendientes de plata que ha de regalar a una amiga que se casa esta tarde. Tratamos de repetir aquel famoso desayuno de Holly, pero falta el dinero para comprar una buena joya, y nos mandan a la tercera planta, donde descubrimos todo un planeta paralelo dentro del propio Tiffany's. Termina comprando unos pendientes de plata que parecen salidos de El gran Gatsby. Y después, en el desayuno que sigue en el Hotel Sant Regis -cuarto desayuno del día, porque en la tercera planta nos han servido un café caliente que nos ha sabido a perlas-, Annie me habla con entusiasmo de un bellísimo ensayo de Siri Hustvedt sobre El gran Gatsby y me explica, con un timbre de voz que parece un tintineo de monedas, la idea que formula la escritora de que, nos guste o no, el dinero arroja un cierto brillo sobre las cosas, un esplendor que resulta tanto más deslumbrante para aquellas personas que no lo poseen: "Independientemente de lo limpia o moralmente intachable que pueda ser, la pobreza posee grietas y rincones de fealdad que tan sólo el dinero es capaz de cerrar".
Quedan por delante muchas horas, la tarde y la noche del mejor día del año, pero es como si se estuviera misteriosamente deteniendo el tiempo y fuera preciso esperar a otro día, al día de mañana, que llegará también, y en el que haremos sin temor todo lo que siempre nos dio pánico hacer. Y por supuesto, lo haremos con todo el entusiasmo.
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