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hamaca de lona
Columna
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MIDDLEBURY

Desde hace más de una década, mi mujer (¿todavía se puede decir así?) enseña algunos veranos en la Spanish Summer School de Middlebury College, Vermont, por lo que yo paso de vez en cuando parte de mis vacaciones en un paraíso académico que parece el arquetipo de la imagen que en Europa se tiene de un campus rural estadounidense. Y encima, los días ventosos huele a vaca: et in Arcadia ego.

El college, a media milla de un pueblecito de Nueva Inglaterra que parece un diorama de un pueblecito de Nueva Inglaterra, goza de un merecido prestigio por sus cursos estivales de idiomas. Aquí se fundó en 1917 la Escuela Española, que, con los años, iba a convertirse en lugar de veraneo de una parte singular de la élite cultural republicana refugiada en América tras la Guerra Civil.

En su estupendo libro de memorias Travesías (Tusquets), el editor Jaime Salinas recuerda aquellos tranquilos estíos en los que una nómina deslumbrante de transterrados se tomaba un respiro del ruido del mundo mientras enseñaba el idioma de Cervantes y Juan Ramón. El joven Salinas, durante algún tiempo encargado de llevar a la estafeta el correo que vinculaba a la colonia española con los que se habían quedado en la patria lejana, oprimida y hecha trizas, se reencontró aquí con familias e individuos cuyos nombres seguro que les suenan: los García Lorca, los Fernández Montesinos, los Guillén, los Tomás Navarro Tomás, don Américo y señora, López Rey, don Fernando Giner, Amado Alonso, Adolfo Salazar, Joaquín Nin, los Casalduero, Cernuda ("sobre los hombros una chaqueta de tweed, pantalones de un gris perla, zapatos relucientes"), y tantos otros.

Ellos y los demás "profesores invitados" formaron un claustro milagroso y cimentaron el prestigio de una institución que pronto será centenaria, y en la que se enseña en todas las variantes del español. Que allí, por cierto, tampoco parece en peligro.

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