"A los de radio no deberían ponernos cara jamás"
Hay un hombre que esta noche estará buscando un cine con una programación lacrimógena para disimular ahí los ojos rojos. Está deseando tener una excusa para llorar, una un poco más falsa que la mejor, la de verdad: la del locutor de radio que hoy, 32 años después del primer día, abandona el programa más veterano de Radio Nacional de España, Clásicos populares, y cierra el púlpito desde el que ha enseñado a amar la música a generaciones de oyentes.
"Suelo llevar un guión de 10 folios escritos para el programa de cada día, incluidas improvisaciones a propósito y los errores que me han hecho famoso...", ríe. Pero hoy el guión será muy corto.
El plan era tomar un café con Argenta, el gran divulgador de la música que ha sucumbido al rodillo de la prejubilación en RTVE, pero llega de allí tan atropellado, desbordado por cada gesto de despedida, que se ha entretenido y olvidado de comer. Y el café se convierte en jamoncito, en ración de queso, en coca-cola, en pastelillos. Son las cuatro y media de la tarde y hay hambre.
El locutor más veterano se despide hoy con lágrimas y mucha música
-¿Cómo te sientes al abandonar esta casa?
-Esta casa ya no es la mía, no la conozco.
Argenta (Madrid, 1945) llamó a la puerta de la radio tras dar muchos tumbos en torno a la música, siempre la música. La muerte de su padre, el director Ataúlfo Argenta, cuando él tenía 12 años le empujó a una deriva que parecía marcada para esquivar precisamente eso, las notas. Con la tragedia llegaron las deudas, el internado y la aproximación que encontró más a mano fue Micky y Los Tonys, pura devoción yeyé. Y para cuando quiso ponerse en serio, no hubo manera. La orquesta suiza que apadrinó su carrera tuvo claro que un joven de 17 años no podía empezar tan tarde y que más valía hacer algo útil: abogado.
"Pero jamás me colegié. Al terminar la carrera me presenté en Radio Nacional y hubo suerte. Me dieron un programa de 30 minutos ¡para Guinea Ecuatorial! Sólo me oían en Guinea, pero vaya discos que les ponía, lo que no se oía aquí". Y a la vez, conservatorio. Seis años en el pupitre, todo un adulto, con los niños de Madrid.
Hace fresco bajo el chorro de aire acondicionado en este café cercano a la radio. Su esposa le acompaña alegre y le ayuda a rehacer su historia. Lo mejor que le ha ocurrido en Clásicos... no cabe en un almuerzo -salvó a un suicida, por ejemplo, da demasiado pudor-, pero lo más gracioso ha sido ver el chasco de la gente al conocerle. "A los que trabajamos en radio no nos deberían poner cara jamás", ríe. "Me ha ocurrido muchas veces, como un día en Tenerife, donde una mujer ansiosa por conocerme no se pudo reprimir al verme y dijo (con decepción): '¿Y tú eres Fernando?'. Y yo sólo tenía 35 años, imagínate".
-Pero si estabas como un cañón. ¡Y lo estás! -su esposa no es indiferente.
-Seguro que eso no le pasa a Iñaki Gabilondo o a otro guaperas, pero en general soy una desilusión -remata él.
Argenta no ha parado de reír contando anécdotas, se dice triste, pero en realidad está deseando descansar, cocinar, andar, leer, escribir o tener tiempo para "discutir a gusto" con su mujer.
Pero antes, hoy, la despedida: pocas palabras, alguna lágrima y mucha música. A las tres.
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