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Columna
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Países grandes, países pequeños

Ser minúsculo es bueno porque se puede uno escurrir por los entresijos del Gran Capital

Parafraseando a Golpes Bajos: hay países grandes, hay países pequeños, ¡y qué! Las moscas de la canción original (con letra de Germán Coppini y música de Pablo Novoa), siempre que no llegaran al tamaño de un mamut, eran manejables y el narrador las guardaba en el cuarto de los huéspedes, que era el hábitat natural de todas las canciones del grupo. Los países ya no son tan coleccionables. Otra canción, Viajes por países pequeños, de Poch (Ignacio Gasca, el que fue guitarrista y cantante de Derribos Arias), hablaba de los países pequeños europeos: Andorra, San Marino, el Vaticano, Liechtenstein, Mónaco...

Son países minúsculos en extensión geográfica y, por lo tanto, fáciles de visitar. Sus cuentas bancarias, sin embargo, son enormes y su poder llega a todos los rincones del planeta. Pasan hábilmente desapercibidos en el mapamundi; no así en el tejemaneje y escaqueo de capitales. Luego están los países pequeños, los medianos, los grandes y los gigantescos. Todos apelotonados en un planeta de los pequeñitos: la Tierra es una especie de Galicia colgada en medio de la Vía Láctea.

Este es el problema de nuestro país. Somos pequeños, pero no tanto como para dedicarnos sólo al trasiego de la pasta internacional. Pertenecemos, para bien o para mal, al minifundio europeo. Si todos los gallegos pegamos un salto a la vez, el planeta apenas lo sentirá. Y si ponemos todas nuestras gaitas a sonar al mismo tiempo (ya lo intentó Fraga) apenas romperemos un par de copas de vino, y eso con suerte. No guardamos en nuestras cajas fuertes ningún expolio artístico, como hicieron los suizos con los cuadros robados por el régimen nazi, y Santiago de Compostela no es el Vaticano.

Estamos al borde del abismo del capitalismo, valga el pareado. Occidente creyó, en su momento, que los países pobres (que no pequeños) iban a seguir siendo pobres por siempre jamás. Por mucho que los gallegos se expandieran por el mundo adelante desde la noche de los tiempos (hay quien defiende que el galaico-portugués es anterior al latín), no podíamos apretar el cuello al siglo XX porque somos pocos. India y China suman algo así como un tercio de la población del planeta y el capitalismo no imaginó que necesitasen petróleo o jamón ibérico en algún momento. Pues bien, sí, lo necesitan. Y como son muchos, ¡a ver quién es el gallego que les dice que naranjas de la China!

El precio desorbitado del carburante imprescindible para que nuestros barcos lleguen al Gran Sol puede ser culpa de la demanda oriental, de la guerra de Irak o de alguna conspiración organizada entre Fu-Man-Chú, la Texaco y la Liga Profesional de Fútbol que permite que el Celta esté en Segunda y en la ruina. En todo caso, no es culpa nuestra. Pagamos el pato a la naranja (¡de la China!) como viene siendo habitual. Así, ser minúsculo es bueno porque se puede uno escurrir por los entresijos del Gran Capital; ser gigantesco también, porque a ver quién es el guapo que te tose; ser pequeñito es malo: no tienes recursos y ni siquiera cabes en el asiento del autobús o del avión.

El proyecto comunista se fue al garete porque pensaba que era aplicable al planeta entero. No contaba con la calcificación, la militarización y la osteoporosis del sistema; estupidez humana aparte. El capitalismo se tambalea porque la avaricia, ¡ay!, rompe el saco. Nosotros, pobres y pocos gallegos (tres millones y bajando), sólo podemos contemplar el panorama desde el Poniente de una Europa triste, sola e idiota. Siempre nos hemos autoabastecido y hemos vendido lo que nos sobraba, ¡y hasta fuimos sumisos con las cuotas lácteas! Ahora pretenden que nuestras vacas solucionen el problema del hambre en el mundo. Sí, hombre, sí: ¡y un cuerno! Nunca mejor dicho...

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Una saga de novelas de ciencia-ficción de 1990, Chung Kuo, de David Wingrove, pintaba un mundo posible en 2190. Toda la estructura política del planeta está unida en Ciudad Tierra bajo el poder de los Siete, los nuevos reyes de China. Ya no hay países de ningún tamaño. Los Siete son Shan-Tia-Gó, Kuo-Run-Há, Vee-Ghó, Feh-Rol, Kuo-Rhen-Tsé, Pong-Ti-Ve-Drá y Lug-Hó. Aún nos queda alguna posibilidad de supervivencia.

julian@discosdefreno.com

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