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Reportaje:El futuro de Europa

El 'tigre celta' no quiere impuestos

Los planes de equiparación fiscal para las empresas europeas quitan el sueño a Dublín

Andrea Rizzi

El centro de Dublín es sin duda un escaparate muy sugerente para quienes quieran entender en qué ha devenido Irlanda tras una década larga de fuerte crecimiento económico. El dinero se ve y huele en muchos aspectos, acompañado por la masiva presencia de inmigrantes. La bonanza se aprecia en un paseo por las urbanizaciones de las afueras de la capital, espina dorsal del hasta hace poco fulgurante sector inmobiliario irlandés.

Pero quizá el lugar más simbólico de lo que Irlanda es hoy se encuentra un poco más lejos del centro: en los polígonos empresariales en los que se afincan las centenares de multinacionales atraídas, entre otras cosas, por los bajos impuestos sobre los beneficios empresariales establecidos hace décadas. Actualmente, el impuesto de sociedades es del 12,5% frente a la media del 24,5% de los Veintisiete.

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Uno de esos polígonos, CityWest, es especialmente paradigmático. Aquí tienen sede unas 140 empresas, entre ellas compañías como Pfizer, Roche, Sanofi Aventis, Unilever, Alcatel, AOL, Adobe, Sap. Farmacéuticas y tecnología de la información: según la OCDE, los dos sectores suponen el 75% de las exportaciones irlandesas.

"La política fiscal ha sido esencial para el crecimiento irlandés", dice Frank Barry, profesor de Economía del Trinity Collage especializado en el sector. "No es la única, pero es fundamental. Cuando a ella se añadieron la mano de obra cualificada, el acceso directo al enorme mercado único europeo y las cuentas públicas saneadas, la economía despegó". A estos elementos, sin duda, hay que añadir los 55.000 millones de euros de fondos europeos que Irlanda ha recibido desde su entrada en la UE en 1973. La cifra es más o menos la mitad de lo percibido por España, otro gran beneficiario, sólo que Irlanda tiene el 10% de la población española.

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La importancia de la baja presión fiscal es clave para los defensores del no al Tratado de Lisboa. El debate público se ha centrado sobre el riesgo de que Lisboa abra la puerta a una armonización de los tipos de impuestos de sociedades, lo que privaría a Irlanda del arma con la que ha atraído tanta inversión. "Si así fuera, sería un duro golpe", dice Brendan Hickey, el empresario que ha construido CityWest. "Es el instrumento que tenemos para seguir siendo competitivos en un mercado en el que ha entrado mano de obra muy barata", dice, refiriéndose al este de Europa.

En la década 1997-2006, Irlanda -que tiene algo más de cuatro millones de habitantes, el 15% de ellos nacidos en otro país- ha recibido 88.500 millones de dólares (57.200 millones de euros) sólo en inversión extranjera directa, según la OCDE. Italia, con 60 millones de habitantes, recibió 128.000 millones de dólares.

Como en otros aspectos de la campaña, la complejidad del Tratado no ha facilitado el debate. "Yo creo que en este apartado se ha hecho algo de confusión", dice Barry. "Considero que Lisboa no abre la puerta a nada, porque Irlanda mantiene su poder de veto en la materia. Lo que sí ocurre es que el tema está ya sobre la mesa en Bruselas, donde algunos países -entre ellos Francia- lo impulsan. No podrán obligar a Irlanda, pero podrán empezar a poner en marcha un sistema de tipo único entre ellos e ir haciendo poco a poco presión sobre los demás. Está claro que eso supondría un grave problema para nosotros. Pero no tiene que ver con Lisboa", añade Barry.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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