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Tentaciones
Reportaje:EN PORTADA

Amaral vuelve a casa

UN relámpago cruza el cielo. Luego, el trueno. Las primeras gotas tintinean sobre el capó de la furgoneta, el agua sobre el parabrisas desdibuja las callejuelas de Zaragoza. Son las seis y pico de la tarde cuando por fin se deja sentir la tormenta. Lo había anunciado Juan Aguirre por la mañana, nada más bajar del AVE procedente de Madrid. Venga, dijo, me arriesgo: el día va a ir a peor. Y bingo. Conoce su tierra; se considera maño, a pesar de que nació y vivió su infancia en San Sebastián. Aquí llegó con 15 años y el sueño de ser guitarrista. ?Me monté una banda antes de saber tocar nada, con 12 o 13 años?.

Izquierda y derecha, y el cristal se empaña casi hasta la ceguera. El conductor prefiere no dar el aire, frota la luna con el puño y suena ñiic, ñiic. Hay que cuidar la garganta de la artista, sentada a su lado, en el asiento del copiloto. Ella mira por la ventanilla, a ver si alcanza con la vista la última parada de un viaje por sus raíces, también las de Juan, y las de la burbuja que crearon entre ambos cuando creyeron en el rock and roll, como canta ella en su quinto disco, Gato negro, dragón rojo, a punto de salir a la calle. Melena lisa y oscura hasta media espalda, flequillo al ras sobre las cejas, los ojos negros de maquillaje por fuera y caoba por dentro, algo de color en las mejillas. Aguirre, que tiene 38 años y un gorro siempre sobre la cabeza para ocultar la calvicie y proteger una piel blanquísima, dice que es flipante reconocer a miles de fans en los conciertos luciendo la imagen de Eva, la mujer de 35 años del asiento delantero; ella nació en Zaragoza y creció en los bloques militares del barrio de Casablanca, al sureste de la ciudad. El apellido, Amaral, lo heredó de su padre, militar. Y dio nombre a un grupo que ha vendido 1,7 millones de copias de sus cuatro discos anteriores.

Juan es el primero en observar: ?Ya estamos, ahí es. El punto intermedio?. Se detiene el limpiaparabrisas. Y el motor. Continúa la lluvia sobre la chapa. Fuera, 12 bancos trazan una interrogación en la plaza de San Juan Bosco. La decena de plátanos daría sombra si hubiera sol. Hay una palmera. ?Está muy cambiado. Imagínatelo sin acera, más tipo solar, como Vallecas o así?. El segundo era su banco. O el undécimo, según se mire. Sin glamour, más bien feo; hierro y madera. Pero suyo. Y por eso estamos aquí, en el centro del mundo que empezaron a construir hace 15 años. Descienden de la furgoneta y Eva dice:

?A Juan le gusta la lluvia...

Y Juan:

?¿Qué onda?

La onda de Juan a la guitarra los unió en 1992. Dos frecuencias se acompasaron al minuto. Así al menos lo recuerdan ellos a eso de las once de la mañana, con el AVE a 300 kilómetros por hora transformando el paisaje en líneas, de camino a Zaragoza. Quizá el único momento tranquilo de la jornada, porque ellos son mucho, demasiado, en su tierra, ?la patria?, dice Eva, y se golpea el pecho con un puño y estalla en una carcajada. Cuentan que el flechazo ocurrió en la parte de atrás de un bar, cuando ella tocaba la batería en un grupo de punk-rock local llamado Bandera Blanca. Siempre el mismo ritmo, era malísima, dice. Pero uno de sus primeros recuerdos musicales tiene que ver con su primo empuñando una raqueta a modo de guitarra y ella golpeando unos botes de detergente Colón. También era la voz solista de otra banda llamada Lluvia Ácida, cuyos componentes se dejaban caer por el bar donde Simón, el guitarrista, tenía un estudio casero de música para grabar maquetas, en el almacén. Simón llamó a Juan, para unos arreglos. ?Quería que metiera unas guitarras muy en su onda?, cuenta Eva, ?porque Juan siempre ha tenido un estilo muy peculiar, muy suyo?. Eso, la onda. Hubo amor, amistad y música desde el primer encuentro. El orden es un misterio, y quizá tampoco importe ahora. El caso es que quedaban, aquí. Y lo bautizaron ?el punto intermedio?:

?Yo llegaba por esa calle, del barrio de Delicias, doblando la esquina del bar Montesol, el de las patatas.

Y Eva atravesaba el estadio de fútbol de La Romareda y la Ciudad Universitaria y surgía por la calle de los Condes de Aragón. Lo explica con un mapa en la mano y le recrimina a Juan (?Ves como tenía razón?) que siempre le tocó caminar más a ella. También le piden más fotos y firma más autógrafos, unos 50, quizá 60, al final del día. ?Un besazo. Eva Amaral?. Y dibuja el símbolo de la paz de un solo trazo.

Más de la mitad los firmó a media mañana en la Escuela de Artes y Oficios. Eva quería dejarse caer por el lugar donde estudió cinco años, un edificio de ladrillo visto de 1908, situado en uno de los laterales de la plaza de Los Sitios. La furgoneta se detuvo en la esquina. Juan y Eva descendieron y los chavales que fumaban en la escalinata, a la entrada de la escuela, giraron la cabeza al instante. ?Pero, Eva, no vamos a entrar... ¿verdad??. Juan acababa de reconocer lo que suele denominar el síndrome tierra trágame. Ella le devolvió una sonrisa. Y a medida que se iban acercando, cinco o seis cabezas se asomaron a la calle desde la primera planta: ?¡Mira, son los de Amaral! ¡Hola!?.

Primer escalón, un remolino. Todos quieren su momento junto a Eva y se apretujan para que el encuadre encaje en la pantalla del móvil. Ella sonríe en todas. Sube los peldaños con esfuerzo. Logra entrar. Juan ha conseguido escabullirse más o menos. En el vestíbulo, los gritos hacen eco. Se extiende la voz de su presencia. Llega más gente, una treintena de personas, sobre todo chicas de entre 16 y 19 años. ?¡Una foto, una foto!?. La única salida, una clase, por el pasillo de la izquierda. Abren la puerta y entran, uf. Dentro hablan y se fotografían para la prensa. No hay descanso. El agobio se multiplicará media hora después, porque su salida coincide con el cambio de clase. Una estudiante se acerca a Carlos, jefe de producto de la compañía Emi que acompaña al grupo, y dice: ?O la sacáis vosotros de allí o no sale?. Eva firma autógrafos y se deja fotografiar durante 15 minutos largos. Juan, que tiene el fenómeno estudiado, se retira a un lado a charlar con una persona. Luego sale a la calle y comenta, apoyado en un coche: ?De esta manera te ven ahí, hablando tranquilamente, y no se acercan?. Aun así, un par de chicas rompen la barrera y le piden un autógrafo. Juan Aguirre, tras, y también acompaña su firma con el símbolo de la paz.

Sale Eva. De camino a la furgoneta, unos tipos gritan desde la plaza: ?¡Eh! ¡Qué buena está tu novia!?. Los estudiantes de la escalinata saludan hacia el vehículo cuando deja el edificio a la derecha y sigue camino hacia el casco viejo.

Desde la tranquilidad de su asiento de copiloto, Eva explica que con 17 años y la carrera musical en potencia se matriculó en el ciclo de escultura. Se quedó a falta del proyecto. Y aún, de vez en cuando, vuelve a posar sus manos sobre el barro, pero ya no esculpe. Su energía creativa, dice, la invierte en la música, en el diseño de las portadas de sus discos y en las proyecciones de los conciertos. Añade que ha podido charlar un rato con el profesor de talla en piedra y madera, Santiago Gimeno, de 54 años. Desde que Eva dejó la escuela, Gimeno mostraba una vieja maqueta de tiza a los alumnos y les preguntaba: ?¿A ver si adivináis quién hizo ésta??. Los alumnos alucinaban, cuenta Santiago en un receso de sus clases. Y explica que quiso aprovechar la visita de la artista para devolvérsela: ?Sólo me quedaba con las dos mejores de cada curso, para que sirviese de ejemplo a los alumnos del siguiente. Eva tenía muy buenas manos. Yo la conocí aquí, con la motosierra y la radial, esculpiendo pedruscos de 50 kilos. Ella, a la vez, estaba grabando maquetas y eso. Ya entonces hablábamos mucho de música. A mí me encanta, tengo cerca de 3.000 discos. Y me gusta lo que hace Eva ahora. A Juan también lo conocí entonces, porque venía casi siempre a buscarla?.

Aguirre, que por entonces estudiaba filosofía, recuerda que abría la puerta de clase y reconocía a Eva cubierta de polvo blanco o serrín o tizne de la fragua. Eva decía: ?Hasta luego, Santiago, nos vemos mañana?, y se marchaban juntos a comprar unas cervezas que luego bebían al sol, tumbados sobre la escultura del centro de la Plaza de Los Sitios, a soñar y holgazanear. Por desgracia, cuentan, el Ayuntamiento decidió rodear con una verja puntiaguda la escultura, y en la actualidad resulta inaccesible. También por desgracia, hace tiempo que cerró el primer local en el que tocaron juntos, El Monaguillo, y en su lugar un cartel bicolor anuncia: ?Galerías Primero?. Y el año pasado se despidió el bar donde se conocieron. Una tragedia, dice Eva, y se detiene la furgoneta.

Durante la comida, en la taberna La Republicana ??Banderillas y aguardientes??, los artistas recuerdan que al poco de conocerse se apuntaron al Conservatorio de Música para avanzar en solfeo. Sólo quedaban plazas libres en el curso de contrabajo. Mmm... Está bien, adelante, dijeron. Entre los cuatro alumnos se sortearon los dos únicos instrumentos que cedía el conservatorio para practicar. ?Y de pronto me ve mi madre entrar a casa con un contrabajo enorme. Me encerraba en mi cuarto a practicar??, y Eva eleva el brazo izquierdo hasta la cabeza y el derecho lo mueve en horizontal a la altura del abdomen, mientras emite un bramido desde el pecho, como de mercante arribando a puerto. Se adivina su voz potente, la de los conciertos, y dice que estudió canto lírico cuando comprendió que iba a ser cantante. Primero en un centro cívico. Luego, la profesora, fascinada, la remitió a su maestra. ?Cobraba un pastón por horas y yo no tenía parné...?. Le hizo una prueba y la admitió con descuento.

A Juan le tocó el otro contrabajo, y pica con el tenedor uno de los guisantes de su plato. Eva se limpia con la servilleta el aceite que le deja en los labios una hoja de lechuga, y entonces cuentan cómo la ciudad se les quedó pequeña el día en que colaron su maqueta en un espacio radiofónico desaparecido, Sangre española, de Radio Zaragoza. De allí salieron también Héroes del Silencio. El locutor del programa, Cachi Torres, de 50 años, revive al teléfono los encuentros a diario en el circuito de bares del casco viejo. Eva ya cubría su frente con un flequillo, dice, y servía copas en el Azul Rock Café. Juan, bajo un gorro, hablaba y hablaba del sello discográfico británico Creation y las guitarras Rickenbacker. ?Él ya había sonado en mi programa, porque grabó un elepé buenísimo con su banda anterior, Días de Vino y Rosas, en 1990. Hasta se fueron de gira por Europa. Tuvieron un tema famoso, Biarritz, que sale ahora en el nuevo disco de Amaral. Luego Juan conoció a Eva y dijo: ?¡Hostia, qué buena es!?. Porque Eva canta con una voz profunda, como desde la cima de una montaña. Es el sello de la casa, de jotera. Él se fijó en ella, confió en ella, la animó a seguir. Se recorrieron todos los bares tocando. Estuvieron juntos cinco años antes de ser nada. Y recuerdo que yo les decía que tenían que dejar Zaragoza si querían llegar a algo?.

Primero fueron viajes esporádicos en tren a Madrid; luego pasaron temporadas más largas, durmiendo de prestado en casas de amigos; trabajaron en el sector de hostelería, y un largo etcétera, mientras actuaban en Libertad 8, San Mateo 6, El Rincón del Arte Nuevo, La Boca del Lobo. Llegó el día en que Jesús Ordovás los pinchó por primera vez en Radio 3. Y el episodio en que un tipo se acerca después de un concierto y dice: ?Hola, soy de la compañía Virgin, me gustaría hablar con vosotros...?. Entonces, en algún momento hace 10 años, decidieron quedarse en Madrid.

A Marta Corbatón le dio muchísima pena, porque desde que conoció a Eva, a los 15 años, se hicieron inseparables. ?Pero, claro, me alegré muchísimo por ella?. Marta recuerda el primer concierto, los días en la calle, lo loca de la música que era Eva, siempre escuchando discos diferentes al resto, los que le pasaba su hermana mayor. Estudiaron juntas en la Escuela de Artes y Oficios.?Y es raro verla en el escenario, porque es tímida, vergonzosa. Se transforma con un micro y la guitarra. Se vuelve una fiera?. Un día Eva llamó desde Madrid para contarle un secreto: iban a grabar un disco. Años más tarde fue Marta quien llamó a la artista. La pilló en Santiago de Chile y Eva lo plasmó en la canción Marta, Sebas, Guille y los demás. Ésa que dice en el estribillo: ?Son mis amigos. En la calle pasamos las horas?. ?No me dijo nada, fue una sorpresa?, recuerda Marta.

De Sebas, que en la canción se había mudado a Buenos Aires, queda constancia de que sigue de nómada. Eva facilitó un teléfono en Argentina, y allí respondieron: ?Ché, qué pesadez. Es la cuarta vez que llaman acá preguntando por un Sebastián?.

?Yo a ti te conozco desde hace mucho. No sabes quién soy, ¿verdad?

La anciana se ha acercado a la mesa de la cafetería de la estación. Eva se gira y se levanta:

?Lo siento, ahora no caigo?

? Pues la mujer del de León, de los Bloques Militares.

?¡Claro!

?Bueno, ya me enteré de lo de mamá...

Y juntan las manos. Eva perdió a su madre en verano. Fue su última estancia larga en Zaragoza. Bueno, dice, también pasó unos días en Navidad. Y volvió en marzo cuando Juan y ella interpretaron en la plaza de España una canción de Bob Dylan que han adaptado al español para la Expo del Agua. Se habló de ella cuando empezó a jarrear sobre la furgoneta, a eso de las seis y pico. El vehículo aún no se había detenido en el punto intermedio, y Eva bromeó: ?No, si de tanto cantarlo...?, porque el tema se llama Llegará la tormenta. La letra dice: ?Me han dicho que has vuelto por fin a tu casa / ¿Qué has visto en tu viaje por tierras lejanas??.

Juan llega a la estación a tiempo. Había pasado un minuto por casa a saludar a sus padres.

?¡Muchos éxitos!? se despidió la de los Bloques Militares. El tren de vuelta a Madrid salió puntual a las 19.54.

El doble CD Gato negro, dragón rojo, de Amaral, sale a la venta el 27 de mayo.

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