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Columna
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La sordera voluntaria

A la espera de comprobar los efectos causados sobre la política vasca por el conflicto entre María San Gil -presidenta del PP en Euskadi- y la dirección de su partido a propósito de la redacción de la ponencia política para el congreso de Valencia, los focos continúan iluminando la reunión del próximo día 20 entre Ibarretxe y el presidente Zapatero. Ningún hecho o argumento ha sido capaz hasta ahora de modificar los roqueños planteamientos del lehendakari sobre el futuro del País Vasco: su última Propuesta abierta de Pacto Político para la Convivencia lo confirma.

Pero la mayoría de los acontecimientos ocurridos durante los 10 años del mandato de Ibarretxe contradicen o desmienten los supuestos sobre los que descansa la monocorde mezcla de diagnóstico y terapia de la propuesta. El batacazo electoral sufrido en las legislativas del 9-M por el PNV y sus dos socios de Gobierno en Vitoria, tanto más sonado cuanto que los socialistas sumaron con el 38% de los sufragios más votos que esos tres partidos juntos, ha agravado los retrocesos del nacionalismo en las autonómicas de 2005 y las municipales de 2007. No se trata sólo de que el lehendakari no pueda hablar como el nuevo Moisés de un Pueblo Vasco monolítico; ni siquiera tendría ya el respaldo por mayoría simple del que dispondría aún en el Parlamento de Vitoria si las próximas autonómicas repitiesen el resultado del 9-M: el PNV perdería entonces el Gobierno que preside desde hace 38 años.

Los acontecimientos desmienten los supuestos en que se apoya Ibarretxe

Tampoco el suelo que pisa el lehendakari dentro de su partido es tan firme como podría hacer pensar la confianza otorgada por la Asamblea del PNV reunida en Bilbao el fin de semana pasado. El cierre de filas en torno a Ibarretxe de su partido en vísperas de la entrevista con el presidente del Gobierno el próximo día 20 es una cláusula de estilo. Sin embargo, hay síntomas de que el péndulo patriótico podría oscilar de nuevo, esta vez desde el soberanismo de Estella hacia el autonomismo estatutario.

Un reciente artículo de Josu Jon Imaz (La llave de Rodolfo, en El Correo, 1-5-2008) reivindica el acierto de la decisión tomada en 1977 por el PNV cuando rechazó la propuesta rupturista de ETA de constituir un frente nacional y apostó "indubitadamente" por un frente autonómico; el ex presidente del PNV también recuerda las palabras del primer lehendakari, José Antonio Agirre, sobre la lealtad democrática y republicana del patriotismo nacionalista para derrotar al fascismo en 1936. Setenta años después, concluye Imaz, "la principal tarea del nacionalismo institucional es la deslegitimación social y política de ETA": las diferencias entre la banda terrorista y el PNV -señala Urkullu, sucesor de Imaz al frente del partido- concierne tanto a los medios como a los fines. El País Vasco necesita mayorías amplias y cualificadas para construir un futuro que dé cabida a las sensibilidades e identidades políticas de una sociedad pluralista.

La incapacidad del lehendakari para incorporar a su discurso las lecciones de la experiencia queda puesta de manifiesto en su empecinamiento por uncir la lucha contra la violencia terrorista a la firma de un "acuerdo de normalización política" que incluya el derecho de autodeterminación. La Propuesta reitera los términos de la Resolución del Congreso de 2005 sobre la posibilidad de un "final dialogado de la violencia" si se dan las condiciones adecuadas para ello. La hoja de ruta no extrae conclusión alguna, sin embargo, del fracaso de las tentativas emprendidas por el PNV, EA y Aznar en 1998 y por Zapatero en 2006 en tal dirección; el motivo de que ETA rompiese de forma unilateral el diálogo y la tregua en todos esos casos fue el propósito de ganar tiempo en su carrera -sin fecha límite- hacia el poder en una Euskal Herria monolítica e independiente formada por el País Vasco, Navarra y los tres territorios franceses.

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Étienne de la Boétie, el sabio amigo de Montaigne, se planteó las causas de la obediencia a la autoridad y explicó que el fundamento de la tiranía era la servidumbre voluntaria de los súbditos. La incapacidad de Ibarretxe para atender a razones, escuchar argumentos y registrar hechos tal vez sea también consecuencia de la sordera voluntaria que le permite la clausura cognitiva de una Propuesta abierta, en teoría, a la deliberación, pero cerrada, en la práctica, a cualquier réplica que no sea el asentimiento. La táctica de fingir atención y de oír sin escuchar las contestaciones para repetir a continuación en términos idénticos el discurso inicial es una vieja técnica negociadora para vencer por cansancio o aburrimiento a los interlocutores; en esos supuestos, el cruce de datos y razonamientos es sólo una apariencia de debate que no hace sino ocultar posiciones inexpugnables de fuerza ciega. La novedad en este caso es que la sordera voluntaria de Ibarretxe le ha impedido durante demasiado tiempo escuchar el fragor de los atentados y los lamentos de los familiares de las víctimas asesinadas por ETA.

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