Cervantes, perdido en el convento
Las Trinarias alberga los restos del escritor, pero no se sabe dónde
Miguel de Cervantes acaba de cumplir 392 años y medio. Muy pocos han logrado pervivir tanto en la memoria de sus nacionales y extramuros del país que les viera nacer como su personaje manchego, Don Quijote, quien parece haberle eclipsado como hombre de carne y hueso. En Madrid gozó Cervantes algunos de los momentos más brillantes de su dura, a veces ingrata, vida.
Consta que en Madrid, muy cerca del viaducto y bajo el palacio del duque de Uceda, estudió Cervantes con el maestro Juan López de Hoyos, vinculado al también cercano Colegio Imperial de los jesuitas, en el hoy instituto de San Isidro, pared con pared con la antigua catedral de la calle de Toledo. Unos versos suyos a la muerte de la tercera esposa de Felipe II le granjearon cierta nombradía.
Las monjas son enterradas en una cripta donde podría reposar Cervantes
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Fue madrileña la publicación en 1605 de su Ingenioso hidalgo, y por calles, plazas y paseos por las que todavía hoy se pasea, él también caminó: el barrio de Las Letras, las calles de Huertas, León, el Prado -al que dedicó uno de sus más conocidos versos- o la calle de Atocha y su real basílica, donde asistió en 1566, con unción, a la muerte de fray Bartolomé de las Casas, el clérigo que pugnó por impedir la esclavitud de los indios de América.
Aquella muerte conmovió tanto al escritor alcalaíno que, como afirman algunos estudiosos dominicos de la obra del fraile andaluz, influyó de manera determinante en la construcción del personaje de Don Quijote, hermanado con Las Casas en el combate contra gigantes poderosos y desalmados malandrines.
En la calle de Francos de Madrid -hoy de Lope de Vega- murió un 23 de abril de 1616 Miguel de Cervantes, bautizado en la iglesia complutense de Santa María en octubre de 1547; mas, aunque se sabe dónde dio su último suspiro y dónde fueron llevados sus despojos -al convento de las Trinitarias Descalzas, hoy de clausura, en la calle de su nombre-, sus restos se perdieron intramuros del cenobio, donde moran 21 monjas, 13 españolas, siete iberoamericanas y dos de Madagascar.
"Sabemos que está aquí, pero desconocemos dónde exactamente", dice desde detrás del torno la hermana portera. En las últimas décadas -"tras un intento realizado por el académico Joaquín de Entrambasaguas en los años cuarenta del siglo XX", según el historiador José Montero Padilla- no ha habido investigación que acometa la tarea de hallar sus restos, sepultados en un espacio pequeño como el del templo conventual. "Posiblemente, los despojos de Cervantes se extraviaron cuando se cambió el testero de la iglesia y quedó situado al norte, pues antes se hallaba al sur", dice una vecina del cenobio. Las monjas trinitarias son sepultadas en una cripta propia, donde podría hallarse el cuerpo del escritor.
No ha de ser tarea difícil encontrarlo -el ámbito de búsqueda es el de una manzana, la 230 de la vista de 1774-, pero falta voluntad para hacerlo. Madrid suele ser ingrato con sus hijos más preclaros: también se han perdido los restos de Lope de Vega, entre muchos otros.
Muy cerca del convento, en la calle de Atocha, una lápida mural recuerda que en ese lugar tuvo su imprenta Juan de la Cuesta, el impresor que inmortalizara la obra cumbre de Cervantes Saavedra. Otro enigma más envuelve este segundo apellido, que no era el de su madre, hidalga, Leonor de Cortinas. Se cree que la familia paterna del escritor procedía de Galicia y era de origen noble: los Saavedra -"río de piedra", que sugiere la calzada romana- tienen un panteón en la catedral de Lugo. Sin embargo, el carácter levantisco de la nobleza gallega granjeó a ésta la enemistad de los Reyes Católicos, que demolieron muchos de sus castillos y forzaron a sus vástagos a emigrar. Cervantes sería el nuevo apellido adoptado por su familia paterna, que desde Galicia emigró a Córdoba, Sevilla y Castilla, más precisamente en la madrileña Alcalá, donde su padre recaló.
Los avatares de su vida aventurera, su exilio forzado en Argel por su apresamiento a bordo de un navío en aguas de Cadaqués, a manos de piratas, y los sinsabores de una gobernanza que pronto olvidó su valentía en Lepanto, donde perdió su mano izquierda y recibió dos pelotas de arcabuces turcos sobre su pecho, le distanciaron de la capital imperial.
Un siglo después de morir, Cervantes fue evocado en la educación infantil de Felipe V de Borbón, quien llegó a escribir un Don Quijote a quien en su ficción envió hasta África. Suntuosos tapices con motivos quijotescos fueron encargados por el rey a célebres tejedores y hoy se lucen en reales sitios. Los vestigios cervantinos más visibles hoy son una escultura en la plaza de las Cortes; otra, sedente, en la avenida de Arcentales y un monumental grupo escultórico en la plaza de España. Pero su legado, el cristalino verbo, vive aún entre nosotros.
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