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Liberalismo antipático

José María Lassalle

Creo sinceramente que Esperanza Aguirre -y vaya por delante mi admiración hacia su trayectoria política y su gestión al frente de la Comunidad de Madrid- se equivoca. Lo hace cuando reclama un debate de ideas que impulse el liberalismo en el próximo Congreso del Partido Popular que se celebrará en Valencia. Y vuelve a equivocarse cuando afirma que la socialdemocracia está más cómoda con Mariano Rajoy que con ella. Digo esto porque ambas afirmaciones son injustas. Si quiere disputar a Mariano Rajoy el liderazgo nacional de nuestro partido -cosa a la que está en su derecho y nadie puede censurar, debería hacerlo esgrimiendo otros motivos. Primero, porque Rajoy está lejos de sintonizar con las ideas socialdemócratas ya que éstas -y si no que me corrija la presidenta de Madrid- nacieron como una democratización de la izquierda tras su renuncia a la lucha de clases y al marxismo. Y segundo, porque el Partido Popular no necesita abrir ningún debate sobre el liberalismo, ya que lo ha asumido como soporte de la mayoría de sus propuestas.

Al reclamar un debate de ideas, Esperanza Aguirre se equivoca y es injusta
Aguirre no defiende postulados 'neocon' pero dudo de alguno de sus colaboradores

Lo demuestra el programa con el que concurrimos a las elecciones del 9 de marzo. En él se dice que somos "una formación política de centro" (punto 7) que "asume la tradición del liberalismo español surgida de la Constitución de Cádiz" (punto 8). Un partido que defiende la "libertad porque es el fundamento de la dignidad de la persona y el motor del progreso y el bienestar de las sociedades" (punto 9). Asimismo creemos en la "igualdad porque sin ella hay arbitrariedad, privilegio y discriminación, y porque asegura un orden de justicia gobernado por el imperio democrático de la ley" (punto 10). Reclamamos el "protagonismo de la sociedad civil a la hora de liderar los cambios que demanda nuestro país" (punto 16) y abogamos por el "reformismo como garantía de progreso y bienestar y de la igualdad de todos los españoles dentro de una economía libre" (punto 17). Por último, se afirma que la "política debe ejercerse desde la moderación y el respeto a las opiniones de los demás", apostando por el "consenso y el desarrollo de políticas incluyentes, especialmente cuando éstas interesan a los fundamentos de nuestra convivencia" (punto 18).

A la vista de estos principios programáticos no encuentro motivos para calificar veladamente de socialdemócrata a quien los ha promovido abiertamente dentro de nuestro partido. Tampoco entiendo por qué se reclama un debate congresual sobre la idoneidad liberal de la ideología que defendemos los populares.

Esperanza Aguirre sabe que expreso esta opinión como liberal que ha dado alguna que otra batalla de ideas dentro del partido durante esta legislatura. Por eso, me preocupa su abrupta insistencia en reivindicar un debate ideológico cuando nadie la secunda. Hace que me pregunte sobre si no estaremos apelando a dos tipos diferentes de liberalismo, pues, si ella cree que los liberales que estamos cómodos con el discurso de Rajoy no lo somos del todo -o, incluso, somos a sus ojos unos socialdemócratas encubiertos-, entonces, una de dos: o el discurso neocon ha cobrado cuerpo con Aguirre y empiezan a deslizarse los reproches que fueron tan del gusto de los Wolfowitz, Perle, Kristol y compañía hacia quienes no les secundaban entre las filas re-publicanas, o las ideas del neoliberalismo de los 80 han vuelto inoportunamente a la carga cuando una profunda crisis económica está al acecho.

Si como apuntó hace unos días la presidenta de Madrid, los populares tenemos que combatir la imagen de "partido antipático" (nasty party) con la que nos ven muchos españoles, no parece lógico que las herramientas ideológicas para lograrlo sea alguna de las dos hipótesis mencionadas. Sé que Aguirre está lejos de defender los postulados neocon, pero tengo serias dudas acerca de alguno de sus colaboradores. En cualquier caso, sus continuas apelaciones al liberalismo a través de autores como Friedman o Hayek producen cierta inquietud, ya que dejan en el ambiente los ecos neoliberales de la melodía de la revolución conservadora que protagonizaron Reagan y Thatcher.

Desde que Aguirre defendió la Ponencia de Ideología del VI Congreso del Partido Liberal de junio de 1985, a la que apelaba hace unos días en el Casino de Madrid para justificar su posición crítica, han pasado ya más de 23 años y, hoy, el liberalismo ha experimentado profundas adaptaciones a los desafíos y retos de la globalización postindustrial. Lo explica Dahrendorf cuando en El recomienzo de la historia (2006) señala que el liberalismo ha de ser capaz de defender la libertad "tanto de la jaula burocrática de la servidumbre como de los peligros del fundamentalismo del mercado". Por eso, quienes defendemos el liberalismo dentro del Partido Popular debemos ser conscientes de que el ejercicio de la libertad ya no sólo debe operar en un sentido negativo y anti-estatista, sino también de una forma positiva, proyectando una dinámica incluyente e igualitaria que anteponga la independencia de la persona frente a las intromisiones de aquellos que practican la arbitrariedad, la intolerancia, la intransigencia y la ortodoxia, vengan de donde vengan, que es lo que defienden los actuales principios de nuestro partido y lo que mantiene Mariano Rajoy en sus discursos desde que asumió su presidencia en 2004.

Si no fuera así y retrocediéramos en nuestros planteamientos o, lo que sería peor, asimiláramos versiones reaccionarias de los mismos, el liberalismo podría convertirse en una ideología excluyente, trasnochada y anticuada; un liberalismo antipático (nasty liberalism) sin magnetismo ni poder de seducción y convocatoria, que haría perder lo alcanzado por el Partido Popular estos últimos años: un espacio de encuentro para los que comparten una longitud de onda moderada y centrada en torno a un liberalismo igualitario que trata de sintonizar con la compleja fisonomía ideológica y afectiva que irradian las sociedades abiertas después del derribo del Muro de Berlín.

Si queremos avanzar posiciones electorales debemos trazar con más precisión aún una frontera que sustituya la vieja polémica estatistas-liberales, por otra que exprese nuestra beligerancia frente a las tentaciones arbitrarias y populistas que coartan la independencia tolerante, crítica, moral, intelectual, política, religiosa, social y económica de la persona. Desde esta plataforma, e insistiendo y profundizando en ella, no cabe duda de que estaremos en condiciones de ganar las próximas elecciones generales.

José María Lassalle es secretario de Estudios del PP y diputado por Cantabria.

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