Reloj no marques las horas
¿Se le puede llamar jet lag? Me refiero al efecto producido por el cambio de hora. Quien esto escribe tendería a contestar que sí. A menos que encontremos otro vocablo para denominar al conjunto formado por una ligera desorientación, el lío en el reloj biológico y la sensación de robo que no se compensa con la devolución otoñal, puesto que entonces el problema se plantea a la inversa pero con los mismos síntomas. O sea, con las mismas pejigueras. Al final uno acaba por perder la cuenta y no sabe si su cuerpo está adaptado a la hora de primavera -de ahí que cuando llega el otoño siga despertándose a las seis creyendo que son las siete- o a la de otoño, de ahí que empiece a caerse de sueño mientras desayuna cuando los pájaros cantan, las nubes se levantan y la señora primavera tiene a bien regalarnos con toda clase de floraciones. O nieve. Sólo que esa es otra clase de tiempo. Y aunque rijan sobre él los barómetros no es lo mismo, porque no los podemos adelantar ni retrasar una hora para que llueva más o menos. Ahora bien, como somos muy sufridos aceptamos los quebrantos en nombre de la colectividad. Gracias a nuestros insomnios, disturbios del apetito y berreos de los bebés -esos humanos pequeñitos que se rigen por un reloj interior a prueba de buenas intenciones-, ahorramos un 5% de energía. Que será poco o mucho pero lo cierto es que no lo disfrutamos. Quiero decir que no se traduce en una rebaja del precio del combustible o de la calefacción, pongamos por caso. Y eso no está bien porque a la falta de ingresarlo como activo se le une el gasto en somníferos y toda clase de complementos dietéticos a base de ginseng, fósforo (siempre viene bien dopar las neuronas), jalea real y un sinfín de estimulantes para que afrontemos la jornada laboral con el desayuno de los campeones.
"Ahorramos un 5% de energía, que será poco o mucho, pero lo cierto es que no lo disfrutamos"
Si las tornas no cambian, es decir, si lo que nos cuesta cambiar la hora no se traduce en promesas electorales podría producirse una revuelta. Con la particularidad de que no costaría mucho llevarla a cabo. "¿Cambio de hora? No, gracias, en mi casa no tocamos el reloj ni para darle cuerda (o cambiarle las pilas)". Un gesto inocente aunque cargado de consecuencias. Porque cuando llegaran los millones de horas de retrasos no atribuibles a los habituales atascos de tráfico vendría lo bueno. Es lo que tiene el maldito cambio de hora, que uno se pone melancólico. O irredento, que viene a ser lo mismo aunque en otro orden de cosas, el que se relaciona más con la política. Y por ese camino se puede llegar muy lejos. ¿Qué ocurriría si los ciudadanos decidiesen abolir las convenciones temporales? Me refiero a si declarasen que noviembre no es noviembre ni 2008, 2008. Vaya tontería, ahí están los chinos o los musulmanes con sus calendarios distintos y no pasa nada... No pasa nada, querido listillo, porque todo se acopla a un tiempo universal. Cosa bien distinta sería si toda la mano de obra de un país decidiera que el domingo fuera lunes -o viceversa- y obrara en consonancia. No es por darle ninguna idea al lehendakari, pero, ¿se habrá parado a pensar hasta dónde llegaría declarando la independencia temporal de Euskadi? A falta de no salirse con su plan se saldría al menos con su calendario. El calendario Ibarretxiano. ¿A que da miedo? Pues eso, tengan a mano su reloj y no lo pierdan de vista.
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