Una tarde de primavera, Cancellara
Freire, octavo en la Milán-San Remo, que ganó el suizo al atacar a dos kilómetros del final
Si una tarde de primavera un ciclista se presenta solo en el paseo marítimo Ítalo Calvino tiene que tratarse de Fabian Cancellara ganando la Milán-San Remo. Por narices. Por piernas. Por arte. Por desgracia para Freire, que lo observa desde lejos, desde detrás de la curva que bordea el Mediterráneo. Para escarnio de los adivinos que no veían obstáculo entre el cántabro y su tercera classicissima. En el patio del castillo Sforzesco, muy de mañana, cuando el sol apenas ha comenzado a iluminar la gris Milán, Cancellara repasa su bicicleta, toca el tubular trasero con las yemas de los dedos, acerca el oído como un percusionista afinando la tripa de su instrumento. Luego, a 298 kilómetros de San Remo, más de siete horas antes del final, anuncia sus intenciones. "Sí, sé que después de haber ganado la Tirreno-Adriático todo el pelotón me tiene miedo", dice. "Y yo también me temo. Temo no saber cómo hacer para ganar, qué hacer llegado el momento, cómo saber que ha llegado el momento". Falsa modestia, evidentemente, puro juego. Si Cancellara en persona no lo sabía podría habérselo preguntado al pelotón que tanto le teme. La respuesta habría sido unánime: Espartaco (así llaman al suizo, 27 años, admirador de Indurain, hijo de emigrantes italianos en busca de trabajo, por su fortaleza física, por su poderío, por sus 84 kilos de tremendo ciclista) atacará a falta de un par de kilómetros, hará como Tchmil (el belga moldavo que fue el último que ganó la San Remo en solitario) en 1999... Claro que la pregunta sobraba. También lo sabía Cancellara: su capacidad para ganar metros de ventaja en el momento decisivo sin necesidad de que la carretera le ofrezca un repecho, para saltar, es el sello distintivo del campeón del mundo contrarreloj, del ganador de la París-Roubaix de 2006. "Vale, sí", admitió orgulloso en la conferencia de prensa victoriosa. "Todo ha salido como lo diseñamos en el autobús, como si Spielberg hubiera escrito el guión".
El orgullo -tan visible que incluso se le preguntó si se había frenado al final, antes de cruzar la línea, después de volverse para mirar dónde llegaba el grupo perseguidor, para permitir que el grupo saliera en la foto y dar más valor a su victoria- se debía más que a la victoria en sí a la forma en que la había logrado. "Pasará a la historia", dijo el suizo. "Es una carrera que últimamente se decidía siempre al sprint y yo he logrado evitarlo. La clave ha estado en mi calma, mi frialdad. Me va a costar tiempo saber todo lo que significa esta victoria".
Le podría preguntar a Freire -otro vidente, otro que había anticipado la carrera-, que ha ganado dos. Freire sabía que el nuevo puerto, Le Mànie, entre el Turchino y la Cipressa, iba a matar a los velocistas y que el asunto se decidiría en el Poggio, donde se desgajaría un grupo de atacantes. Lo sabía tan bien, que allí estaba, entre la docena de corredores que a tres kilómetros sabían que se jugarían la victoria. Estaban todos, Ballan, Rebellin, Gilbert, Pozzato... Estaba ahí, cuando Landaluze, en busca de su segundo de gloria, atacó y sirvió de trampolín a los dos minutos gozosos de Cancellara. "Estaba ahí, sí", dijo el cántabro, que confesó haberse equivocado luego en el sprint por la segunda plaza y acabó octavo. "Pero estaba solo. Y a un ataque como el de Cancellara sólo se puede responder de dos maneras: o cogiéndole la rueda al instante, casi imposible, o trabajando en grupo después. Y lo primero no podía porque no puedo salir a todos los ataques y había decidido vigilar la rueda de Pozzato; y lo segundo no se pudo hacer porque todos nos vigilábamos, todos me vigilaban a mí...".
Clasificación (Milán-San Remo, 298 km.): 1. F. Cancellara (Sui./CSC), 7h 14m 35s. 2. F. Pozzato (Ita./Liquigas), a 4s. 3. P. Gilbert (Bel./Francaise des Jeux), m. t. 8. Óscar Freire (Rabobank), m. t.
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