"Siempre hice un humor blanco"
A punto de cumplir 94 años, el veterano ninotaire Joaquim Muntañola (Barcelona, 1914) ha decidido volver la vista atrás para recuperar en un libro algunas de las anécdotas y los recuerdos que han marcado su vida -"larga, pero no pesada"- en un ejercicio que, más que la proverbial nostalgia, le provoca una sonrisa. "Los recuerdos me hacen cosquillas", dice. En sus páginas cuenta, por ejemplo, que empezó a dibujar cuando tenía 15 años y se vio obligado a permanecer en cama durante seis meses por culpa de una enfermedad de nombre impronunciable. Se dedicó a copiar las portadas de los libros de aventuras de Salgari y las novelas del Oeste de Zane Grey, una lectura que despertó su "tendencia a la parodia" y que le permitía llegar con la imaginación allí donde no le llevaban sus piernas. Y desde entonces hasta hoy, apenas ha soltado el lápiz.
Colaborador de la revista satírica El Be Negre, padre de Josechu el vasco en las páginas del TBO, caricaturista del Barça, guionista radiofónico de la genial Mary Santpere, productor de dibujos animados y autor de comedias de éxito notable en el Paralelo, a Muntañola todavía se le ocurren proyectos más allá de este su último libro, La memòria fa pessigolles (Angle Editorial). Cada mañana se desayuna con el periódico y reconoce que se acuesta bien tarde para ver a los imitadores de Polònia (TV-3) y las parodias de la factoría El Terrat en Buenafuente (La Sexta). "La otra noche salía ese tal Fernández imitando a Fidel Castro y me partía", comenta.
Son programas televisivos que, en cierto modo, le recuerdan a las publicaciones humorísticas que conoció de joven, aquellas que acompañaban siempre los textos con ingeniosas viñetas: Xut!, L'Esquitx, En Patufet y El Be Negre eran solamente algunas de ellas. Porque cuando Muntañola comenzó a publicar sus primeros dibujos en 1930, Cataluña era un terreno fértil para los ninotaires. Sin embargo, la Guerra Civil y los años de la dictadura acabaron con aquel panorama y con los ilustradores más incisivos. "Después nada fue igual", recuerda el dibujante en su casa del barrio de Gràcia, un luminoso ático repleto de libros donde cuelgan por todas partes sus caricaturas.
Muntañola fue uno de los pocos que pudieron continuar haciendo reír a los lectores, a partir de entonces desde las páginas de El Correo Catalán y la prensa deportiva. "Yo siempre hice un humor blanco, sobre el ama de casa que cuida de su familia, la vida cotidiana... Había ironías, pero pasaban la censura, quizá porque no las entendían. Nunca me interesó hablar de política, porque no he entendido nunca". ¿El asesinato del director de El Be Negre, Josep Maria Planes, en el año 1936, a manos de los anarquistas consiguió asustarle? "No, aunque aquello lo viví muy de cerca. Estuvo escondido en casa de Fontanals, Soka, en un piso de la calle de Madrazo, y vinieron a darle el paseo. También buscaban a Josep Maria de Sagarra, pero él se puso un sombrero, salió a la calle, dijo 'buenos días' y consiguió que no le reconocieran", cuenta Muntañola, quien asegura, eso sí, que entonces aprendió que "con según qué cosas es mejor no bromear".
En su etapa en El Be Negre, donde trabajó siendo un "pipiolo", estuvo rodeado de dibujantes que arremetían contra todo aquel que se movía. "Era fenomenal", cuenta Muntañola antes de esbozar una sonrisa maliciosa. "La redacción estaba en el Ateneo, trabajábamos cada uno en un pupitre, bajo aquellas lámparas verdes; hablábamos poco entre nosotros. Yo tenía a un lado a Tísner y al otro a Amat. Y con estar rodeado de mis ídolos ya me conformaba". Este y otros episodios de su vida aparecen a lo largo de La memoria fa pessigolles, que, más que unas memorias al uso, es una recopilación de anécdotas. De manera que el ilustrador cuenta desde lo celosa que era la mujer de Schuster cuando jugaba en el Barça, hasta cómo conoció a Dalí y a Chaplin, pasando por la vez que fue taxista por un día.
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