Rusia, el miedo como factor de cohesión social
Este gran país celebrará elecciones el domingo. El resultado es previsible. A favor de Putin y los suyos actúan los silencios cómplices, los asesinatos no aclarados y la angustia del ciudadano solo e indefenso
Rusia emprendió un arduo camino al desintegrarse la URSS. En el trayecto jalonado de turbulencias para liberarse del imperio patriarcal y superar los traumas infligidos por los fanáticos sacerdotes locales del comunismo, siempre creí encontrar elementos que afirmaban el progreso. No todos los sucesos y personas con las que identifiqué el avance hacia la democracia y la modernización estuvieron a la altura de las esperanzas que generaron, pero parecía existir una luz al final del túnel de la transición.
Hoy, sin embargo, resulta cada vez más difícil divisar esa luz. Siento no poder ser optimista. Hablando con propiedad y de acuerdo con el espíritu de su propia Constitución, en Rusia se ha producido una usurpación del poder. Esto nada tiene que ver con que una mayoría apoye a Dmitri Medvédev en las urnas en el trámite seudoelectoral del próximo 2 de marzo. Ocurriría también con gran certeza sin necesidad de amordazar a la débil oposición, dado el carácter religioso del vínculo entre autoridad y sociedad en Rusia.
La camarilla que gobierna carece de un control externo. Rusia Unida es un producto del Kremlin
Rusia sigue conquistando posiciones en la lista de los países más corruptos del mundo
La usurpación del poder viene de haber transgredido la esencia de la democracia: la posibilidad de elegir. La clase dirigente (Vladímir Putin y sus allegados de los órganos de seguridad y la alcaldía de San Petersburgo, comenzando con Medvédev) no ha estado nunca dispuesta a admitir un desafío real a sus sillones en el Kremlin, por mínimo que éste fuera. Su miedo es tal que combate adversarios fantasmales como Don Quijote los molinos de viento.
Los dirigentes rusos tienden a presentarse como salvadores de un país expuesto a grandes peligros, pero sus motivos para enquistarse en el poder son más prosaicos, como indican los lucrativos negocios de los amigos de Putin, gente como Yuri Kovalchuk o Román Abramóvich, y las opacas transacciones de grandes empresas estatales como Gazprom.
El elemento de cohesión del sistema político dirigido por Putin no es el bienestar generado por los precios de los hidrocarburos y las materias primas, que existe y es compartido en proporciones diversas por distintos grupos sociales. El lazo fundamental entre las personas interdependientes que posibilitan este régimen es el miedo: los maestros temen a los directores de escuela, que exigen presionar a los padres de los alumnos para que voten. Los funcionarios y los medios de comunicación locales temen al gobernador, que a su vez teme ser cesado por el Kremlin, donde convergen los miedos de los directores de las televisiones centrales, los jueces, los miembros de las comisiones electorales, los jefes de registros de asociaciones y partidos y muchos otros.
Los marginales del sistema y la oposición extraparlamentaria están por definición libres de ese miedo específico que es el entramado de la nueva-vieja nomenklatura. Ésa es su principal ventaja y quién sabe si también una de las claves para volver a divisar la luz al final del túnel.
Dmitri Medvédev, el delfín de Putin, repitió la palabra "libertad" en su discurso programático del 15 de febrero en Krasnoyarsk. Sin embargo, las palabras en Rusia están devaluadas y nada significan si no van acompañadas de realidades, y ojalá lo vayan, algo que Medvédev tendrá que demostrar. ¿Quién se acuerda hoy de las numerosas campañas de lucha contra la corrupción? En la época de Putin, Rusia se ha deslizado desde el puesto 82 del año 2000 al 143 en la lista de países según su honestidad elaborada por Transparency Internacional. Las grandes empresas estatales son hoy incontrolables y las instituciones responsables de vigilarlas -como el comité antimonopolio- se inhiben de sus funciones en el caso de Gazprom. ¿Qué confianza inspira la justicia, cuando los jueces cumplen directrices del Kremlin o se orientan hacia lo que creen que desea la Administración presidencial, cuando la ley es utilizada de forma selectiva para eliminar al adversario, como el empresario petrolero Mijaíl Jodorkovski? ¿Y qué decir de los asesinatos impunes de periodistas como Anna Politkóvskaya y otros menos conocidos, de funcionarios y policías, ametrallados por cumplir con su deber?
Dos hombres sin miedo, el ex viceprimer ministro Borís Nemtsov y el viceministro de energía Vladímir Mílov, han desmontado con cifras la propaganda sobre los buenos resultados económicos del régimen en un documentado informe. "Putin estaba obligado a utilizar las colosales posibilidades abiertas por los elevados precios mundiales del petróleo para modernizar el país, realizar las reformas económicas, crear un Ejército moderno y un sistema de salud y pensiones, pero no lo hizo. El Ejército, el sistema de pensiones, la sanidad, la enseñanza media y las carreteras se degradaron con Putin", afirman.
En Rusia la peor inflación no es la del coste de la vida (11,9% oficialmente en 2007), sino la inflación verbal. Tras la palabra "libertad" pronunciada por Medvédev, o el lema "dictadura de la ley", repetido por Putin, está la red subterránea de miedos. El discurso oficial afirma que Rusia es un país que ya no está "de rodillas", que se hace respetar y que ha reducido el número de pobres del 29% al 16% de la sociedad, pero el Kremlin respira miedo, miedo a las preguntas sencillas, a los debates y a las responsabilidades básicas. El miedo es inculcado desde la misma Administración presidencial con una mezcla sutil de amenazas y advertencias. El fantasma de Stalin no se ha disuelto y el funcionariado recupera de forma natural los hábitos de autoprotección desarrollados en la época del terror. En privado, personas integradas en el sistema confiesan miedos escalofriantes. "Usted tiene hijos, ¿verdad?". La pregunta, formulada cortésmente, estremece a más de un valiente hoy en Rusia.
La dimensión siniestra no es patrimonio exclusivo de Rusia y existe en otros países europeos, pero en el caso ruso se caracteriza por estar visiblemente en alza. Por dimensión siniestra entiendo delictivos silencios cómplices, asesinatos no aclarados, investigaciones contra altos cargos no iniciadas o sobreseídas por motivos políticos y económicos, incumplimiento de los deberes institucionales y, en definitiva, la angustia del ciudadano solo e indefenso ante la violencia. La verdadera señal de cambio en Rusia no será la reducción de los impuestos, sino la reducción de esa dimensión siniestra.
El régimen no apisona sin dar una oportunidad. Los políticos más críticos han tenido la opción de callar, integrarse en Rusia Unida o marginarse. Los liberales de los noventa están divididos, unos esperan que Medvédev emprenda un curso reformista y les pida ayuda. Otros han pasado a la oposición.
El equipo en el poder levanta construcciones ideológicas a la medida de sus propias capacidades y, sobre todo, a la medida de su deformación profesional. Los veteranos de los servicios de seguridad se inventan un país que justifica su intervención policial y autoritaria y ofrecen una versión simplificada y primitiva de Rusia. Desde su punto de vista, Rusia es un preciado objeto a custodiar contra enemigos externos. Los ideólogos del régimen rehúyen el tan necesario debate en profundidad sobre la historia rusa y prefieren sus propias mezclas: varias latas de Stalin, unas gotas de Iván el Terrible, una dosis de Bizancio y algunos ingredientes rancios del supermercado cultural. El resultado son "frankestein históricos" que a veces asustan a sus creadores.
Puestas así las cosas, la camarilla que hoy gobierna Rusia carece de un control externo. El partido Rusia Unida no puede asumir esta función -al menos por el momento- por haber sido creado por el Kremlin para refrendar sus propias decisiones.
Para Occidente, Rusia es un vecino complicado. Ignorarla es imposible. Tiene recursos y armas atómicas y está unida a nosotros como un hermano siamés, aunque sea un siamés muy grande. Compartimos órganos vitales y dormimos en la misma cama. El problema es cómo armonizar hábitos para que el grandote con problemas de personalidad no asuste al otro cuando juega con cerillas por las noches. La relación con Rusia exige a Occidente un mayor rigor intelectual también consigo mismo e intransigencia ante el incumplimiento de la ley.
Occidente no es el tutor de Rusia, pero tiene que saber dar ejemplo. A Rusia hay que tratarla con seriedad, exigirle que cumpla los compromisos adquiridos (Consejo de Europa, Tribunal de Estrasburgo) e involucrarla en todas las instituciones que impliquen normas supranacionales.
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