"Las piezas sonoras permiten construir un espacio privado en público"
El CGAC de Santiago acoge la primera muestra individual en España de la artista escocesa
Llenar un centro de arte tan sólo con sonidos es el último reto al que se ha enfrentado la artista escocesa Susan Philipsz (Glasgow, 1965), que ha inaugurado en el Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC) de Santiago de Compostela su primera exposición individual en España. Sus obras llaman la atención por la cuidadosa investigación que realizan sobre las posibilidades del sonido en general (y de la voz humana en particular) para devolver sensaciones pasadas a la mente del oyente. Ella convierte libros, canciones y cine en sonidos e invita al oyente a un viaje por el interior de sí mismo. Su capacidad para construir atmósferas también funciona al aire libre y en Santiago ha elegido un antiguo cementerio para presentar una de sus instalaciones sonoras, que juega con la memoria de cada visitante. En las salas del centro, la voz de Philipsz se hace omnipresente a través de canciones de los Beatles, P. J. Harvey o The Yard Birds, y el público es invitado a realizar un recorrido por distintos ambientes sonoros.
"Los museos son reticentes a exponer este tipo de obras. Queda mucho camino por recorrer"
PREGUNTA. Usted realizó estudios de escultura pero ha terminado dedicándose al arte sonoro. ¿Cree que todavía hay muchos restos de los conceptos de la escultura en su trabajo o han desaparecido?
RESPUESTA. Hay elementos de la escultura en mi obra. Mi trabajo ha sido descrito como "escultura sonora" por piezas como The Glass Track, en la que el sonido describe a la arquitectura y se crea un nuevo espacio de sonido dentro de otro espacio. En esta instalación el sonido proviene de bocas de vasos restregados con los dedos y fluctúa provocando una sensación de abandono que cambia la percepción convencional del espacio expositivo. Sus límites se definen a través de recursos como el eco y la repetición que resuenan en el cuerpo del espectador.
P. Sus instalaciones sonoras parecen diseñadas para ser escuchadas en soledad. ¿Pueden captarse adecuadamente en espacios públicos donde hay gente?
R. La gente suele ser muy respetuosa y deja escuchar los sonidos. Además, cada uno tiene la capacidad de construir un espacio privado en público, por lo que este tipo de piezas pueden disfrutarse íntimamente aunque se esté rodeado. Las instalaciones que he realizado en espacios exteriores, como un supermercado o una estación de autobuses, tienen el interés añadido de que sorprenden a los viandantes, por lo que incluyen un efecto diferente. Es interesante ver cómo el público reacciona ante una voz que les llega sin que vean a la persona que canta y, además, se trata de una voz que no está educada para cantar. Es un reto. Se trata de hacer una obra para una audiencia que pasa. Nadie está esperando escuchar esos sonidos, a diferencia de lo que sucede con las obras que presento en los museos.
P. El tema de la memoria está muy presente en su obra y varias de las piezas que exhibe ahora en el CGAC hablan de este asunto. ¿Tiene la voz un mayor poder evocador que otras disciplinas artísticas?
R. Sí. La voz tiene ese potencial evocador y basta con escuchar una canción en la radio para trasladarte a otra época o a otro lugar y eso es algo que no consiguen tan fácilmente otras disciplinas. Una buena parte de mi trabajo trata sobre la ausencia o la pérdida, de una u otra forma.
P. ¿Cuál es el mecanismo que utiliza para trasladar elementos de una película o un libro a sus obras sonoras?
R. El punto de partida es el contexto. Todo comienza cuando veo el lugar en el que voy a trabajar. Tengo en cuenta la emoción que me inspira el espacio, su arquitectura. En Santiago me encontré con un museo con una arquitectura especial, con muchos cortes y con unas características de sonido muy peculiares. Todo eso hay que considerarlo a la hora de crear la pieza. Muchas veces trabajo con canciones pop introspectivas que al ser escuchadas sin su acompañamiento habitual producen el efecto de hacer al oyente más consciente de sí mismo en el espacio. Presento una pieza en la que canto una balada tradicional irlandesa que fue el tema central del último filme de John Huston, Dublineses. En ella, la protagonista revive un episodio traumático de su juventud al escuchar esa canción y yo me inspiré en ese momento para realizar la pieza, que interpreto sin acompañamiento. Además, se incluye una proyección de vídeo en la que tan sólo se distinguen algunos puntos blancos que remiten a la escena final de la película con la nieve cayendo sobre Irlanda.
P. ¿Tiene futuro el arte basado en el sonido en un mundo invadido por imágenes?
R. Trabajar de este modo es fresco y excitante, pero los museos se muestran reticentes a exponer este tipo de obras. Es difícil encontrar exposiciones sólo sonoras. Queda mucho camino por recorrer, pero ahora hay muchos estudiantes de arte que se interesan por estas piezas y se abren nuevos espacios para trabajar en este campo. Con esta exposición he avanzado sobre todo en el aspecto narrativo, es decir, en la forma en que el espectador relaciona las distintas piezas al tener que realizar un recorrido por distintas instalaciones. La idea de dirigir al público y señalarle los lugares en los que debe detenerse resulta muy atractiva. -
La exposición de Susan Philipsz está abierta en el Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC) de Santiago de Compostela hasta el 24 de febrero. www.cgac.org
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