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Crítica:TEATRO | EL SENYOR PERRAMON
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Avaro o humilde?

Si Josep Maria de Sagarra catalanizó L'avare de Molière convirtiéndolo en El senyor Perramon al trasladar la acción y los personajes del París del XVII a una ciudad catalana de cierta importancia de mediados del XIX, en concreto, al hogar de una familia acomodada, Joan Anton Rechi lo que hace es básicamente empobrecer al protagonista de la pieza: el nuevo Perramon (De Sagarra adaptó el clásico francés para Joan Capri) es el dueño de un bar casino, uno de esos establecimientos de barrio o de pueblo que sirven bocadillos y en los que los jubilados se reúnen para jugar al dominó. De hecho hay un bar en un pueblecito del Alt Empordà que es prácticamente igual al que se reproduce en el Romea, futbolín incluido; la única diferencia es que la barra queda al otro lado del pequeño escenario de telón rojo deslavazado que, de levantarse, es si acaso durante las fiestas estivales.

EL SENYOR PERRAMON.

De Josep Maria de Sagarra. Dirección: Joan Anton Rechi. Intérpretes: Boris Ruiz, Òscar Rabadán, Carme Poll, Ivan Benet, Mónica Marcos, Susana Garachana, Xavier Capdet, Miquel Gelabert, Ramon Enrich, Enric Llort. Escenografía: Rifail Ajdarpasic. Vestuario: Marian Corominas. Iluminación: Xavi Clot. Teatro Romea. Barcelona. Hasta el 6 de enero.

Boris Ruiz es el que aguanta el peso de la obra y el único que no se desboca

Los dueños de estos locales acostumbran a ser gente humilde y por ello involucran a los familiares en el negocio. Pueden ser tacaños como cualquiera, desde luego, pero diría que la intención de De Sagarra, por no hablar de la de Molière, se desdibuja ante un personaje que se ve obligado a abrir su principal fuente de ingresos casi todos los días del año para satisfacer a la clientela. Es raro, además, que un Perramon de estas características tenga criado. Es raro también que en la década de 1980, que es cuando Rechi sitúa la acción -como demuestra el retrato del otrora Honorable Jordi Pujol-, un padre pacte el matrimonio de su hija y ésta no se fugue o se dé a las drogas. Quizá lo más coherente de la puesta en escena, por raro también que parezca de entrada, es que la hija de Perramón pase la fregona por el suelo después de haber bajado las sillas de las mesas y no antes, como se suele hacer, será porque ella y su hermano quedaron huérfanos de madre de muy pequeños.

¿No será que estamos ante un padre de familia que se ha visto obligado a sacar adelante a sus dos hijos sabiendo lo que es una guerra civil y una posguerra, dado que en un momento de la obra el protagonista afirma tener más de 60 años? ¿Es eso avaricia? Puede que todos estos matices den igual porque de lo que se trata es de que la gente se ría. Esta voluntad de divertir sí queda clara desde la dirección escénica, basada en gags fáciles, sustos y gritos, que transforma el fino trazado de los personajes en gruesos brochazos de lo más vulgar. Se salva, aunque sin llegar a salvar el montaje, Boris Ruiz, que es el que aguanta el peso de la obra y el único que no se desboca.

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