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La lucha contra el terrorismo
Columna
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Ni la hay ni la va a haber

La experiencia de unidad en la lucha antiterrorista ha sido muy azarosa y no muy amplia. Pactos antiterroristas expresamente suscritos por todos los partidos políticos democráticos únicamente los hubo a partir de 1988, en que se suscribieron los Pactos de Ajuria Enea y de Madrid y dichos pactos quedaron de facto anulados tras las elecciones de 1993, por la decisión del PP de hacer uso expresamente de la lucha antiterrorista como arma electoral. La excusa inicial sería la exigencia del cumplimiento íntegro de las penas, para continuar con un ataque en toda regla a la estrategia antiterrorista del Gobierno socialista. Sería el eje central de toda su política de oposición en la legislatura que se inició en 1993 y sería el eje central de su campaña electoral en las elecciones de 1996.

Desde finales de los ochenta no ha habido una política de unidad en la lucha antiterrorista
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El asesino se sentó detrás

En la primera legislatura de gobierno del PP no se suscribió ningún pacto, ni había por parte del Gobierno de José María Aznar ninguna intención de que se suscribiera alguno. "A los socialistas ni agua", fueron las palabras de José María Aznar a Xabier Arzalluz, tal como hemos sabido por la publicación del diario de Txiki Benegas. El comportamiento del PSOE liderado por Joaquín Almunia fue materialmente un comportamiento respetuoso del principio de unidad, pero sin que existiera un compromiso formalizado y sin la lealtad recíproca del PP.

Fue José Luis Rodríguez Zapatero, tras convertirse en secretario general del PSOE, quien lanzó la idea de un nuevo pacto antiterrorista, idea que fue ridiculizada inicialmente por el actual presidente del PP, Mariano Rajoy, pero que acabó abriéndose camino en la segunda legislatura del PP. El Pacto por las libertades y contra el Terrorismo acabaría siendo suscrito por el PP y el PSOE, si bien en este caso quedarían fuera del mismo los demás partidos democráticos y no vendría acompañado por el pacto correspondiente entre las fuerzas políticas del País Vasco.

Desde la ruptura de los Pactos de Ajuria Enea y Madrid de finales de los ochenta no ha habido, pues, una política de unidad en la lucha antiterrorista, sino un acuerdo entre los dos grandes partidos españoles, que es mucho, pero que no es lo mismo. Los demás partidos serán pequeños, pero su opinión no es irrelevante. Todo lo contrario. Dado el estado de las relaciones entre el PP y el PSOE, es la posición de los demás partidos el indicador de que lo que se acuerda no es sospechoso. Que está dirigido contra ETA y nada más que contra ETA, sin añadidos injustificables, porque afectan a fuerzas políticas de ejecutoria inequívocamente democrática. El preámbulo del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo es una buena expresión de ello.

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En todo caso, dicho pacto no fue capaz de superar la prueba de la alternancia en el poder y quedó de facto en suspenso con la llegada del Partido Socialista al Gobierno. En lo que a la unidad en la lucha antiterrorista se refiere, la presente legislatura ha sido una segunda edición de lo que fue la legislatura de 1993 a 1996. Es prácticamente seguro que la campaña electoral de 2008 se asemejará en este punto a la de 1996.

Desde 1993 carecemos, pues, de una política unitaria contra el terrorismo. Y no es probable que volvamos a recuperarla. El PP ha hecho de la política antiterrorista su principal arma electoral. Cuando estaba en la oposición para llegar al Gobierno y cuando estaba en el Gobierno para impedir que la oposición pudiera recuperarlo. La política antiterrorista ha sido para el PP tanto un instrumento para luchar contra ETA como para debilitar simultáneamente al PSOE. Esto último resulta mucho más visible cuando el PP está en la oposición, pero no es menos operativa dicha estrategia cuando el PP está en el Gobierno. Y es que, como decía Felipe González en EL PAÍS el pasado domingo, cuando no se sabe perder tampoco se sabe ganar.

José Luis Rodríguez Zapatero decía el jueves, en el acto de conmemoración del aniversario de la Constitución, que "nos llevará su tiempo" recuperar un "entendimiento sincero". Tal como se va a desarrollar la campaña electoral no creo que pueda alcanzarse en la próxima legislatura. La desconfianza que hay entre quienes tendrían que ser los protagonistas de ese entendimiento sincero es tan enorme, que difícilmente pueden entablar entre ellos ni siquiera un diálogo sincero.

Me gustaría equivocarme, pero no creo que la dirección que previsiblemente puede tener el PP tras las próximas elecciones generales acepte al actual presidente del Gobierno como interlocutor. El mensaje que está transmitiendo a sus votantes supone rechazar la legitimidad de José Luis Rodríguez Zapatero para dirigir la política antiterrorista. Ese mensaje ha calado. Y a ese mensaje tiene vinculada la dirección del PP su propia credibilidad, que es aquello de lo que un dirigente político no puede prescindir.

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