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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Putin en Teherán

La asistencia excepcional de Vladímir Putin a la reunión de Estados ribereños del Caspio celebrada en Teherán ha otorgado una dimensión inusitada a esta por lo demás inane cumbre regional. El líder ruso se ha apresurado a declarar que ninguno de los cinco países que bordean el mar interior debe permitir que desde su suelo se ataque a otro vecino, en meridiana alusión al crescendo en EE UU y por parte de algunos Gobiernos occidentales sobre un eventual asalto contra Irán que cercenara sus ambiciones nucleares bélicas.

Rusia, junto con China, por motivos geoestratégicos y económicos, son el gran valladar protector del régimen islámico en su contencioso nuclear con Naciones Unidas. Es poco probable por ello que Putin presione seriamente a Ahmadineyad para que cumpla con las exigencias del Consejo de Seguridad sobre el inmediato abandono iraní de su programa de enriquecimiento de uranio, que se ha encontrado hasta ahora con algunas sanciones de la ONU y la amenaza de otras. El presidente ruso mantiene ante sus interlocutores europeos recientes (Sarkozy, Merkel) que no le consta que Teherán tenga intenciones militares. Y que, en cualquier caso, el régimen teocrático resistirá la presión internacional.

De alguna manera, el alineamiento del Kremlin con Teherán, a la que entre otras muchas cosas vende sistemas de defensa aérea por valor de mil millones de dólares, refleja el propio contencioso de la resurgente Rusia de Putin con Occidente. Su más resonante clarinazo en el terreno militar fue el preaviso, en julio, de suspender su participación en el tratado de fuerzas convencionales en Europa. Y el propio presidente ruso ha aludido a la inutilidad de mantenerse en el que prohíbe a Washington y Moscú la construcción o despliegue de misiles de alcance intermedio.

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Frente a la comprensión de Rusia y China con las ambiciones iraníes, crece la frustración de EE UU, Francia y Reino Unido por la lentitud del proceso en Naciones Unidas. Pero pese a que Teherán, que se mantiene en la letra del Tratado de No Proliferación Nuclear, viene engañando desde hace décadas a la comunidad internacional, hay mucho más que ganar si Washington y la UE mantienen respecto del régimen de los ayatolás una estrategia de presión diplomática, del tipo de la que Bush ha venido empleando con Corea del Norte con resultados por el momento alentadores.

Ni la Europa dividida reflejada en la reciente reunión de sus ministros de Exteriores está en condiciones de ir por delante de la ONU en la contundencia de sus sanciones contra Irán, ni probablemente Bush, pese al ruido de tambores que decora sus referencias a Irán, puede hacer creíble en el ocaso de su presidencia la estrategia del ataque preventivo que la Casa Blanca diseñó en 2002 para aterrorizar a cualquier supuesto aventurero atómico.

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