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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Mi primera vez en el Poble Espanyol

Paso a menudo por delante de una tienda que me causa gran fascinación. Su nombre expresa a la perfección la filosofía de la empresa. Se llama Los muros que no son de piedra y, efectivamente, basa el negocio en vender paredes falsas la mar de hermosas. Reproducen la pizarra, el ladrillo y la piedra. Te hacen paneles, bóvedas y hasta -supongo- las paredes de fondo que se usan de fondo para hacer monólogos tipo El Club de la Comedia. Son la tienda imprescindible para los restaurantes neorrústicos o para los urbanitas que desean reproducir paredes de ladrillo en la masía, pero sin complicarse la vida.

Todo este preámbulo viene a cuento porque me voy a ver el Poble Espanyol, en Montjuïc, que es un lugar en el que no había estado nunca y que se caracteriza por ser un recinto en el que se reproducen, con la fidelidad propia de los muros que no son de piedra, distintos lugares emblemáticos de España. Habrá gente a la que le parezca aberrante ir a ver reproducciones en lugar de ir a ver los monumentos originales, pero no a mí. Al contrario. Le encuentro un valor suplementario a la copia. Una de mis mayores frustraciones recientes fue tratar de llamar al restaurante El Mediévolo para preguntar si tenían mesa para una y descubrir que ya había cerrado. Fue un día aciago, porque yo no había pisado ese templo ni en la década de 1980, como muchos de mis amigos. Y ahora recuerdo, a propósito de las copias y los originales, que Umberto Eco hablaba de esto en uno de sus ensayos. Decía que la réplica del David de Miguel Ángel, que está en la plaza de la Signoria, tiene más visitas que el original. Y dice también que muchos de los turistas que fotografían esa réplica no saben que es una réplica, por lo que habría que preguntarse si su emoción ante lo falso que ignoran que es falso puede ser verdadera.

El caso es que le digo al taxista que me lleve al Poble Espanyol y el hombre enseguida me pregunta qué es lo que hay allí dentro. Él tampoco había estado nunca. Supongo que muchos de los turistas creerán que las reproducciones de casas que se exhiben son originales, directamente traídas, mediante expolio, de los pueblos a los que pertenecen.

Entro, junto a un grupo de turistas, por la calle de la Conquista, tuerzo por la calle del Tercio y salgo a la plaza Mayor. Me encanta este sitio. Paseo por debajo de los falsos soportales y me tomo un cortado en uno de los bares (que no reproducen mesones y además tienen nombres la mar de normales, como Tip y Top). "¿Trabaja usted aquí?", me pregunta el camarero. Supongo que lo pregunta porque los trabajadores tienen precios especiales, no tan caros. Al salir, detecto las tiendas de artesanía. Pendientes, bolsos y soles y lunas de papel maché, que son objetos la mar de aptos para cualquier espectáculo de Els Comediants.

Una vez fotografiada la plaza, dudo. ¿Qué hago? ¿Cojo la calle del alcalde de Zalamea o bien la calle del alcalde de Móstoles? Las dos calles desembocan en la de Rius i Taulet, aunque en el nombre de ésta no especifican que se trate de otro alcalde. En fin, tiro por la del alcalde de Móstoles, que me pilla más cerca, y me detengo delante de la réplica del Ayuntamiento de Graus. Qué bien. Ya no tendré que ir a Graus a verlo. No disfrutaba tanto desde que hice la crónica de Catalunya en Miniatura, de la que destaco, sin duda, la acreditada gasolinera Petromiralles. Y ya me animo. Cojo la calle del Maestrazgo y admiro la casa de Manuel Jiménez, que está situada en Molinos de Duero, provincia de Soria. No, no crean que mi cultura general llega a tanto. Si lo sé es porque me pego a un grupo de turistas y escucho lo que les dice la guía. Por lo que entiendo, ya que habla en inglés, fue durante la dictadura de Primo de Rivera, durante los fastos de la Exposición Universal de 1929, cuando se decidió construir un pueblo que sintetizase la arquitectura española. Caramba, y también me entero de otra cosa. Durante la Guerra Civil, André Malraux rodó aquí, ayudado por Max Aub, algunas escenas de su película Sierra de Teruel, basada en su novela L'Espoir. En realidad, es un lugar ideal para rodar algo o ambientar una serie de terror. Les recomiendo que vengan a desayunar cualquier día. Se está muy bien y lejos de todo.

Cuando pierdo al grupo de turistas, me dedico a admirar monumentos. Como el Pont de Campdevànol y un pozo de los deseos o la cruz de término de Ulldecona. Me encuentro con casas que no sé a quién pertenecieron, como la casa del Francés, en Molinos de Duero y la casa de los Celdrán, en Murcia. También me detengo un rato en la casa Plandiura, en la Garriga y en Can Betes, de Rupit. Pero no se crean. El lugar tiene de todo. No sólo los preceptivos lavabos o un lugar donde asistir a representaciones teatrales. También hay una "sala de lactancia" y dos discotecas con nombres prometedores. El clásico La Terraza y el más innovador New D.

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Empieza a llover y me siento a comer el bocadillo y el melocotón a resguardo. El lugar se ha vaciado de repente, el cielo se ha oscurecido y se oyen truenos. Ya no siento que esté en una réplica. Ahora siento todo lo contrario. Es como si estuviera en un lugar lleno de verdad, en el lugar más auténtico de Barcelona. Y perdón por la palabra auténtico, espero que no me tomen por una enrollada por haberla escrito.

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