Jóvenes investigadores
El consejero de Educación de la Generalitat de Cataluña, Ernest Maragall, acaba de entregar en la Garriga el XII Premio Pere Ramon i Roca de Recerca. Un total de 160 trabajos de centros del Vallès Oriental y Occidental, Osona y Maresme dan fe de la ingente tarea que, tanto el profesorado como los alumnos de Secundaria, están realizando.
Desde 1982, el Consell Interdepartamental de Recerca i Innovació Tecnològica (CIRIT) abre anualmente una convocatoria de premios para fomentar el espíritu crítico de los jóvenes de Secundaria y de ciclos formativos, a los cuales se presentan centenares de trabajos de investigación. Además, la UAB ha institucionalizado con enorme éxito los Premios Argó. Cada curso, pues, son muchos los estudiantes no universitarios que, con la ayuda de esforzados tutores, demuestran que en Cataluña quizá haya que mejorar algunos aspectos de la educación, pero también que nunca como ahora se había trabajado tanto y tan bien en Secundaria.
Hay que recordar que nunca tantos jóvenes de nuestro país han llegado tan lejos
Está de moda denostar los métodos de la escuela comprensiva y en muchos profesores habita una sensación de desánimo difícil de sobrellevar. Por otra parte, las tasas de fracaso escolar que hoy se registran en nuestro país son aún demasiado altas y la tentación de compararnos permanentemente con Finlandia genera muchos sinsabores. Pero resulta que en aquel país, desde hace más de un siglo, la inversión en educación ha sido una prioridad de sus distintos gobiernos, al contrario de lo que ha sucedido aquí, donde durante demasiadas décadas han gobernado los herederos de aquel general de la legión que un día se atrevió a gritar "¡Muera la inteligencia!". Eso contribuye a explicar que, cada vez que el informe Pisa de turno ocupa las páginas de nuestra prensa, el estado de ánimo de buena parte de la ciudadanía se hunda en los abismos del desespero.
Pero no debería ser así, puesto que aunque queda todavía mucho camino por recorrer y la sombra del desánimo acecha constantemente a los profesionales de la educación, que en los últimos 25 años han realizado un esfuerzo sin precedentes, estamos en el umbral de un nuevo periodo, y si entre todos sabemos dar respuesta a los retos planteados en la selección y formación continuada del profesorado, muy pronto podremos recoger los frutos que nuestra sociedad se merece.
Un total de 160 trabajos presentados en los Premios Pere Ramon i Roca que convoca Contrapunt (Associació UNESCO de la Garriga), más los 450 que han optado a los Premios Argó, más los centenares que, a buen seguro, optarán este año a los que convoca la CIRIT, más todos los que se han presentado a los premios que otras universidades y entidades diversas convocan, son una muy buena muestra de que una gran parte de centros educativos, mientras innovan en docencia, también están sabiendo iniciar en el mundo de la investigación a muchos jóvenes que dan los primeros pasos en este ámbito de la mano de un profesorado paciente, formado y, sobre todo, merecedor de un reconocimiento social al que todavía una parte de la sociedad, lamentablemente, es reacia.
A diferencia de los agoreros, de los que siempre están cansados, de los que no saben moverse de la inercia del siempre se ha hecho así, de los que intentan vendernos que la escuela es un caos y que los niveles educativos están por los suelos, hay que recordar que nunca tantos jóvenes de nuestro país han llegado tan lejos y que, si porcentualmente, hay un fracaso escolar aún demasiado alto es también porque hemos llegado a una cota muy alta e irrenunciable en la democratización de la educación con el acceso a la enseñanza obligatoria de todos los jóvenes hasta los 16 años, lo cual en ningún caso significa que no haya que seguir mejorando en todos los ámbitos.
Quisiera acabar estas líneas citando unas palabras que pronunció el Joan Carbonell, vicerrector de Cultura y Estudiantes de la UAB, en el acto de entrega de los Premios Argó el pasado 6 de junio:
"Los estudiantes de antes teníamos más conocimientos (y yo añado, 'que nos servían de muy poca cosa'); los estudiantes de antes sabíamos qué era la cultura del esfuerzo (expresión inventada hace un lustro); los estudiantes de antes, al entrar en la Universidad, sabíamos escribir y hablar correctamente (y yo añado, 'si éstos son los profesores de ahora, hay algunos que lo han perdido por el camino'); los estudiantes de antes respetábamos al profesor (¿no será que le temíamos?); los estudiantes de antes teníamos un sistema de valores sólido, etc., etc... Y sorprende que, a pesar de esta degeneración absoluta, continuamos teniendo médicos jóvenes -más que antes- que curan; buenos escritores jóvenes; abogados jóvenes y brillantes; excelentes traductores, maestros ilusionados como los de antes...
(...) ¡No nos equivoquemos! Nunca como ahora los jóvenes que están a punto de incorporarse a la vida adulta habían estado tan preparados y eran tantos (...). Hace sólo 30 años, por ejemplo, los que llegábamos a la Universidad éramos un grupito, 250.000 en todo el Estado; hoy son más de 1.500.000, el 40% de todo el colectivo con posibilidades de hacerlo (...). Ahora salen jóvenes muy preparados que investigan, que acaban tesis, que se incorporan al mundo laboral como doctores (...). Tened el convencimiento (yo lo tengo) de que estamos ante futuros estudiantes que nos darán mil vueltas (...) y, además, hay una generación que se sentará en las aulas el curso próximo que hará crecer el nivel medio de formación de la sociedad del futuro".
Sólo los obstinados en negar una realidad palpable y los pesimistas compulsivos son incapaces de compartir estas evidencias que Carbonell puso de manifiesto y que muchos suscribimos plenamente.
Santiago Cucurella es director de la Fundació Universitària Martí l'Humà
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