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Crónica:Vecinos
Crónica
Texto informativo con interpretación

De Gramenet a 'Chinatown'

La tierra tiene surcos, grietas que se abren y se cubren a través de los siglos. Suelo fértil sustento de nuestra vida. Tumba de civilizaciones milenarias. Se transforma y guarda en su memoria el paso de los siglos. Cenizas de identidad. El rostro tiene arrugas, líneas que aparecen y hablan de la vida. Huellas de mestizaje que revelan el origen. No hay pureza. La piel continúa madurando, el semblante cambia. Sus etapas, como las de la tierra, se superponen. Nunca desaparecen. Así es Santa Coloma de Gramenet.

En el corazón de la tierra descansan ofrendas ibéricas de antiguos pobladores, reliquias romanas que se aferran a la arena, restos de esplendor del Puig Castellar. Hacia abajo le llaman arqueología. Hacia arriba, antropología. En la superficie, colmados, restaurantes, agencias de viajes y peluquerías la descubren como Chinatown; es su nuevo rostro. Hombres y mujeres que vienen de Zhejiang, Shandong, Liaoning, Heilongjiang y Jilin.

Los caminos ya no llevan a Roma, pero sí a Santa Coloma, refugio de nómadas con diferentes caras

Desde hace 1.500 años son herederos del arte de labrar la piedra, tradición conocida en todo Zhejiang; pero sus manos olvidaron el oficio, ahora confeccionan ropa en talleres que se expanden y refrendan la vocación industrial de la moderna Santa Coloma. Preparan platillos orientales, venden alimentos y artículos Todo a 100, prueban zapatos en pies ajenos y organizan viajes para los que regresan a su patria o huyen de la urbe.

Dejaron las azules aguas del río Oujiang que humedece aún la tierra del Qingtian y llegaron a la ciudad del río sediento: el Besòs, donde los primeros moradores comerciaban con vino y aceite de oliva, intercambiaban cerámicas de barniz negro y creaban con sus manos piezas de bronce y hierro. Abandonaron el imperio de la Gran Muralla, fortaleza que sus ojos jamás miraron, para encontrar la misma voluntad del hombre sobre la cima del Turó del Pollo: piedras que se apilan una sobre la otra para detener al conquistador. Más de XXV siglos separa a una cultura de la otra. Entre las dos hubo historias de encuentros y desencuentros.

Masías, capillas, torres y molinos, son ecos de antiguos señoríos. Hoy, Santa Coloma de Gramenet se reviste de construcciones caprichosas, líneas de metro sin concluir, concreto desquebrajado que huye a la homogenización burguesa, formas eclécticas de una urbe improvisada que desprende imágenes de marginación, recordando las barracas de Montjuïc y las chabolas de Tetuán. El asfalto cubre los bosques que se extendían por doquier. El suelo es compartido por iglesias cristianas y oratorios que miran a La Meca, polígonos industriales, plazas que amparan cansancios acumulados y provocan coincidencias. La tierra se mueve. El hombre también.

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Los caminos ya no llevan a Roma, pero sí a Santa Coloma. Refugio de nómadas con diferentes caras: africanos, andaluces, gallegos, catalanes, magrebíes, filipinos, bolivianos, peruanos, ecuatorianos, colombianos, indios y paquistaníes se diluyen ante la presencia china.

Región donde la confluencia de culturas parece el destino ineludible: desde las marchas de fenicios, griegos y cartagineses hasta los habitantes de Shangai. Una gran ciudad, que conserva la huella de semillas anteriores, al igual que el palimpsesto revela escrituras pretéritas sobre las que se han borrado artificialmente.

La tierra de Santa Coloma de Gramenet ha sido siempre pisada. Su rostro nunca será definitivo.

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