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Reportaje:

La otra cara del 'violador del chándal'

El agresor llevaba en A Coruña una vida tranquila y anodina de padre de familia

Parecía haber enterrado su pasado. Andrés Mayo, a las puertas de la cuarentena, llevaba en A Coruña, donde residía desde 2005, una vida bastante anodina: casado, padre de dos niños de corta edad, y con un buen empleo en una empresa de la construcción que le brindó la oportunidad de instalarse en Galicia. Sus preocupaciones parecían muy lejos de los hechos que en 1990 le llevaron a la cárcel: cumplió 12 de los 106 años a los que fue condenado por violar a cuatro mujeres e intentarlo con otras siete. Entonces se le conoció como el violador del chándal.

Hasta hace 10 días vivía con su familia como cualquiera de las jóvenes parejas que tenía por vecinas en el Nuevo Mesoiro, un barrio de viviendas sociales en la periferia. Mayo, natural de Benavente (Zamora), parecía haber sepultado cualquier rasgo de su convulso pasado. Pero entonces fue detenido, acusado de otra tanda de delitos similares.

"Se aprende mucho en la cárcel. Ahora sabe latín y cómo rehuir a la justicia", dice un agente

Estaba libre desde noviembre de 2002 por "buena conducta" y se le consideraba oficialmente reinsertado, después de que pasara, en la cárcel de Mansilla de Mulas (León), por un completo programa de psicoterapia para agresores sexuales. Pero vuelve a estar entre rejas, acusado de violaciones, ocho en total (dos consumadas y el resto en grado de tentativa), que se sucedieron en A Coruña entre diciembre de 2006 y el pasado mes de junio.

La evaluación psicológica que le hicieron tras someterse al programa de rehabilitación para violadores concluía que "es incapaz de identificar la motivación que le ha conducido a agredir sexualmente a las mujeres". Estas palabras no impidieron que se valorase más "su buena conducta" en prisión, lo que, sumado a los beneficios penitenciarios del antiguo Código Penal, reformado en 1995, lo devolvió a la calle.

Mayo rehizo su vida con una joven 14 años menor que él, que conoció en León durante unos de sus primeros permisos. Quisieron casarse cuando salió de prisión, en 2002. La Iglesia impidió la boda, a instancias de la familia de la chica. "No es el momento más adecuado", alegó la Diócesis de León para denegar a los novios el expediente de libertad y soltería. Aunque consideraban probada la "madurez psicológica" de la mujer, entonces de 20 años, y "el arrepentimiento" del condenado, las autoridades eclesiásticas opinaban que la relación necesitaba más tiempo para demostrar que era sólida. La pareja, cinco años después y con dos hijos, sigue unida. En el barrio coruñés de Mesoiro, donde vivían desde hace poco más de un año, era una más. Nunca llamó la atención de sus vecinos. Tampoco la Policía tenía ni idea que el antes violador del chándal se había instalado en A Coruña.

La investigación comenzó la pasada Semana Santa. La psicosis había comenzado a calar entre la población, después de varias agresiones. Los dos investigadores del Servicio de Atención a la Familia, que dirigió el minucioso operativo montado para tratar de desenmascarar al agresor sexual, supieron de los antecedentes del hombre que consideraban el principal sospechoso sólo unos días antes de detenerlo, cuando ya llevaban semanas vigilando sus pasos las 24 horas del día. Les guió la descripción de las víctimas: tiene las manos muy grandes, rasgo que todas las agredidas subrayaron en sus denuncias. Además, cuatro de ellas lo han identificado en una rueda de reconocimiento. Pero no hay pruebas biológicas. El agresor no expulsaba semen. Fuentes próximas a la investigación incluso aseguran que Mayo sufre problemas de impotencia sexual, unas carencias fisiológicas que supuestamente trataba de superar atacando a mujeres en portales, entradas de garaje o zonas solitarias.

Gracias a la experiencia, procuró no repetir errores o dejar pruebas como las que incriminaron al violador del chándal. Cambiaba su modo de actuar. "Se aprende mucho en la cárcel, y ahora él sabe latín y cómo rehuir de la acción de la justicia", cuentan agentes que participaron en la investigación, que continúa abierta porque pueden aparecer más víctimas en otros lugares de Galicia a los que el acusado se desplazaba por trabajo. Mientras, Mayo lo niega todo, y esa costumbre ya la tenía en 1990. "Juro por Dios y por mi familia que no lo hice", clamó el detenido en los pasillos del juzgado de A Coruña.

Ahora está aislado en la prisión provincial de Teixeiro, para guardarlo tanto de los otros presos como de sí mismo, por si intenta suicidarse, como amenaza, otra costumbre que repite igaul que en 1990. En la sentencia de su primera (y hasta ahora única) condena se le describía como una persona de "alta desviación psicopática que actúa de forma impulsiva en periodos cortos".

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