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Reportaje:

El 'lobby' ultramarino de los emigrantes gallegos

"Cuando los empresarios de la tierra nos juntamos en el hotel Waldorf Astoria, Nueva York tiembla"

En Alemania se dice que los gallegos son gente con influencias, y no sólo porque viva en Francfort uno que es dueño de todas las casas de un barrio. En Nüremberg, los gallegos integran el único colectivo inmigrante que consigue que el ayuntamiento le deje cerrar una calle entera para celebrar sus fiestas regionales. Ni siquiera los turcos, que en Alemania ganan en población por mayoría aplastante a los gallegos, son capaces de que les presten una rúa para ellos solos.

El secreto está en la mano izquierda, en las relaciones con el poder local. Ramiro Bieito, presidente de la casa gallega de Nüremberg, las tiene. Su principal baza no es el restaurante que regenta, sino la estratégica posición de su mujer, responsable del equipo de limpieza del edificio de la Ópera.

Los gallegos son el único colectivo que consigue cerrar para sus fiestas una calle en Alemania
En uno de los centros gallegos de Bruselas, el 40% de los asociados son magrebíes

Este poderío se repite aquí y allá, a lo largo y ancho de los 37 países donde palpitan, tan vitalistas como morriñentos, los centros galaicos. Más allá de Galicia, viven un millón de gallegos. Si se aprueba la ley que va a permitir a los nietos obtener la nacionalidad española, la Xunta estima que esta cifra se podría multiplicar por cuatro, y en el peor de los casos, aunque sólo se acogiese al derecho un 20%, representarían un millón de votos.

Están desperdigados por 104 países y en 37 de ellos han fundado 400 colectivos reconocidos por la Xunta, que celebran al unísono el Día das Letras Galegas y el 25 de julio. Además, bajo estos grandes grupos o federaciones se esconden las siglas de otras muchas asociaciones. Por ejemplo, sólo en Buenos Aires, sin tener en cuenta los municipios que la rondan, se cuentan unos 700 colectivos, pero éstos a su vez se agrupan en 83. Sólo son dos menos de los que hay en España (85, el más antiguo, el de Barcelona, con 115 años), y representan la quinta parte de los reconocidos en el mundo.

La verdad es que únicamente un 5% de los que están fuera terminan asociándose pero, aun así, la red de centros gallegos de todo tipo -desde moribundos hospitales y residencias de ancianos hasta exitosos colegios; desde casas de Galicia hasta bibliotecas; desde academias de baile hasta coros, bandas de gaitas y grupos folk como Xeito Novo en Buenos Aires- suman, en total, más entidades que las embajadas españolas, las cámaras de comercio y los institutos Cervantes juntos.

Casi siempre, además, con fondos patrimoniales (obras de arte, primeras ediciones de libros o mobiliario) e inmuebles propios. De los 400, unos 350 no necesitan pagar alquiler y muchos ocupan edificios emblemáticos. Siempre, eso sí, con barra, porque el negocio de restauración, sea del tipo que sea, es vital en estos centros.

"Ésta, la de la propiedad, es una característica que nos distingue de los otros emigrantes, tanto españoles como extranjeros", comentan desde la Dirección Xeral de Emigración, "y toda esta red de promoción le sale gratis a Galicia". El dinero que destina la Xunta a subvencionar estas entidades y a promocionar en ellas actividades de todo tipo ronda este año tres millones de euros.

Mientras entre las demás nacionalidades "tiende a desaparecer el asociacionismo", entre los gallegos aumenta. En Lisboa, por ejemplo, el centro gallego tiene más socios que el centro español. Y la tendencia es "a crecer". En lista de espera, pendientes de obtener el reconocimiento de la Xunta, con la tramitación estancada hasta que se apruebe la nueva Ley de Galeguidade, están las asociaciones de Glasgow, Viana do Castelo, Copenhague, Praga, Ciudad del Cabo, San José de Costa Rica y San Francisco.

Según un alto cargo de la dirección xeral, los gallegos, en cualquier lugar, por naturaleza, conforman "un lobby". En todas partes hay gallegos poderosos, empresarios que, mezclados o no en política, se erigen en representantes de su tierra, cultivan contactos interesantes, mantienen negocios con Galicia y facilitan el camino a los nuevos que van llegando. "Cuando nos juntamos en el Waldorf Astoria todos los empresarios gallegos de Nueva York, la ciudad tiembla", suele jactarse Tomy Sánchez, presidente del centro gallego de la Gran Manzana. Sánchez tiene el monopolio de recogida de nieve en Nueva Jersey, montó todas las grúas del puerto de Buenos Aires y, si eso es poco, posee una de las dos empresas de ferralla más importantes de Nueva York. La de la competencia, por cierto, también pertenece a un gallego.

El colectivo galaico en Manhattan ha conseguido que en la ciudad se vendan productos del terruño. Desde grelos hasta queso de tetilla. Y ha puesto tan de moda el Albariño que el Martín Códax se ha convertido en el blanco más caro de Estados Unidos. Lo mismo que ha logrado en Nüremberg un restaurador gallego, que todos los lunes se hace enviar dos camiones de marisco desde la lonja de A Coruña. Luego, él se encarga de vender las preciadas tajadas a los restaurantes más lujosos de la ciudad.

Por vender, los gallegos son capaces, incluso, de vender y prestigiar el idioma. En los colegios Castelao de Caracas y Santiago Apóstol de Buenos Aires, hijos de judíos, árabes, venezolanos o argentinos estudian gallego porque es una más de las asignaturas que se imparten en las aulas.

En uno de los centros gallegos de Bruselas, el 40% de los socios son magrebíes. "Los gallegos se integran perfectamente y son capaces de integrar a los otros. Lo hacemos tan bien, que exportamos know how asociativo", presume el alto cargo de la Xunta. El fenómeno del asociacionismo gallego es observado detenidamente por los nuevos países emigrantes. Con diferentes resultados, porque el primero está teniendo más éxito, Uruguay y Argentina se esfuerzan por copiar el modelo. La Dirección Xeral de Emigración programa un seminario sobre asociacionismo en Buenos Aires para los próximos meses.

Tenemos un centro virtual (www.fillos.org), que se actualiza desde Euskadi para todo el planeta, 350 revistas y muchas emisoras. Aunque ninguna supera la audiencia de Radio Taxi, propiedad de un gallego y récord de oyentes en Barcelona.

El Apóstol entra en la seo de Barcelona

Los gallegos tienen un don especial para mimetizarse con el paisaje sin traicionar sus tradiciones. En Cornellá o Montevideo, los de aquí hablan más gallego que los que se han quedado en Vigo o A Coruña. En Uruguay, los chóferes de Cutcsa (Cooperativa Uruguaya de Transportes Colectivos, SA), la más potente empresa del sector, fundada en 1937 por un gallego, ahorran hasta que consiguen comprar una casa con huerta en las afueras. Allí se afanan en repetir su vida en la aldea o la vida que sus padres les contaron. Marcharon de su tierra a los 15 años, y en su leira arrabalera crían gallinas y apañan patatas. Sólo por el gusto de sachar.

Y esta misma historia se repite en Manila, Abudabi, Singapur o Nairobi, adonde arribaron muchos empleados de Fenosa para instalar infraestructuras. El centro gallego de Huelva sólo lleva diez años en funcionamiento y ya ha revolucionado las costumbres locales. Una vez, por san Juan, hizo una cacharela y repartió sardinas gratis. Ahora, el 24 de julio, hay cacharelas y sardiñadas en los barrios onubenses.

La cuarta parte de la población de Andorra son gallegos, y en Cataluña viven 100.000. Las 14 asociaciones de Barcelona organizan la procesión del Apóstol. La policía local sale emplumada en el cortejo, y al acto van todas las autoridades. No satisfechos, los gallegos de Barcelona han encargado un Santiago a Leopoldo Rodríguez Rocha, tallista compostelano especializado en imaginería religiosa. La pieza de 90 centímetros, que ha costado 9.913 euros y es de pino de Oregón, cuando esté policromada irá a parar a un retablo de la Catedral de Barcelona.

Cuando los gallegos de Cataluña celebran algo, contratan a la París de Noia o a la Panorama. Sin escatimar. Y toda la política catalana participa en la fiesta de Can Mercader, un parque que toman los gallegos tres jornadas, donde la única escultura es un busto de Rosalía. El colectivo Mareusa (Marisqueros Unidos, SA) celebra una semana de cocina galaica de creación en la que están tres de los seis restaurantes más caros de Barcelona, también gallegos. Y por si no bastase, la Generalitat instituyó este año fiesta en Cataluña el Día das Letras Galegas.

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