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Crónica:TOUR 2007
Crónica
Texto informativo con interpretación

Contador gana el Tour más increíble

El español, con 23s de ventaja sobre Evans, sucede a Indurain 12 años después en lo alto del podio de los Campos Elíseos

Carlos Arribas

Si en la meta, en las afueras de la hermosa Angoulême, huele a lavanda no es porque se haya regado de colonia el asfalto en honor de Alberto Contador, sino porque todos los transeúntes, apresurados, pisotean para ir de un sitio a otro unos mínimos arbustos recién plantados. Sin embargo, el olor de la planta será el que se asocie para siempre a la victoria de un chico de Pinto, de 24 años, en la carrera ciclista más importante del mundo; será el que vaya siempre unido a su gloria, el que también, simbólicamente, pueda acabar asociado a un Tour, el más increíble de los últimos años, que durante gran parte de su desarrollo ha olido a azufre. Un Tour increíble con un ganador creíble, joven y hermoso. "Un Tour loco, sí", dijo Contador, a quien le cayó el maillot amarillo del cielo el jueves, cuando el Rabobank retiró al líder legítimo, al más fuerte en la carretera, Michael Rasmussen, y que lo defendió ayer hasta el límite, dando lugar al podio más apretado de la historia: Contador; a 23s, Cadel Evans; a 31s, Levi Leipheimer.

Es la segunda menor diferencia después de los 8s de LeMond sobre Fignon en 1989
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Cinco españoles, una manita, han ganado el Tour ya -salvo catástrofe hoy en el carrusel de París-: Bahamontes, Ocaña, Delgado, Indurain y Contador. Doce años después del quinto Tour de Indurain, el ciclismo español cierra el paréntesis, la excepción que en su historia representó el gigante navarro, y se reencuentra con su línea genética más pura, la de la raza del escalador, la línea ininterrumpida nacida en Vicente Trueba y hallada en Bahamontes, en Julio Jiménez, en Ocaña, en Fuente, en Perico, en Arroyo, en Contador. El escalador genial e instintivo, el corredor que hace disfrutar en los Alpes, en los Pirineos, que hace sufrir los días de contrarreloj. Que hizo sufrir ayer.

"Cuando me entreno, voy pensando en la gloria. Todos los ciclistas piensan en la gloria, aunque sólo algunos tienen la suerte de tocarla", dijo Contador. "Pero aún no sé a qué sabe; aún no soy consciente de lo que he hecho, de lo que se me caerá encima".

Contador es Perico -la imaginación, la ambición, el inconformismo-, pero Perico y algo más, Perico dentro de un molde de disciplina férrea, de una cabeza, mejor, un cabezota, que no acepta que algo no se pueda conseguir. Como conseguir, por ejemplo, hacer la mejor contrarreloj de su vida vestido de amarillo, jugándose el Tour. Y saliendo vivo del empeño.

Haciendo sufrir. Sufriendo. "Dudé, dudé", dijo el ciclista. "A falta de 30 kilómetros, me dijeron que Evans ya me sacaba 38s. Y me preocupé: quedaba más de la mitad de la prueba y ya me dolían las piernas". Le dolían las piernas, que movía ligeras, como en el aire, sin dar la impresión de transmitir potencia a los pedales; que movía nervioso, frágil, sediento. Imagen de desamparo ante el tremendo rodar, reconcentrado, duro, de su compañero de equipo Leipheimer, el ciclista más desconocido, más invisible, que más a punto ha estado de ganar un Tour: se quedó a 31s -quizás lo que pudo haber ganado si en el Aubisque no hubiera esperado a Contador para llevarlo con Rasmussen-, pero ganó la contrarreloj de 55,5 kilómetros con la tercera mejor media de la historia (53,081 kilómetros por hora, con viento de culo); delicado como sus bracitos comparado con el sólido Evans, que salió como una moto y siguió acelerando y acelerando, alimentado por las noticias que le llegaban de la debilidad del escalador español en las largas rectas del centro de Francia.

Para mantener el jersey amarillo, Contador, que salió con una ventaja de 110 segundos, podía permitirse perder poco menos de 2s por kilómetro. En los primeros 15 kilómetros las pérdidas con respecto a Evans fueron como un goteo, pequeño, contenido (1,2s por kilómetro), pero en el segundo tramo, cuando las dudas, cuando el dolor de piernas, cuando la cabeza empezó a ver pájaros negros, el goteo pasó a chorro: 1,83s. Si continuaba la progresión, kaput. Sin embargo, pasaron dos cosas: Contador, guiado desde el coche por el experto Bruyneel, por el nervioso Armstrong, se afianzó; y Evans, que a punto ha estado de ganar el Tour sin equipo, sin haber atacado ni una vez, sencillamente por la experiencia del que sabe que todo ahorro es bueno, que toda generosidad es un error, murió: dio su último aliento en el repecho final de Angoulême y se acabó, a cinco kilómetros de la meta. A Contador le sobraron 23s, la segunda menor diferencia de la historia después de los 8s con que LeMond le dio la vuelta a la tortilla a Fignon en 1989.

"He podido en la carrera liberar toda la tensión acumulada", suspiró Contador al final. "Ha sido un día de mucho esfuerzo, ha sido el resultado de muchos años de trabajo". Contador subirá hoy dos veces solo al podio de París: una para recibir un maillot amarillo que esperaba poder alcanzar más tarde; la otra, para vestir el trofeo que sí sabía que podía lograr, el blanco de mejor joven, como Ullrich (23 años) y Fignon (22) antes que él. Porque en los tiempos de Merckx (primer Tour a los 24, como Contador), Bartali (24), Hinault (23), Anquetil (23) y Gimondi (22, el más joven) no había blanco aún.

Contador, en el podio, saluda después de la etapa de ayer.
Contador, en el podio, saluda después de la etapa de ayer.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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