Un fado bajo el sol africano
Cabo Verde, ocho islas para disfrutar de la playa, el surf y la música de Cesária Évora
El cruel asesinato, a pedradas, de dos muchachas italianas a manos de tres jóvenes de Cabo Verde ha traído recientemente a los periódicos el topónimo colorista y soñador de ese archipiélago, que a los españoles nos suena, sobre todo, por dos anécdotas: allí estuvieron trasterrados algunos etarras, y de allí procede Cesária Évora, la cantante de Miss perfumado, descalza, corpulenta, cuyo rostro revela sufrimientos nunca escritos, cuya dulce voz, una punta metálica, una punta gutural, y bien pautado fraseo, han revelado al mundo la nostálgica dulzura de la música local, la morna (del inglés mourning, lamento), también llamada fado de Cabo Verde.
En esas dos referencias no se acaba la realidad de esas 10 islas del noroeste africano. En cuanto a Évora, puede decirse que es sólo la cabeza visible, la adelantada de una numerosa tropa de músicos y bandas -Ildo Lobo, Tito Paris, Boy Ge Mendes, Teófilo Chantre, Luis Morais, Celina Pereira- surgidos como un milagro de las poblaciones extremas, que conforman un cancionero muy extenso, suave, que con sus guitarras y acordeones representan la vida cultural de estas islas.
Salida de aquellos confines, la señora Évora fue conducida a grabar en un estudio parisiense, y de allí, al mundo. Y como nunca antes se había visto en semejante tesitura, ni estaba acostumbrada al estrés, a los viajes vertiginosos, a las metrópolis, a los artificios de las sociedades adelantadas, y el cambio la cogía ya entrada en años (cuando la fortuna llega como una suprema burla), la pobre señora no pudo soportarlo y se hundió en estados de ánimo lastimosos de los que le costó recuperarse.
No hace falta mucha imaginación para sentir qué frío emocional, qué desamparo y movimiento de repulsión debió de sentir la mujer de las madrugadas suburbiales en las islas del trópico al verse rodeada de multitudes de blancos; o al ver por primera vez las torres de oficinas de Manhattan con sus neones siempre encendidos.
Tierra africana, frente a las costas de Senegal, el archipiélago de Cabo Verde tiene el atractivo del clima tropical. Calor en enero: esa característica lo perfila como destino turístico para los europeos que quieren disfrutar de baños de sol y de mar y días de desnudez y pasividad absoluta en lo más crudo del invierno; para eso, algunos piensan que no vale la pena cruzar el Atlántico, y otros, que no vale la pena rozarse con las peculiaridades de los países árabes.
Y eso que buscan, ciertamente, lo encontrarán en Cabo Verde. Allí hay playas interminables, y no pocas de ellas están vírgenes, porque están relativamente lejos de las habitaciones y no hay medios de transporte. En esas playas hay que caminar un buen rato mar adentro hasta perder pie, de modo que los padres de familia no tienen que estar permanentemente preocupados por los críos. El viento procedente de África hace de esas playas un paraíso para los windsurfistas, y los aficionados al submarinismo encuentran también bancos de peces iridiscentes alrededor de los peñones e isletas.
Islas y arena del Sáhara
Ese viento africano que enturbia las aguas y que desplaza hasta las islas la arena del Sáhara, y la deposita aquí, luego la transporta allá, luego la amontona acullá, en forma de dunas cuya movilidad altera la topografía y hace vanos los esfuerzos de la vegetación (y qué singulares panoramas deja a su paso, como la arboleda de Boa Vista, que pocos años después de plantarse ha visto sus palmeras con los troncos tronchados, o las copas desmochadas, o derribadas sencillamente por el impulso del viento arenoso), determina los paisajes desérticos de las islas donde apenas crecen los arbustos, donde una acacia africana, de ramas horizontales al suelo y hojas translúcidas, es un tesoro.
Lo que dejó como legado la colonización portuguesa, además del idioma, fueron unas cuantas minas de sal, y en las ciudades más importantes, algunos espaciosos edificios religiosos, administrativos y comerciales, que componen un legado arquitectónico modesto, pero decoroso y evocador. Las casas en los pueblos y las aldeas son elementales, pequeñas, de una sola planta, bien proporcionadas, con ventanas pequeñas y persianas cerradas (hay luz y sol de sobra), a veces con frescos patios interiores, pintadas de colores fuertes, alegres, amarillos y azules y verdes intensos.
En las afueras de las aldeas, limpias y tranquilas, a las que los nuevos colonos, los turistas, llegan en alquilados vehículos 4×4, aptos para circular también por pedregales y playas, hay un muladar con ruinas y alguna casa caída. En torno al almacén-bar charla un grupo de jóvenes desocupados. La raza es alta, fibrosa, de andares lentos y elegantes. Los hombres visten tejanos y camisetas blancas; las mujeres, de colores, con gracia e imaginación.
Unos metros más allá, en la parada del autobús que un par de veces al día conduce a la capital de la isla, aguardan algunas mujeres que quieren llegar a la siguiente aldea; y si pasa un coche particular, uno de esos 4×4 con la parte trasera descapotada y habilitada para alojar unos bancos, hacen autoestop y decorosamente intentan abonar al conductor unas monedas, que éste siempre rechaza.
Al fondo de la calle, un grupo pertrechado con una hormigonera levanta rápidamente una casa para un vecino que va a casarse. El archipiélago entero, y sobre todo Sal y Boa Vista, las islas más accesibles, está en construcción. El primer bien al que van a parar los ahorros de los emigrantes es a la construcción de una casa. Como se construye con ladrillos de hormigón, barrios enteros de las ciudades tienen un aspecto gris, desmoralizador, como si hubiera sucedido una catástrofe. A las afueras de las capitales, la carretera se extiende salpicada por rotondas recién asfaltadas, que distribuyen el insignificante tráfico de algunas camionetas Ford y otros vehículos 4×4 hacia parcelas yermas, pero ya adjudicadas a constructores europeos, especialmente italianos, para levantar áreas de hoteles y bloques de apartamentos frente a las playas.
El locutorio, templo laico
Como dice Ramón, coruñés jubilado que acaba de comprarse un piso en Santa María: "Aquí la gente es dócil y servicial, aunque no sonríen mucho, es la verdad. Y, bueno, cuando se hayan cargado esta isla, vendemos el apartamento y nos mudamos más al sur. Si aún vivimos...".
Se construye tanto, y en los próximos años se va a construir tantísimo más, que el país, que sobrevive gracias al dinero que envían los emigrantes empleados en las flotas de pesca europeas, recibe también emigración del continente. Esos trabajadores senegaleses, casta de intocables, encuentran su templo laico en los locutorios de teléfonos, donde cada tarde discuten con el empleado por unos segundos y unos centavos que les salen carísimos.
En este clima puedo imaginar qué ideas bastas agitaban la conciencia de un joven de Sal cuando su ligue, la chica italiana, la rica entre pobres, la blanca entre negros, la clienta entre camareros, la colona, de vacaciones allí donde tantos no habían accedido no ya a unas vacaciones, sino ni siquiera a un puesto de trabajo, le dijo que lo suyo había terminado. Contra el agravio cósmico, racial, económico, cultural y sexual, a su tosca mente sólo se le ocurrió la venganza, y como instrumento de la misma, lo primero que encontró fueron piedras.
Ignacio Vidal-Folch (Barcelona, 1956) es autor de El arte no paga y Turistas del ideal.
GUÍA PRÁCTICA
Datos básicos- Superficie: 4.030 kilómetros cuadrados repartidos en ocho islas.- Población: 401.342 habitantes.- Documentación: pasaporte y visado. - Idioma: portugués y criollo (mezcla de portugués criollo y términosde África occidental).- Se recomienda vacunarse contrala fiebre amarilla, el cóleray la hepatitis B; no tomar agua queno sea embotellada, y tener cuidadocon las comidas. Si se va por libre,conviene contratar un seguro de viaje.Cómo ir- Tap (www.tap.pt) vuela desde Madrid a la isla de Sal, vía Lisboa.Un billete de ida y vuelta en junio cuesta 537 euros, precio final.- Mayoristas como Abreu y Portugal Tours (en agencias) organizan viajes combinados que incluyen vuelos, traslados y alojamiento. Un programa de nueve días (siete noches)cuesta unos 800 euros, precio final.- Hay vuelos interiores a todaslas islas habitadas, excepto Brava, y barco regular entre las islas.Información- Consulado de Cabo Verde (915 70 25 68). Capitán Haya, 51. Madrid.- Consulado español en Praia(00 238 261 434).- www.virtualcapeverde.net.
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