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El péndulo y los músculos del cuello

A fines de 1976, durante una de mis primeras estancias en la España posfranquista, recibí la visita de Federico Jiménez Losantos y del hoy fallecido Alberto Cardín en un café de la calle Caspe, cercano a las oficinas de la revista El viejo topo. Ambos colaboraban entonces con Miguel Riera y me presentaron sus impecables credenciales de extrema izquierda: afiliación a Bandera Roja y luego al PSUC. Recuerdo que aludieron a mi "deriva socialdemócrata" con paternalismo y condescendencia. Jiménez Losantos coordinaba una hipercrítica Revista de Literatura, escribía poemas y hablaba con entusiasmo de Lacan y Lyotard. Cuando volví a verles dos años más tarde, la evolución ideológica de la pareja me sorprendió. Habían roto con Miguel Riera, a quien tildaban de "censor", y desde las páginas de Diwan arremetían con violencia contra una izquierda a la que habían dejado de pertenecer. Las críticas de Jiménez Losantos, sin ser del todo razonables, contenían elementos de razón: la reivindicación de Azaña, de la que luego se apropiaría -a todas luces, sin leerlo- el ex presidente Aznar, era digna de estima, pero la agresividad de los planteamientos anticipaba ya su propensión a la descalificación y al insulto. En Lo que queda de España, publicado en 1979 por Ajoblanco, el estudio más extenso del libro se centra en unos párrafos tal vez desafortunados de Disidencias, mi conjunto de ensayos de temas literarios editado unos meses antes: aparezco ya allí como el adversario de una España cuya integridad defiende él a capa y espada. A partir de entonces, su péndulo siguió oscilando, sin centro de gravedad alguno, a la derecha más extrema. Aunque hace muchos años que no sigo sus escritos, la lectura ocasional de alguna de sus colaboraciones en El Mundo -no escucho por razones de higiene mental la Cope- me sume en la perplejidad, al punto de preguntarme si es la misma persona que aleccionó hace treinta años o un doble sin escrúpulos usurpa su firma. La fotografía que acompaña su columna disipa toda posible duda: es él.

En realidad, estas metamorfosis no deberían asombrarme. La del actual locutor estrella de la cadena episcopal, lejos de ser excepcional, se inscribe en una constelación de casos parecidos: los de Pío Moa, César Vidal y otros voceros de la FAES, rendidos admiradores de las portentosas dotes de estadista e inigualable sabiduría de José María Aznar.

Las conversiones, a veces paulinas, de una ideología o conjunto de valores a otros de signo opuesto son en verdad desdichadamente frecuentes. Se puede pasar del fervor nacionalista euskaldún a una crítica bien fundada del mismo, y de ésta a un celo y exaltación de diferente contenido, para apuntar por ejemplo al peligro que entrañarían los nuevos maquetos oriundos del Magreb y África subsahariana respecto a la identidad, no ya vascuence sino hispana. Me viene también a la memoria un caso parecido: la conversación que sostuve hace unos veinte años con un intelectual convertido al Islam. Su exposición apasionada no sólo de su arraigo al nuevo credo -algo a lo que no tenía nada que objetar-, sino también de la necesidad de restaurar el Califato de Al Ándalus -"los andaluces, argüía, son musulmanes sin saberlo"- sonaba en mis oídos de un modo familiar. Cuando al cabo de la charla me reveló que en su juventud había militado en un grupo leninista estuve a punto de soltarle: "se te nota". El paso de un extremo a otro, de la Arcadia Feliz de Sabino Arana al Paraíso Terrenal de Adán y Eva o a los Santos Patriarcas de la Biblia resiste a todo análisis racional: entra en el campo nebuloso de las creencias. Lo malo de ello es que el apego a las leyendas de Moisés y de Abraham se traduce en algún caso en un apoyo sin fisuras a la brutal colonización por Israel de los territorios ocupados de Palestina.

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La tentación de pasar de un "nosotros" a otro, esto es, de la calidez que procura la pertenencia a una comunidad de orden patriótico, ideológico o religioso con la que se ha roto para cobijarse bajo la cúpula protectora de otra muy similar a aquella por la rigidez de sus dogmas y reglas, abunda en ejemplos a lo largo de la historia: José María Blanco White escribió unas páginas esclarecedoras al respecto.

En vez de caminar a1 descubierto y dar la voz a un "yo" quizá desamparado, pero vivo, mutante, complejo, el fugitivo del asfixiante caparazón del "nosotros", y calificado de desertor por sus ex camaradas, cede a menudo a la facilidad de crearse una nueva familia y de calentar sus manos en otro fuego hogareño. Una buena parte de los comunistas que conocí en mi juventud se convirtieron luego en anticomunistas furibundos. Mi antigua condición de simple "compañero de viaje" me libró de este desliz.

La independencia política, ética y artística que busco desde mediados de la década de los sesenta del pasado siglo me enfrenta a una situación paradójica: los mismos que me atacaban desde la izquierda por mis críticas al régimen cubano o a la hoy difunta Unión Soviética, lo hacen ahora desde la derecha con argumentos y descalificaciones bastante parecidos. Mas, como dije hace casi treinta años en un coloquio con los estudiantes de letras de la universidad de Sevilla, prefiero equivocarme por mi cuenta a tener razón por consigna.

El movimiento de un extremo del péndulo a otro afecta en verdad a una buena parte de la intelligentsia de Europa, Estados Unidos e Iberoamérica. Ex trotsquistas son ahora consejeros áulicos del presidente Bush. Los hipermediáticos "nuevos filósofos" franceses se agrupan en torno a la candidatura de Sarkozy. Algunos de los que lideraban la insurrección radical polaca contra el régimen comunista, profesan un nacionalcatolicismo de tintes racistas y homófobos. La España integrada en la Unión Europea no podía escapar al fenómeno, aunque los grupos extremistas sean menos visibles por el hecho de que militan en las filas del Partido Popular. Mientras unos exigían la libertad del contumaz terrorista De Juana, otros, que dicen representar a sus víctimas, se manifestaban al grito de "Zapatero, al hoyo con tu abuelo".

La sinrazón del actual debate político, en un momento en que la ciudadanía disfruta de la mejor situación económica de nuestra historia, resulta incomprensible para un observador exterior a él. ¡Otra vez las banderas, los mitos, las mentiras e insultos al servicio del radicalismo abertzale y del principal partido de oposición, corroído aún por el despecho y rencor de su derrota electoral del 14-M!

Volviendo al caso de los intelectuales conversos por obra del Espíritu Santo o de la sublimidad de Aznar, recuerdo la frase del gran escritor Günter Grass: "mis antiguos colegas de extrema izquierda se han situado tan a la derecha que para mirarlos agarro tortícolis".

Juan Goytisolo es escritor.

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