La magia de la óptica
La obra del grabador holandés Maurits Cornelis Escher contiene algunas de las imágenes más famosas del siglo XX. Una retrospectiva de 135 piezas recorre en Madrid cinco décadas de trabajos basados en el ilusionismo óptico y la física recreativa.
M. C. ESCHER
'El arte de lo imposible'
Centro de Exposiciones Arte Canal de Isabel II
Plaza de Castilla, s/n. Madrid
Hasta el 4 de marzo
Ahora que nos visita una amplia exposición monográfica sobre su obra, es bueno que nos interroguemos no tanto o no sólo sobre la personalidad y el valor artístico del grabador holandés Maurits Cornelis Escher (Leeuwarden, 1898-Hilversum, 1972), sino sobre el curioso fenómeno de su proyección pública, que ha ido in crescendo y, a 36 años de su muerte, no tiene visos de declinar. Antes, en cualquier caso, conviene informar de que la muestra consta de 135 estampas de Escher, la más temprana fechada en 1917 y la última en 1961, lo cual supone abarcar prácticamente la totalidad de su trayectoria artística; o sea: que estamos ante una muy completa retrospectiva, que acrecienta su valor porque no ha rehuido su obra juvenil, que no se suele exhibir ni reproducir.
Miembro de una adinerada familia holandesa, Escher estudió grabado en la Escuela de Arquitectura y Artes Decorativas de Haarlem, residiendo después en Italia hasta que las trágicas circunstancias políticas y bélicas le obligaron a regresar a los Países Bajos a fines de la década de 1930. En todo caso, su fama se comenzó a fraguar tras la Segunda Guerra Mundial y como consecuencia de sus experimentaciones sobre el ilusionismo óptico. Al principio, este cambio en la orientación de su trabajo se debió a lo que Jurgis Baltrusaitis denominó como "perspectivas falsas" o "aberraciones visuales", muy en boga desde el manierismo, sobre todo, entre los grabadores de precisamente los Países Bajos. Con el paso del tiempo, Escher amplió el espectro de sus exploraciones visuales mediante la intersección de dos planos, donde se maclan, como en un puzle, una doble serie de figuras, las cuales, simultánea y alternativamente, podían hacer de fondo, así como propició el arte de la metamorfosis, por la que en un mismo plano secuencial se pasaba de lo figurativo a lo abstracto. Por estos juegos de equívoco visual y de transformación se le adjudicó el nada apropiado título de surrealista, un movimiento artístico que ciertamente disfrutaba, a partir de la década de 1930, con los malabarismos visivos que daba un doble sentido a la imagen, pero con la intención de que el espectador descubriera la frágil malla que entretejía la percepción consciente. Sean cuales sean las concomitancias de Escher y los surrealistas, yo creo que el horizonte de éste tuvo relación con la llamada física recreativa y no con los agujeros del inconsciente.
Esta aclaración es, no obstante, la que nos remite al fenómeno de la fascinación masiva que despierta la obra madura de Escher, que significativamente afecta también a quienes no han demostrado el menor interés por el arte en sí, pero que les encanta cualquier tipo de ilusionismo mágico, para el que el inapreciable salto entre lo visto y lo no visto y toda otra truquerie visual constituye una técnica decisiva. Es verdad que la relación del arte con la ilusión y el juego no es tangencial, pero, se diga lo que se diga al respecto, ni el arte es el resultado de la aplicación feliz de un artificio técnico, ni tampoco puede reducirse a la decoración o ser sólo un cautivador entretenimiento. Para acreditar la calidad técnica como grabador de Escher basta y sobra ya con la revisión de sus estampas juveniles italianas, pero para apreciar el valor de sus juegos ópticos está asimismo de más el diferencial de lo artístico. En todo caso, sea cual sea el genuino mérito artístico de Escher, no hay que olvidar que el conocimiento humano tiene otros muchos asideros igualmente válidos y hasta más masivamente gratificantes, sin olvidarnos, por otra parte, del muy rentable efecto didáctico que aporta este ingenioso grabador holandés para despertar el interés popular por los fundamentos científicos que han auxiliado al arte durante toda su historia.
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